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Los ‘resortes’ del odio en las redes sociales: un caso práctico

FILED - 23 April 2019, Berlin: A person holds a phone displaying the logo of the Twitter social media platform. US authorities have arrested a 17-year-old in Florida, accusing him of being the "mastermind" of the massive hack of prominent Twitter accounts and a scam which netted him more than 100,000 dollars within hours. Photo: Monika Skolimowska/zb/dpa (Foto de ARCHIVO) 23/4/2019 ONLY FOR USE IN SPAIN
Los ‘resortes’ del odio en las redes sociales: un caso práctico. 
DPA vía Europa Press

Dice un chiste que se encuentran dos hombres por la calle y uno le dice al otro: ¿Cómo estás? Y el otro contesta: ¡Pues anda que tú! Pues ése es, últimamente, el nivel de susceptibilidad, crispación u odio en las redes sociales. No digo que sea algo nuevo, porque siempre ha existido. Y hemos tenido etapas, de una gran susceptibilidad, crispación y odio, en especial por motivos políticos. Pero quizá lo extraño es que, últimamente, la gente salta por cualquier cosa.

Por eso, en vez de indagar acerca de las raíces profundas del ‘discurso del odio’ sobre temas importantes, quiero hacer una reflexión sobre los ‘resortes’ del odio que todos tenemos y que nos hacen saltar cuando se roza un tema de pasada. Son como los ‘micro-machismos’, son odios de andar por casa, que tienen que ver con los prejuicios y las obsesiones de cada uno, porque, como dice el refrán: “cuando eres martillo, todo son clavos” e interpretamos todo en el peor sentido. El síntoma más claro de este mal es que dichas reacciones son extemporáneas (están fuera de lugar y de tiempo), impertinentes (en el sentido de no pertinentes) y desproporcionadas (derrochan una pasión digna de mejor causa).

De la felicidad al odio 

Dicen que “del amor al odio hay un paso”, pero el ‘caso práctico’ que traigo aquí (que me ha sucedido esta semana en Twitter y me ha provocado esta reflexión) no tiene que ver con el amor, sino con la felicidad. Resulta que en un periódico digital vi un vídeo con una entrevista a una filósofa, psicóloga y escritora canadiense, Emily Esfahani, que ha escrito un libro titulado ‘El arte de cultivar una vida con sentido’, traducido a más de 15 idiomas.

Su tesis me pareció interesante y la publiqué en Twitter, con el enlace al vídeo: “La búsqueda de felicidad nos hace infelices. Una vida con sentido proporciona, a la larga, un sentimiento de satisfacción más profundo y duradero”. La idea era suscitar un debate sobre “los cuatro pilares para cultivar una vida con sentido”, porque había algunas cosas que no estaban claras (como la diferencia entre el sentido y el propósito). Y, en general, las aportaciones fueron positivas.

Pero, de repente, una respuesta asoció el fondo de la cuestión con el patrocinio del vídeo (un banco que está actualmente en un proceso de ERE) y, entonces, se desvirtuó y tergiversó el debate y comenzaron los insultos y mensajes de odio.

Escalada de odio 

El odio es el virus más contagioso que hay. Y, en una rápida escalada, afecta a todo el que ha tenido un leve contacto. Y así, los mensajes de odio hacia el banco se extendieron pronto a la psicóloga, y también a mí, por haber publicado el tuit. Lo curioso es cómo el odio (o la mala baba) es capaz de relacionar hechos que nadie en su sano juicio (es decir, sin estar envenenado por el odio o la inquina) diría que están conectados entre sí, porque son hechos o actividades diferentes.

Sólo puede explicarse (y entenderse) por la lógica susceptibilidad o sensibilidad de quien está o puede verse afectado por un ERE o por la demagogia de otros, a los que, por motivos ideológicos, les gusta agitar, polemizar e incitar al odio. Menos explicables son los insultos y los mensajes de odio (e, incluso, amenazas) a la pobre psicóloga, que pasaba por allí para hablar de su libro, y a un servidor, que se limitó a actuar de mensajero, para abrir un debate sobre el tema de fondo.

Lo gracioso del asunto fue explicar el sentido de las comillas a los más lanzados. Algunos reconocieron que, con el furor, no las habían visto y pidieron disculpas. Otra, puesta en evidencia, dijo que ‘no aceptaba lecciones’, insultó y bloqueó.

Insultos "ad hominem"

Pero lo peor de todo es que, a falta de argumentos sobre el fondo de un debate, enseguida se pasan a los ataques e insultos personales (me niego a llamarles ‘argumentos ad hominem’, porque justamente es signo de falta de argumentos). Resulta algo chocante que en un debate sobre la felicidad y el sentido de la vida se lean insultos como: ‘estúpida’, ‘majadera’, ‘majadería’, ‘charlitas de mierda’, ‘charlitas positivas flower power’, ‘memez’, ‘memos’, ‘malfoya’, ‘payasa’, etc.

Pero es peor leer amenazas como: “Contra vosotros votamos, mientras se vote. Ya luego por otros medios”. O como: “Ya te mandábamos al mar de la felicidad”. Para, a continuación, inspeccionar (mal) tu curriculum e intentar desprestigiarte. Como creo firmemente en la Libertad de Expresión de todos, incluso para decir tonterías, no creo que haya que hacer nada especial. Me lo tomo con curiosidad y deportividad y ni siquiera silencio ni bloqueo. Contesto sin perder las formas. Pero es preocupante que hagan estas cosas, no ya cuentas bajo pseudónimo, sino, cada vez más, perfiles con nombre y apellido e, incluso, profesores que dan mala imagen de sus centros y a los que no les importa que les lean sus alumnos.

Conclusiones personales 

1. El odio vende. Sólo el tuit inicial que generó el debate y los mensajes de odio alcanzó más de 250.000 impresiones y casi 5.000 interacciones, sin contar las impresiones e interacciones de las respuestas y réplicas del ‘debate’.

2. Aunque hacen ruido, los odiadores son minoría; las respuestas positivas y, sobre todo los ‘retuits’ y ‘me gustan’ les ganan por goleada. Pero la mayoría silenciosa no quiere meterse en líos y prefiere no enfrentarse a ellos.

3. El humor gana al odio, porque el tuit que he publicado que más impresiones e interacciones ha tenido (1.225.000 y 135.000 respectivamente) ha sido un vídeo de humor. Así que, pese a lo que parezca, Twitter merece la pena.

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