OPINION

La bofetada de 'Salvados' a los dogmas de la televisión que no cree en el espectador

Salvados, cinco de cada uno. Un programa en primer plano.
Salvados, cinco de cada uno. Un programa en primer plano.
Salvados, cinco de cada uno. Un programa en primer plano.
Salvados, 1 de cada 5. Un programa en primer plano.

De nuevo, Salvados ha desmontado los dogmas que pretenden simplificar al vacío la televisión de hoy: el espectador no tiene paciencia, dicen, hay que darle todo masticado, dicen. Bien de rótulos, dicen, bien de explicaciones, dicen, bien de mensajes efectistas y sencillos, bien de músicas sensibleras de fondo para dar en la diana de la emoción básica. O, ese espectador, no se quedará en tu propuesta.

De nuevo, Salvados ha desmontado esos simplistas dogmas con un capítulo en el que nadie sabía a qué contenido se iba a enfrentar. Un episodio con un prólogo que deja atrapado a cualquier espectador, atento, intentando descifrar el contenido del programa. El primer plano de la emisión, la calidez del fuego. Después una reunión de personas, que comparten una realidad social con cierto tabú social. Todas, jugando a adivinar. Como el propio espectador. Al otro lado de la ventana, la nieve. Planos vacíos pero muy llenos, que cortan de cuajo una narración cálida, con un impresionante silencio. 

De nuevo, Salvados ha desmontado la televisión del efectismo, del titular redundante, de la prisa intensa pero nada profunda, para afrontar una realidad y explicarla con la fuerza del rotundo primer plano que escucha los datos y la experiencia vital de protagonistas que ponen nombre propio a la realidad, rompiendo huellas tóxicas de la herencia de los miedos y otras oscuridades sociales. Así Salvados afronta una palabra que asusta, que estimatiza: la depresión.

“No quiero que seas la madre de mis hijos porque las enfermedades mentales son hereditarias”. Una frase que marcó a Noelia. “No había nadie dentro de mi”, reconoce Iván (Ferreiro), que también ha participado en esta edición y que ha puesto banda sonora a tantas vidas. "En la tristeza hay belleza, en la depresión no", reflexiona el propio Ferreiro. Aunque la sociedad no siempre permite llorar.  Hasta ahora.

En las cadenas generalistas se piensa que estos temas, tratados sin sensacionalismos extras y condescendencias melodramáticas, espantan a la audiencia. Y ese mismo miedo también lo evidencia Jordi Évole en el propio Salvados. Él mismo cae en este cliché de la TV, como para no, pero este espacio de prime time de La Sexta, cadena generalista privada, consigue romper esos complejos adquiridos a través de la esencia del periodismo documental que crece gracias a los enriquecedores engranajes de la esencia de la narrativa televisiva.

Esa narrativa que plasma de bruces la historia de la gente -con su iluminación, con sus miradas, con sus silencios, con su verdad sin edulcorantes-. Una gente que representa la evolución de la sociedad de este tiempo. Una sociedad que intenta superar convencionalismos, eufemismos y protocolarias herencias de dictaduras colectivas que definían dañinas líneas para, por ejemplo, aparentar éxito... o fracaso. Para dibujar estigmas.

El programa de esta noche ha derribado ambigüedades sociales, emocionales y también de la televisión generalista, donde aún cuesta afrontar términos como depresión o suicidio. Un programa que ejemplifica la televisión que no silencia, la televisión que escucha.

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