Marca de agua 

Cómo tirarse por un barranco a la velocidad de la luz y con tarifa valle

Precio de la luz.
Precio de la luz.
Foto de Emmet de Pexels.

En apenas un mes, lo que va del “Ayusazo” del 4 de mayo hasta hoy, el Gobierno ha abierto varios frentes con la temeridad de quien le quita la espoleta a una bomba de racimo despreciando su efecto multiplicador. Por si tenía poco con la pandemia, se ha metido en berenjenales que tienen a los ciudadanos en un sinvivir y a los ministros correteando por las televisiones como pollos sin cabeza. Ahora mismo, sobre la mesa del Consejo de Ministros repiquetean tres conflictos cada uno de los cuales, por sí solo, encierra potencia destructora suficiente para derribar a un presidente: la crisis marroquí, el indulto a los sediciosos y… el tarifazo eléctrico. ¿A qué genio de la estrategia política se le ha ocurrido almacenar tanta dinamita en medio de un incendio? ¿Es obra de un kamikaze o de un soberbio?

De los tres artefactos que le humean a Pedro Sánchez entre las manos, el del recibo de la luz es el que más temor infunde a la izquierda. Es cierto que prometió salir de la crisis sin dejar atrás a nadie, pero no dijo nada de dejarnos a dos velas. La demagogia destilada contra Rajoy, con soflamas lacrimógenas donde los escolares eran personajes de Dickens que no podían hacer sus deberes por falta de luz, se vuelve ahora contra ella entre el sarcasmo de la gente y la indignación de los defraudados. Que al final la política energética de los progres sea planchar a las dos de la mañana para ahorrar unos euros pone de manifiesto que el sanchismo deambula por el valle de las sombras predicando tarifas horarias.

Si lo que el Gobierno pretende es que los consumidores, los autónomos, los que teletrabajan, los comerciantes y los pequeños empresarios cuenten las horas que son valle, llana y punta, es probable que lo consiga, pero no para zafarse del tarifazo, sino para saber cuánto queda para las próximas elecciones. Parece que Moncloa aún no ha aprendido las lecciones del 4 de mayo, tal vez por falta de luces o tal vez por exceso de arrogancia, la primera de las cuales es que cuando un partido pierde el favor de los autónomos, hosteleros y pequeños comerciantes acaba perdiendo también las elecciones de forma estrepitosa.

Es de dominio público que el recibo de la luz español está entre los más caros de Europa, sin que haya razones objetivas ni maldiciones bíblicas que lo justifiquen. No obstante, todos pagamos el recibo religiosa, puntual y sumisamente. Pero quien se lleva la peor parte son los pequeños negocios que emplean a millones de trabajadores y sostienen a millones de familias, ese vasto tejido sobre el que descansa la estabilidad social y económica de España. En los últimos años, también con Rajoy en el Gobierno, el coste del recibo de la luz se ha disparado de manera abusiva y ha golpeado brutalmente a esta columna vertebral del país. A día de hoy, la luz se come cada mes casi una semana de trabajo de los hosteleros y comerciantes. Para un país que pretende salir adelante gracias a la industria turística, el maltrato energético a quienes son sus principales actores es un acto suicida o criminal.

Sin embargo, lejos de enmendar los errores pasados, el Gobierno sanchista los agrava y multiplica. Para decenas de miles de negocios que se debaten entre el cierre y la resistencia numantina, el nuevo recibo de la luz será su puntilla. Sólo en consumo de aire acondicionado se calcula un desvió del 30%. No habrá emprendedor ni establecimiento que, al levantar la persiana, soporte las nuevas condiciones fiscales, laborales y energéticas. Eso sí, entre José Luis Escrivá, Teresa Ribera, Yolanda Díaz y José Luis Ábalos conseguirán el renacimiento de dos industrias punteras, sostenibles y digitales: las velas y los abanicos. Esto es lo que Iván Redondo llamaría tirarse por un barranco, pero a la velocidad de la luz.

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