OPINION

¡Prepárense, empresas! Rajoy, Sánchez y Rivera 'italianizan' España

Rajoy Rivera Sánchez
Rajoy Rivera Sánchez

Una palabra definía el viernes el sentimiento de muchos socialistas: desconcierto. Pedro Sánchez, ante su enésima oportunidad de enrolarse en las grandes ligas, volvía a poner sobre la mesa un planteamiento mezquino y de vuelo bajo. Con su habitual falta de emoción, confirmó lo que gran parte de la vieja guardia del PSOE tiene claro desde hace años. Lo explicitaba uno de ellos sin ambages: “Solo piensa en él”. Con Rajoy muerto –bastaba con negociar con Ciudadanos una moción de censura instrumental-, se atrincheró en un desafío sin fechas y abrió una rendija de supervivencia al PP al alejarse de Rivera y entregarse a nacionalistas e independentistas. Desde ese momento, los populares han pasado al ataque sin cuartel y, lo que es peor, el propio Sánchez y los suyos se han visto obligados a justificarse y garantizar que no hay acuerdo alguno cerrado con quienes cuestionan la unidad de España. Todo para consumo interno. ¿Recuerdan por qué se rompió el partido hace apenas meses?

El mal medido órdago de Sánchez apartó el foco del núcleo del problema, véase una sentencia que abrasa al presidente del Gobierno y a la formación que lo sustenta. Solo dos párrafos de la misma, en hechos que el fallo da por probados, son suficientes para reflexionar. “Al menos desde el año 1996 –expone la Audiencia-, los contratos comerciales de Correa con el Partido Popular fructificaron y fueron paulatinamente intensificándose hasta el punto de terminar convirtiéndose, a partir de un determinado momento, en la actividad negocial prácticamente principal y única del entramado empresarial creado ‘ad hoc’ por Correa con sus colaboradores, que fue conformando su estructura organizativa y de funcionamiento a las características de la actividad desarrollada en torno al Partido Popular y a una buscada opacidad”.

Y remacha la prolija argumentación: “Correa mantenía una estrecha y continua relación personal, incluso de amistad, con altos dirigentes del partido político, hasta el punto de dispensársele un trato de preferencia en su sede central de la calle Génova, entrando y saliendo del edificio a discreción sin pasar por ninguna case de control ni escáner, incluso accediendo libremente al parking reservado a dicha sede”. El citado Correa ha sido condenado a 51 años de prisión por cohecho, estafa, blanqueo o prevaricación, entre otros muchos delitos.

Ante todo eso, “lo que ha quedado claro –explicaba el mismo viernes un exdirigente del PSOE- es que Rivera no va dejar a Sánchez que se consolide si logra estar unos meses en el gobierno y Sánchez no va a facilitar unas elecciones que encumbren a Rivera. Desde la ciénaga, el PP va a pasar al ataque y, con suerte, en tres días se ha olvidado la sentencia y se vuelve a hablar de Cataluña”. Sobre esta tesis pareció apoyarse este fin de semana Román Escolano para arrimar el ascua a su sardina y asegurar que la moción de censura pone en riesgo “la estabilidad económica y política” de España. Un argumento entendible desde su posición, pero con derivadas. No en vano, la estabilidad actual que defiende el ministro de Economía apenas ha permitido sacar adelante una decena de leyes en una legislatura perdida sin remedio.

El ‘impasse’ político que se avecina –moción mediante- no es diferente del frenazo que ya se vive desde que Rajoy arrancó el mandato bajo mínimos. Barclays, en una nota a sus clientes institucionales, ponía los puntos sobre las íes tras bajarse el telón del vodevil el viernes. Según su planteamiento, todo apunta a que en unas elecciones –se celebren más pronto o más tarde- Ciudadanos tendrá suficiente apoyo para formar gobierno con PSOE o PP, y esa coalición es la que dotaría a España del “más reformas” y de la estabilidad que reclama Escolano. Más importante aún, el peso en el voto de esos tres partidos aleja un escenario populista ‘a la italiana’, un escenario temible tras ver cómo el pacto entre la Liga Norte y Movimiento Cinco Estrellas ha disparado la prima de riesgo transalpina por encima de los 200 puntos básicos. De una forma o de otra, España debe aspirar a una coalición de gobierno estable, más que a una aventura de Sánchez o un enroque popular.

El parón de los últimos años y la incertidumbre recurrente ha provocado que -a imagen y semejanza del caos ordenado en el que desde hace años parecen moverse políticos y empresas italianas- las grandes compañías españolas se hayan desalineado de las dinámicas políticas. En ese sentido debe entenderse una reflexión que ha pasado del todo inadvertida pero que tiene un enorme calado. El flamante presidente del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), Francisco Riberas, a la sazón dueño de Gestamp, abanderaba recientemente una vuelta al principio de los ‘campeones nacionales’, una tesis lanzada en su día por el primer gobierno popular y que buscaba potenciar a las grandes empresas de raíz española. Todo con el fin de que pudieran competir con garantías en el mercado internacional, al tiempo que se preservaban sectores nacionales estratégicos. En el fondo, lo que traslucía su pensamiento era la necesidad de generar una ‘hoja de ruta’ común, una senda por la que empresas y poderes públicos puedan ir de la mano en aspectos en que pueden apoyarse. Algo obvio y que se echa de menos.

“En este punto, lo más importante es no confundir los deseos con la realidad -subraya un prestigioso analista político-. Rajoy lleva meses en una burbuja, sin enterarse de que no puede seguir así mientras Ciudadanos le come la tostada. Sánchez es un aventurero. Y Rivera, que es el que más claro lo tiene, debe esperar un año a los primeros comicios que pueden darle un empujón definitivo. Se les ha ido la mano en su último acto con la bandera, pero lo saben y no se va a repetir…”. El problema es que en el plazo de un año hay que afrontar revisiones de rating de las principales agencias de calificación –y la deuda puede ser un problema-, otros doce meses de parálisis legislativa y hasta el riesgo de contagio italiano… Más lo que pueda venir. En fin, una montaña rusa que, en ese punto, se antoja insoportable.

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