OPINION

Crispación y ataques de ansiedad antes de Navidad

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez
EFE

Nervios, ataques de ansiedad, histerismo apenas disimulado. No me refiero al Camp Nou, ni siquiera a la bronca de los hooligans en las inmediaciones del estadio, un escenario adecuado para desaguar los excesos etílicos y la borrachera nacionalista.

No, los nervios y la crispación de ayer iban por otros barrios. En Moncloa los relojes no cuentan las horas, tic-tac, y su inquilino no ve llegado el día del parto. Pero las prisas son malas consejeras y ha bastado un simple desahogo verbal de José Luis Ábalos a primera hora de la mañana sobre las intenciones de ERC para que los separatistas aullaran como vestales ultrajadas. Si sería desgarrador el bramido que Pedro Sánchez llamó de urgencia a la comadrona Lastra, en ese momento en el Congreso comprobando la existencia de Teruel, para que deshiciera en el entuerto.

Es verdad que los separatistas de ERC están agobiados por las incertidumbres y se crispan al menor sobresalto. Hasta un simple “buenos días” puede causarle a Rufián una taquicardia de su desbocado corazón. Por un lado, están expectantes (y bastantes pesimistas) ante lo que decida hoy el Tribunal de Justicia de la UE sobre la inmunidad de Junqueras. La disyuntiva judicial no pinta bien para ERC: si ampara al sedicioso, quien gana es Puigdemont; y si no le ampara, supondrá una derrota sin paliativos en Europa.

Por otro lado, la tensión republicana está a flor de piel ante el congreso del partido, este fin de semana. La naturaleza asamblearia de ERC le convierte en un partido imprevisible, volátil y muy inclinado a cortar cabezas con furor de “tricoteuses” parisinas. De ahí que ayer, ante la insinuación de Ábalos, jaleada por sus palmeros mediáticos, de que Junqueras renunciaba a la vía unilateral, a sus pompas y a sus obras, la portavoz Vilalta saltara como la niña del exorcista y hablara de chantaje. “Métanse en sus asuntos y déjenos los nuestros”, vino a decirle a un Pedro Sánchez verdaderamente asustado.

Y después está Puigdemont, del que Junqueras sospecha la peor de las infamias: que pretenda convocar elecciones en el momento del abrazo con el PSOE. A día de hoy, según las encuestas y a tenor de los resultados del 10-N, ERC ganaría cómodamente a Puigdemont, pero una gestión errónea de los tiempos y del contenido del pacto con Sánchez podría provocar un vuelco electoral tan humillante como letal para la legislatura. De ahí que cobre especial importancia el horizonte legal de Torra, el monaguillo del prófugo. En tanto no sea inhabilitado por los jueces, el actual presidente de la Generalidad tiene el “botón nuclear” de convocar las elecciones. Pero si el diligente tribunal le dejara con premura fuera de juego y no hubiera recurso, el botón pasaría a manos del vice Pere Aragonés, es decir, de ERC. La operación es de alto voltaje y a buen seguro que Moncloa la patrocina con discreción e insistencia. ¡Cómo no van a estar nerviosos unos y otros si se juegan su futuro en un ay!

Porque en el PSOE también va en aumento la angustia, obsesionados como están con el calendario navideño. La presión de una parte del PSOE, perpleja ante la deriva que toma el asunto, empieza a inquietar en Moncloa. La foto con los proetarras de Bildu y el oscurantismo que rodea la negociación con los separatistas, levanta ya murmullos de desaprobación entre algunos barones socialistas, hartos de tragarse sapos cada mañana. Y no puede decirse que el paripé de Sánchez, telefoneando a los presidentes autonómicos para enmascarar su cesión ante los sediciosos, haya servido para otra cosa que para mostrar su patética debilidad. Que el Gobierno de España dependa de trece antisistemas, republicanos y antiespañoles, es tan grotesco que no se puede defender por mucho que lo edulcoren desde la acorazada mediática al servicio de Moncloa.

Sin embargo, no parece que la sangre llegue al Ebro y, ya sea el 30 de diciembre o la segunda semana de enero, Pedro Sánchez acabará abrazándose a ERC con la misma desesperación de un boxeador sonado. Y a partir de ahí empezará otra historia, que como todas las historias tristes, no terminará bien.

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