OPINION

Y tú, ¿cuánto tiempo pierdes en internet?

Cuando pregunto a la gente cuánto tiempo de su jornada laboral dedica a cuestiones personales en el mail o en internet, me dicen que entre una o dos horas al día. Pongamos una hora de cada ocho horas de trabajo normal. Un octavo.

Eso significa que en los próximos ocho años de trabajo dedicarán un año entero a pajarear por la red, o que en los dieciséis años que vienen, estarán dos años haciendo tonterías por mail o por internet, cosas que no tienen nada que ver con los asuntos profesionales.

Luego les digo que, si ellos fueran empresarios y supieran que van a regalar dos años de trabajo a sus empleados, dos años de sueldo, en caso de que estos trabajadores estén 16 años en plantilla, entonces ponen cara de preocupación. No, claro, no los regalarían.

Eso supone un coste pero nadie lo calcula. Un coste productivo porque en lugar de tener a sus profesionales rindiendo, los tienen allí pajareando. No sólo son dos años de salario regalados, sino que durante ese tiempo, la empresa se ha gastado esos dos años en electricidad, en ordenadores que hay que comprar, amortizar y cambiar, en aparatos que hay que reparar, en servidores que alojan documentos y mensajes personales, y en mesas y sillas para que estén sentados chateando con amigos, o viendo webs de coches, de lámparas, moquetas y edificios, en fin, todo eso.

Eso, sin contar con el teléfono pues a lo largo de nuestra vida laboral, todos hemos empleado los teléfonos de la empresa para realizar llamadas personales.

No es un sacrilegio hacer eso porque nos pasaremos un tercio de nuestra vida en la empresa, y a esas horas, necesitamos saber cómo va la cuenta corriente, qué les pasa a los niños o si nuestros padres están con buena salud.

En el fondo, las empresas permiten esas actividades no profesionales mientras no exista abuso. Se fían de la buena fe de los trabajadores.

Creo que, mientras no se abuse, esas actividades personales son naturales y deben ser permitidas. El problema es que hoy día es muy fácil dedicar cada vez más tiempo a esas cuestiones gracias a las redes sociales, a la necesidad de estar informados, a ver qué pasa por el mundo, o a comprobar si hemos recibido un mail. Y es muy fácil hacerlo sin despertar sospechas.

Antes, si una persona estaba leyendo el periódico en horas de oficina, el jefe se daba cuenta porque el periódico o la revista abierta en la mesa de trabajo eran la prueba. Ahora, podemos estar media hora leyendo en marca.com si ha caído nuestro equipo en la Champions, o cómo celebró Fernando Alonso su triunfo en Bahrein, y nadie más se entera.

Eso cuesta dinero. Quiero decir, eso le cuesta dinero a la empresa, que ha arriesgado su patrimonio para darnos un puesto de trabajo, y espera, a cambio de un salario, que nuestra dedicación sea al 100 por 100.

Insisto en que son actitudes que deben estar ligadas a la confianza. No se va a arruinar la empresa porque estemos unos minutos redactando un correo electrónico personal. Es más, cierta libertad en este territorio es buena para la productividad, pues el trabajador resuelve sus asuntos y se siente menos preocupado. Al menos, eso parecen demostrarlo algunos estudios.

Pero ¿cuál es la frontera entre lo normal y lo anormal?

Que cada uno haga revise sus costumbres y que se pregunte que, si fuera empresario, le regalaría una hora de salario al día a cada empleado para que éste vea los resultados de la Liga por internet.

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