Bromas, ateísmo, miedo, respeto... lo que viví en Cuba con la visita de Juan Pablo II

  • Con 23 años tuve la suerte de vivir en la misma Cuba un acontecimiento histórico: la visita de Juan Pablo II, la primera de un pontífice a la Isla.

    Por encima de los gestos y discursos políticos, varias anécdotas de la sociedad cubana se me quedaron grabadas en la memoria.

Juan Pablo II fue el primer papa que visitó la isla de Cuba. Fue el año 1998.
Juan Pablo II fue el primer papa que visitó la isla de Cuba. Fue el año 1998.
L.I.

Con 23 años tuve la suerte de vivir como periodista en Cuba uno de los momentos históricos de la Revolución: la visita del papa Juan Pablo II, la primera de un pontífice a la Isla. Corría el año 1998. La trayectoria de Wojtyla y Castro no podía divergir más. Uno había contribuido a destruir el comunismo en Europa y otro a extenderlo por Hispanoamérica, especialmente por El Salvador, donde yo había iniciado mi labor profesional (dato curioso: hoy precisamente se cumplen 20 años desde que llegué allá recién licenciado).

Aterricé en Cuba con los ojos bien abiertos. Como suele ocurrir, la memoria selecciona los 'flashes' de las experiencias humanas. Poco recuerdo de los discursos oficiales y los gestos diplomáticos. Pero conservo algunas experiencias que hoy, el día que me despierto con la muerte Fidel, vuelven a mi memoria. Selecciono algunas:La simpatía de los cubanos

No había conocido a ninguno en mi vida hasta entonces, pero pronto descubrí su carácter afable, su extraordinario sentido del humor a pesar de las carencias, y su notable educación. Cierto que tras ese humor se revelaba a veces buenas dosis de resignación, pero también es cierto que facilitaba la relación con cualquier persona.El cariño hacia los españoles

Teniendo en cuenta que Cuba había sido la última colonia en independizarse de España, temí encontrarme con algún recelo por mi condición de gachupín, como llaman a los españoles establecidos en México o Centroamérica. Todo lo contrario. Mi condición de español solo suscitó palabras amables. Recuerdo a un sonriente periodista mulato que me acompañó en algunos momentos y que me decía, con una gracia que el lenguaje escrito me impide transmitir: “Oye, Juan Bosco, que los españoles y los cubanos somos como hermanos. ¡Nosotros también gritamos ‘¡coño!’ cuando algo nos sorprende!”.El ateísmo respetuoso

Hablé con libertad con personas que acudían a los actos del papa. En la última misa que se celebró en la misma plaza de la Revolución, bajo el inmenso retrato del Che Guevara y con la asistencia del mismo Fidel y de otros jerarcas del régimen, no faltaban asistentes anónimos que se declaraban abiertamente ateos. “Esto es un acto religioso pero también patriótico con un líder muy importante como Juan Pablo II, y hay que estar aquí”, me decía un padre de familia. No fue el único, recuerdo una chica que atendía la sala de prensa que me dijo lo mismo: “Yo soy atea, pero respeto al papa”.La religión ya no era perseguida, pero sí lo había sido

En la ciudad de Santa Clara viví un amanecer en una pequeña parroquia. Cualquiera puede imaginarse la emoción que embargaba a muchos de aquellos fieles, sobre todo los más veteranos. Habían padecido el ostracismo de un régimen declaradamente marxista-leninista y ateo. Demasiados cristianos habían sufrido persecución, vejaciones y cárcel a causa de sus creencias. La descristianización del país era un hecho palpable. Pero la Iglesia seguía presente, la devoción a la Virgen del Cobre persistía en el pueblo y las esperanzas de un nuevo amanecer del cristianismo habían reverdecido con la llegada de Juan Pablo II a Cuba.

La ley del silencio imperaba en las calles

Como cualquier periodista, yo estaba alerta por si descubría algún conato de protesta en las calles. Sólo me percaté de uno, y apenas conseguí averiguar qué lo había causado. Caminaba por las calles de un barrio céntrico de La Habana cuando escuché gritos y ruidos. Logré entrever a dos personas peleándose, pero no logré averiguar por qué. Cuando intenté acercarme, se me echaron encima unos hombres, entre ellos algún uniformado. Quien me habló no lo estaba: “¡No ha pasado nada, no ha pasado nada!”. No contestaron a ninguna pregunta. No me agredieron ni me empujaron, pero me dejaron claro que debía marcharme de allí inmediatamente. Los dos involucrados en el incidente desaparecieron rápido. No pude averiguar más.El comunismo había producido sus efectos más típicos: todos eran pobres.

Visité algunas viviendas de compañeros periodistas. Los edificios de La Habana parecían paralizados en los años 50. De hecho, es lo que realmente había ocurrido. Visité el apartamento de un compañero periodista. Las puertas estaban abiertas, ignoro si por el calor o porque en muchos casos no había ni puertas. Bastaba echar un vistazo alrededor para tener la impresión de que el edificio podía colapsar en cualquier momento. El vecindario de ese viejo bloque se divertía comentando la anécdota que había sucedido aquella noche: uno de los vecinos había roto su cama en plena coyunda con su pareja. Se había escuchado en todas las viviendas, por lo que los vecinos no podían contener las risas ni los comentarios mordaces.¿Todos eran pobres? Los jerarcas no

Los cubanos tenían asimilada con naturalidad aquella máxima que relataba “Rebelión en la granja”, aquella novela-parábola sobre el comunismo escrita por el británico George Orwell: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. La esposa de un compañero periodista local me hablaba de un jerarca cubano, quien ejercía de conexión diplomática entre el castrismo con el FMLN salvadoreño, que disponía de “un barco velero”. Cuando inquirí si no le sorprendía que un líder comunista gozara de semejantes lujos, hizo un rictus de indiferencia y me contestó algo así: “Bueno, tiene una alta responsabilidad, se entiende que deba relajarse”.No había nada en la farmacias, pero me curaron el asma

Nada más llegar, no paré de estornudar y comencé a respirar con dificultad. Algún alérgeno de la isla me estaba provocando un ataque de asma y yo me había dejado en casa las pastillas. “No te preocupes, que mañana te llevo a una farmacia”, me dijo el guía que me acompañaba. Llegué a un local bastante grande, con paredes enlosetadas de color verde chillón, en donde no había absolutamente nada, salvo un mostrador y muchos anaqueles vacíos. No ningún cliente esperando. Conté al dependiente lo que me pasaba. “Espere un momentito”, me dijo, y se introdujo en una habitación anexa, donde conversaban varias personas. Cuando llevaba más de cinco minutos esperando solo allí, elevé la voz para preguntar por mis pastillas. Salió el farmacéutico y me dijo: “Tranquilo, le están preparando el antihistamínico”. Me quedé sorprendido: “¿Que me lo están preparando?”. Al rato salió con un frasco: “Tómese unas cuantas gotas de este compuesto cada ocho horas”. Yo estaba alucinado. Me cobraron tres dólares y me fui. En 24 horas se me había quitado la alergia.Las colas formaban parte del paisaje

El comunismo es consustancial a las colas en los establecimientos. Entre todas las que vi, no olvidaré una en una popular plaza de la ciudad de Santa Clara. Estaba amaneciendo. Después de conducir toda la noche desde La Habana, y teniendo en cuenta que en pocas horas debía ponerme a trabajar otra vez, decidí dormir en el coche, un 'Daewo fino' más chiquito que una lata de cerveza. Cuando me desperté, me llamó la atención la cola desplegada ante un local cercano. Me acerqué a preguntar de qué se trataba, y me informaron que era una cafetería. Entre los que esperaban su turno para tomarse un café se encontraban varios empleados de la limpieza. A las puertas del local había dos funcionarios. Uno daba un número a quien se acercaba. Y otra cantaba el número de quien debía entrar cada vez que salía otro cliente. Aún conservo esa escena kafkiana grabada en mi retina.Sí, se notaba la instrucción académica en la sociedad

Cuando recorrí el trayecto que separaba el aeropuerto del centro de La Habana, me llamó la atención un cartel que decía: "200 millones de niños en el mundo duermen hoy en las calles: ¡Ninguno es cubano!". Al margen de lo que tuviera de propaganda ese anuncio, lo cierto es que en ese aspecto Cuba se distinguía del otros países latinoamericanos que yo había visitado. No había niños pobres por las calles, al contrario de lo que sucedía en naciones cercanas como Guatemala, El Salvador o Nicaragua. También percibí que la instrucción de la gente de la calle era superior a otros países del entorno. Por el tono y los temas de conversación, la preparación académica de la gente salía a relucir al instante. Sostuve conversaciones con taxistas cubanos que hubiera sido difícil mantener en otros lugares. Sí, definitivamente, el régimen tenía más razón para presumir de sus logros en Sanidad o Educación que en otros campos.

¿Y del Papa? ¿Y de Fidel? ¿Y de las reacciones del mundo? Aquello ya lo conté en las crónicas del momento. Y quizá también algunas de las impresiones que relato aquí. Creo que el Papa logró con su visita algo de lo que pretendía, y que resumió en unas palabras que pasaron a la posteridad: “Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo, y que el mundo se abra a Cuba”.

Sigue @martinalgarra//

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