Libertad sin cargas

Rebrotes en una economía de ultratumba

Rebrote Lepe
Rebrote en una economía de ultratumba.
Europa Press

Fue conocida como la peste azul. “¿Qué es el cólera? ¿Es un viento mortal? ¿Son insectos que nos tragamos y que nos devoran? ¿Qué es esta gran muerte armada con su guadaña, que, atravesando las montañas y los mares, ha venido como una de las terribles pagodas adoradas a orillas del Ganges para aplastarnos en las orillas del Sena bajo las ruedas de su carro? De haberse abatido este azote entre nosotros en un siglo religioso, y haber sido amplificado por la poesía de las costumbres y de las creencias populares, habría dejado un cuadro impresionante”. Y remataba François-René de Chateubriand, en la epopeya que constituyen sus majestuosas ‘Memorias de Ultratumba’, publicadas a mediados del siglo XIX, con un aviso a los navegantes que seguirían sus pasos a lo largo de la historia: “¿Cómo pasó el azote, chispa eléctrica, de Londres a París? Nadie sabría explicarlo. Esta muerte antojadiza se concentra a menudo en un punto del suelo, en una casa, y deja indemnes las inmediaciones de este punto infestado; luego vuelve sobre sus pasos y retoma lo que había olvidado”.

Hasta 12 comunidades autónomas afrontan en estos días nuevos estallidos de un coronavirus que parecía debilitarse con la llegada del verano y, sobre todo, por las estrictas medidas de confinamiento. Reuniones en playas para celebrar la noche de San Juan, fiestas en discotecas sin mascarillas ni, por supuesto, distancia de seguridad alguna o, simplemente, relajación en los puestos de trabajo. Todos ajenos a ese dogma de las epidemias más salvajes de la historia, a la sazón tercas, sañudas, capaces de “volver sobre sus pasos” y arrasar con lo que “habían olvidado”. Y falta por aterrizar en los principales destinos turísticos el habitual contingente de visitantes británicos o alemanes, ávido de sol, sin pasaporte sanitario y que complicará hasta la extenuación el control de unos brotes hasta ahora localizados. Woody Allen finiquita ‘Annie Hall’ con el glorioso chiste del hombre que va el psiquiatra quejándose de que su hermano dice ser una gallina… y confesando la imposibilidad de ingresarle en un sanatorio porque necesita los huevos. Una metáfora de la relación coste-beneficio de las relaciones humanas. A España le sucede lo mismo con el turismo: es irracional darle alas en estas circunstancias… pero necesitamos los huevos. Al final del día, un país en la encrucijada.

Precisamente, quien mejor ha retratado ese cruce de caminos ha sido el Banco de España y su cabeza visible, Pablo Hernández de Cos, que durante estos meses de oscuridad se ha convertido en una punto de luz para entender el impacto en la economía de la crisis sanitaria. El último informe trimestral del supervisor, avanzado en parte por el gobernador durante su última comparecencia en el Congreso, se sustanció informativamente con el titular generalizado de que la economía española se desplomó más de un 20% en el segundo trimestre del año. Sin embargo, entre líneas, el mejor servicio de estudios del país dejaba datos esclarecedores sobre el impacto de la pandemia y, sobre todo, avisaba de que la tragedia aún no apunta a su acto final. “De cara al futuro, todavía se mantendrá un grado de incertidumbre elevado durante algún tiempo, en tanto no exista un remedio médico efectivo (…) En estas condiciones, el retorno a la actividad económica será incompleto en las ramas en las que la interacción personal desempeña un papel más relevante, como la hostelería o el ocio”. No es casualidad que el impacto en España, tan dependiente de esas áreas en su estructura productiva, sea muy superior al experimentado por sus socios. Alemania, en lo más duro de su confinamiento, ‘apenas’ registró caídas del 13%.

Durante las dos semanas en las que el Gobierno suspendió las actividades no esenciales, la reducción de la producción se habría situado en la friolera de un 50%

Los números cantan… y asustan. Desde la entrada en vigor del estado de alarma, el 15 de marzo, hasta que comenzó la desescalada, el 4 de mayo, “la actividad económica en España habría disminuido en torno a un 30% con respecto a su nivel en ausencia de pandemia”. Durante las dos semanas en las que el Gobierno suspendió también las actividades no esenciales, la reducción de la producción se habría situado en la friolera de un 50%. En esos días, por ejemplo, el tráfico por autopista cayó un 75% en tasa interanual. Un país paralizado y un escenario que, en su conjunto, habría provocado efectos devastadores en las economías domésticas: “La tasa de ahorro de los hogares habría mostrado un fuerte repunte en el segundo trimestre del año (…) En todo caso, la capacidad de repago de las deudas de parte de sector se habría visto resentida por el descenso de sus ingresos”. En roman paladino, con millones de españoles en ERTE o, directamente, despedidos, con nóminas menguantes, el Banco de España anticipa que será complicado para muchas familias afrontar el pago de sus créditos.

Más inquietante incluso es que las pequeñas y medianas empresas, que constituyen un 99% de un tejido empresarial español carente de tamaño, hablen abiertamente de un colapso de la financiación. “De cara a los próximos meses, un porcentaje neto elevado de las pymes de nuestro país prevé que, para el periodo que va desde abril a septiembre de 2020, podría producirse un importante deterioro en su acceso a la financiación bancaria, hecho que no ocurría desde la crisis de deuda soberana de 2012”, expone el organismo con sede en Cibeles en una comparativa espeluznante. Es más, el sentimiento pone en solfa tanto el programa de garantías públicas como la percepción de que la situación económica de las compañías puede mejorar significativamente. Como ya se apuntó recientemente, la sensación generalizada en el sector empresarial es que la vuelta de verano será un momento crítico. Las firmas más saneadas se convertirán en estructuras menos rentables y más endeudadas. Las que ya arrastraban problemas no sobrevivirán. Todo mientras las ayudas europeas se retrasan hasta primeros de año, en paralelo a la negociación del marco financiero plurianual.

Ante semejante ruina, si algo no puede permitirse España en este momento es una vuelta atrás en la desescalada. No somos los primeros con la tentación de mirar hacia otro lado. “El cólera nos llegó en un siglo de filantropía, de incredulidad, de periódicos, de gobierno laico -escribía Chateaubriand en mayo de 1832-. Este azote sin imaginación no encontró viejos claustros, ni religiosos, ni criptas, ni tumbas góticas; como el terror en 1793, se paseó con aire burlón a plena luz del día, en un mundo totalmente nuevo, acompañado de su boletín, que refería los remedios que se habían empleado contra él, el número de víctimas que había causado, en qué fase estaba, las esperanzas que se tenían de verlo acabarse de nuevo, las precauciones que había que tomar para protegerse de él, o que había que comer, cómo convenía vestirse. Y cada cual siguió dedicándose a sus menesteres, y las salas de espectáculos estaban llenas”. La Covid-19 irrumpió en la era de la globalización, de la ciencia y de la Inteligencia Artificial. Y sin embargo, pese a ese conocimiento, los comportamientos en muchos casos muestran el mismo nivel de irreflexión y libertinaje que relataba el literato francés hace casi dos siglos. “Soy un hombre, nada de lo humano me es extraño”, dejó para la posteridad Terencio. Como siempre sucedió, el coste de la contumacia puede ser abisal. Avisados estamos.

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