OPINION

Guerra entre keynesianos y friedmanitas

De pequeño, en España se jugaba en las escuelas a ser de Roma o de Cartago. Era una batalla de sapiencia en la cual el profesor hacía preguntas de cultura general, y los niños respondían como podían. Como este país siempre ha sido muy partidario de las huestes salvajes, todos los niños queríamos ser cartaginenses.

De mayores, la polémica es ser keynesiano o friedmanita, aunque hasta hace poco, estos últimos eran los cartaginenses de la economía.

Los primeros, en teoría, son partidarios de la intervención del Estado en la economía, como más o menos propugnaba Lord John Maynard Keynes, el economista británico del siglo pasado. Los segundos amarían a Milton Friedman, profesor de la Escuela de Negocios de Chicago, premio Nobel, y defensor de la libertad del individuo en el mercado, y que el Estado no metiese sus narices por allí.

Hasta hace unos meses, casi todos los economistas eran friedmanitas. La libertad de mercado había dado más placeres a la economía que las Mil y una Noches. Los empresarios movían las dinamos de las naciones, los emprendedores creaban riqueza, empleo, progreso, invenciones, y el Estado, puaj, pues más o menos era un estorbo, una carabina en medio de una relación amorosa entre los empresarios y el dinero.

Así estaban las cosas, hasta que la libertad de mercado creó los productos derivados, los CDO, los CDS, los junk bonds, y otras maquinaciones financieras, gracias a las cuales, miles de brokers en todo el mundo se dedicaron a extender la porquería con sus ventiladores especulativos. Esas innovaciones eran tan modernas que no las entendían ni los banqueros. En realidad, no las entendían ni los que las vendían, pero esto no es algo preocupante porque uno va a una tienda de ordenadores y el vendedor sólo sabe que ON es conectado, OFF, apagado y poco más.

Lo que pasa es que no se puede comparar un ordenador a un producto financiero. Bancos, cajas, países, inversores de todo el planeta tierra compraron estos productos, se fiaron de ellos, y al final se dieron un tortazo. Y vinieron los keynesianos y dijeron: "¿Veis lo que pasa cuando no hay control del Estado? Pues lo mismo que cuando hay carreteras sin señales de tráfico, que nos pegamos un tortazo".

De la noche a la mañana, surgieron de nuevo los keynesianos para salvar el mundo.

Keynesianos, guste o no, han sido los gobiernos de EEUU, de Gran Bretaña y de media Europa porque han tenido que intervenir bancos al borde de la ruina, empresas a punto de quebrar, y gracias a una lluvia de millones que nada tiene que envidiar al Gordo de Navidad, salvaron al sistema financiero, a los ahorradores y casi al mundo entero.

La prueba es que la gente compra como churros los libros sobre Keynes o de Keynes, uno de los cuales se llama "El regreso de Keynes". Escrito por Robert Skidelsky, uno de los mayores biógrafos del economista inglés, echa la culpa de nuestras desdichas al imperio de la Escuela de Chicago desde los años setenta, que sentenció la muerte prematura del keynesianismo.

Hay muchos más pero el último ensayo se ha podido leer en la revista americana The New Yorker. Allí el autor John Cassidy escribe un artículo extenso como trompa de elefante, donde explica cómo los viejos friedmanitas resulta que ahora son keynesianos, como Richard Posner, que acaba de escribir un libro titulado "A failure of capitalism" (Un error del capitalismo), abonándose a la idea de que la dichosa Escuela "is death". La ha palmado, vamos.

Eso vienen diciendo muchos economistas vengativos, pero ya que esa revista está considerada la luz de la intelectualidad norteamericana, se espera una repercusión larga y polémica.

Una de ellas ha venido de la mano del blog The Curious Capitalist, que publica times.com, donde Justin Fox afirma que la Escuela de Chicago en realidad ha quedado como una ensaladilla de tendencias de frikonomistas, friedmanitas, behavioristas, "fontaneros financieros" y demás, lo que era más o menos en los años cincuenta.

Esto al final ha servido para que Casidy vendiera más libros de su "Así fallan los mercados: la lógica de las calamidades del mercado", donde pone en duda el mito de mercado racional. Justo ese es el nombre de otro libro del mismo corte (El mito del mercado racional) escrito por Justin Fox, el bloguero de Times, quien saca las tripas de todo lo que queda del friedmanismo.

Lo importante de toda esta polémica es que la economía, como las mareas, va unas veces hacia adelante y otras hacia atrás. La verdad es que el Estado nunca ha dejado de intervenir en la economía, y lo que se le echa en cara es que no fue diligente para detener los riesgos de ciertos productos financieros porque veía que la cosa funcionaba. La libertad de mercado es buena cuando el Estado promulga leyes que protegen la propiedad, facilita la apertura de empresas, estimula a los emprendedores y castiga a los que se portan mal. Siempre ha estado ahí, gracias a Dios, y por eso, las economías nunca han dejado de ser una mezcla de keynesianismo y friedmanismo.

Yo siempre he simpatizado más con Keynes, pero al final, voy a lo práctico y cuando alguien pregunta cuál es el mejor sistema económico, suelo responder con eso que el filosofía se llama una tautología, o sea, una verdad de cajón: la mejor economía es la que funciona a corto, medio y largo plazo.

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