OPINION

¿Qué puede aprender la Administración de la economía colaborativa?

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esde que Rachel Botsman publicó What's Mine Is Yours y sobre todo de su persuasiva charla en un encuentro TED allá por el 2010, se encendió la mecha y lo colaborativo comenzó a hacerse un hueco indiscutible en la realidad actual. Y dio nombre a la conocida hoy como Economía colaborativa, con acento en lo que compartimos y no en lo que poseemos. Con una nueva moneda: la confianza.

Este es, sin duda, un cambio económico profundo que democratiza el acceso a la producción, el consumo, la educación y las finanzas, que son los cuatro pilares de la economía colaborativa. Pero es mucho más. Estamos viviendo y asistiendo a una transición desde unas instituciones centralizadas, jerarquizadas y controladas por unos pocos hacia unas nuevas instituciones de las comunidades conectadas que colaboran y están abiertas a los ciudadanos. Aquí quería yo llegar. A la política colaborativa.

Se suele afirmar que de todas las crisis se obtienen lecciones positivas; que superar una coyuntura difícil nos hace más fuertes, reafirma nuestros valores y nos permite acometer los cambios necesarios para que no vuelva a ocurrir. Y lejos de constituir un vano consuelo, la historia nos demuestra que es una consecuencia cierta aunque lamentablemente de las crisis también se deriven efectos menos enriquecedores.

Pero centrados en considerar la crisis como una oportunidad y en concreto en la experiencia más cercana vivida en nuestro país, quiero hoy reflexionar sobre el cambio de modelo de gestión de las administraciones públicas que nos ha dejado la reciente crisis económica padecida en España: un modelo basado en la colaboración, en la elaboración de estrategias conjuntas y la aplicación de políticas coordinadas basadas en la eficacia y la eficiencia. En lo mío es tuyo entre ciudades.

En las administraciones públicas hemos llegado en los últimos años a una convicción que las personas asumimos desde el principio de la creación: nunca se llega tan lejos como cuando se camina juntos. Así, la colaboración se ha planteado como un principio de sostenibilidad para que las ciudades podamos seguir prestando los servicios públicos de calidad a nuestros vecinos pero -también- como un elemento de intercambio de experiencias que incrementan nuestro bienestar.

De la mano del desarrollo tecnológico, en estos años venimos trabajando en red, habiéndose impulsado nuevas asociaciones que refuerzan un planteamiento con el que ya se venía trabajando en entes como las mancomunidades, consorcios o asociaciones metropolitanas.

Ahora, con la necesidad de ser más eficientes y eficaces, con unos recursos naturales y económicos cada vez más escasos, y con unas herramientas de innovación que lo facilitan, hemos extendido este modelo colaborativo con muy buenos resultados. Redes o asociaciones como la Red Española de Ciudades Inteligentes, la Red de Ciudades por el Clima o la Asociación de Municipios del Camino de Santiago. Pero más allá de que estas asociaciones se dirijan a un ámbito u otro, lo importante es que “comparten el deseo por compartir”.

Su creación, alguna muy reciente, se basa en la confianza, en unir fuerzas por el bien de todos; en colaborar para que todos -pero también cada uno- progrese.  La política colaborativa sí que es la nueva política. Es un modelo que nos está proporcionando bienestar social y creación de empleo pero me atrevo a decir que es una fórmula que ha llegado para quedarse, una vez superada la coyuntura más difícil, porque es válida para seguir afrontado todos los retos que el futuro nos vaya presentando.

Siempre seremos más fuertes, más sabios, cometeremos menos errores y correremos menos riesgos con ellos si vamos de la mano, si nuestra moneda es la confianza; eso sí, con lealtad y sentido de la responsabilidad, que no es otra cosa que la solidaridad que permite que todos avancemos, sin dejar a nadie atrás.

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