OPINION

Chávez, el martillo de Venezuela

Apenas aterricé en el aeropuerto de Maiquetía en julio del año pasado, tenía tanta hambre que mi hija y yo salimos disparados a una hamburguesería. Pedimos una hamburguesa, unos palitos de queso, una ensalada y dos refrescos. Eso fue todo.

Pagué con tarjeta de crédito y como todo está automatizado, inmediatamente mi banco me envió un sms verificando que esa frugal comida para dos costó casi 80 euros. ¿Ochenta euros? ¿En una hamburguesería? Eso quería decir que nuestro sencillo menú era como comer en un restaurante de cinco tenedores en Madrid, pues salíamos a casi 40 euros por barba, a pesar de que compartimos un primer plato, y pedimos dos segundos, de los cuales uno era una ensalada. Nada de postres, claro.

Esa fue la realidad venezolana que seguí palpando a medida que pasaban los días. Un desayuno consistente en un café con leche y un cachito (un cuerno de pan con queso y jamón), en una cafetería normal y corriente, me salió por cuatro euros, casi el doble que en España.

Todo estaba por las nubes para un recién llegado de España o de Europa o de EEUU, daba igual. Los precios se mantenían en un nivel astronómico, desde unas entradas para el cine hasta una comida en un restaurante. Me acuerdo de que fuimos diez personas a comer en un restaurante bueno, con un plato cada uno, y algo de picar. De las cuales tres eran niños que apenas comían, todo lo cual nos salió por casi mil dólares. Me quedé de piedra.

Mi pregunta era: si yo tengo problemas para pagar estos precios, ¿cómo hacen los pobres? Venezuela tiene una población pobre que abarca entre el 60 y el 70% del país. Pobres de verdad, a la sudamericana, no el pobre español que tiene Seguridad Social garantizada, comedores públicos y que no se muere ni de hambre ni de enfermedad. Allí te mueres de hambre, de enfermedades, si es que antes no te pegan un tiro los malandros (los delicuentes). En Venezuela se asesinan más de 10.000 personas al año. Mueren más infelices en un año que en los peores tiempos de la Guera de Irak. Y el 99,99% son de barrios pobres.

La locura de precios estúpidos se debía a que Chávez, por decreto, había estalecido un cambio de 2,15 bolívares por dólar, lo que, en consecuencia, daba unos 3 bolívares por euro. Pero en el mercado negro, los precios eran diferentes: 6 bolívares por dólar y 9 por euro. Eso era más lógico, cuando uno hacía la comparación con los precios de España y cuando uno deducía que Venezuela no estaba en el primer mundo.

El mercado negro de divisas se crea cuando se restringe el mercado oficial y éste no representa los precios reales. Dado que en Venezuela se importa todo menos las tormentas, los empresarios necesitan divisas para pagar esas mercancías, y cuando hablamos de divisas hablamos de cualquiera excepto el bolívar, que ya no se acepta en los mercados de cambio. El Gobierno impone duros controles sobre la compra de dólares, de modo que los empresarios los adquieren en el mercado negro, a tres veces su valor oficial. Lo cual aumenta la inflación, por supuesto.

La inflación oficial en Venezuela es del 25%, pero los expertos calculan que debe sobrepasar el 30% y llegar al 50%. Lo dicen porque las estadísticas oficiales son cada vez más oficiales y menos estadísticas. Están politizadas. Por ejemplo, el Gobierno de Chávez dejó de publicar los datos de los asesinatos desde 2005 ya que esa imagen afecta mucho a cualquier país, espanta a los turistas y es el primer índice de que ese país es, como dicen los venezolanos, "pura pérdida".

El PIB venezolano ha caído porque es un país donde no hay apenas base industrial, y la poca que había, está siendo nacionalizada y puesta en manos de personas que no saben distinguir el manual de instrucciones del papel higiénico. Los economistas venezolanos, reunidos en la academia, se pasan el día denunciando el desastre económico en que ha caído el país, la falta de credibilidad, y sobre todo, la falta de garantías para la propiedad privada. Si no hay garantías, la inversión extranjera huye. (ver www.analitica.com).

Chávez no es capaz de reconocer ni un solo error. Ha caído en el síndrome del visionario, según el cual todos los males proceden de los empresarios, los comerciantes, los españoles, las multinacionales, la clase conservadora, Estados Unidos, y de seguir así, de los extraterrestres, del ratoncito Pérez y es posible que de Cristóbal Colón.

Yo vi en Chávez una esperanza cuando fue elegido presidente en 1998. Creí que un hombre del Ejército tendría la fuerza de mando para acabar con los crímenes del país, y que convertiría a Venezuela en una tierra productiva e ilusionada, que sacaría las mejores cualidades de los venezolanos. También pensé que acabaría con la pobreza, pues la mayor inestabilidad de un país es la diferencia social. Creí que Chávez reconstruiría un país diezmado por 40 años de políticos corruptos, ineficades y ladrones.

Mi mamá, que vivía en Caracas, me dijo que yo estaba equivocado, que Chávez era mala persona.

Como siempre, las madres tienen razón.

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