En mi molesta opinión 

El arte de hiperventilar y no dar explicaciones

Pedro Sánchez
El arte de hiperventilar y no dar explicaciones.
Europa Press

La habilidad comunicativa de Pedro Sánchez cada día es mayor. No lo digo con ironía. Creo que está consiguiendo, cuando la opinión pública y los medios de comunicación se preocupan por la situación general del país, practicar con solvencia la costumbre del avestruz, esconder la cabeza y no afrontar la verdad, y con ello fomentar cierto desinterés político. Tener que dar explicaciones cuando eres el presidente del Gobierno -el number one-, resulta pesado y poco atractivo para una persona con un alto concepto de sí misma. De ahí, que Sánchez haya aprendido a manejar los tiempos, a no dejar que los maneje la tozuda y urgente realidad, ni a preocuparse demasiado porque la oposición, los periodistas y los ciudadanos le pidan explicaciones por la crisis del desabastecimiento de productos o por la huelga de transporte, o por la fatídica carta de Marruecos sobre el cambio de España en la política del Sáhara.

Pedro Sánchez consigue ir a lo suyo sin molestarse mucho ni dar explicaciones. Realmente, es su nuevo estilo “desinformativo” y puede ser efectivo siempre y cuando consiga que los demandantes no desesperen de las ausencias y falta de explicaciones del demandado, que da la casualidad que es el presidente del Ejecutivo. Por ejemplo. Cuando Sánchez no tiene más remedio que comparecer ante el Parlamento por exigencias de los partidos y de la propia Cámara Baja, como es el caso del próximo miércoles día 30, decide mezclar asuntos controvertidos en una misma sesión y así formar un río revuelto para mayor despiste de informadores y desasosiego de ciudadanos. Acudirá al hemiciclo para abordar la importante cumbre del Consejo Europeo que se celebra esta semana en la que puede establecerse un punto de inflexión sobre el recorte o no en la factura de la luz. Pero por si el tema no fuera de suficiente calado, el presidente incluirá otro de igual importancia o controversia: el apoyo a Marruecos en la autonomía del Sahara.

Es la estrategia del “totum revolutum”, conocida también como comparecencia revoltijo: hablar mucho y mezclarlo todo para que nadie se entere ni un pijo. Lo malo de no dar la cara y dar pocas explicaciones es que la opinión pública empieza a intuir que los problemas desbordan al Gobierno, y que se han hecho mal las cosas, y por eso nadie las explica ni nadie sale a decir esta boca es mía y esta decisión también. La crisis de Marruecos y el Sáhara está pendiente de aclaración. Si lo acordado con el Rey Mohamed VI fuera una buena decisión para España, Sánchez debería estar orgulloso de ello y tener ganas de explicárselo al pueblo soberano, en lugar de esconderse y mandar al ministro de Exteriores a que dé la cara, con más miedo que vergüenza. La realidad con el tema de Marruecos parece evidente, se temían el gran enfado -como así ha sido- de todos los partidos, incluido Unidas Podemos, una vez más ninguneado por su socio de coalición. Un enfado que confirma cada vez más su estilo personalista (y más después de ver como trata a UP) y por no consultar con nadie, ni con el Rey de España, una decisión vital que transforma la política exterior de España desde hace más de 40 años.

Hasta el Gobierno se ha dado cuenta de que las cosas están yendo muy mal, y pueden ir peor si no se atajan los problemas ni se dan soluciones a una inflación desbocada, a un precio de la energía por las nubes, a los carburantes que no paran de subir, a los salarios que no paran de bajar, a esa guerra que no cesa; es la tormenta perfecta para cargarse a un Gobierno despistado y sin capacidad de reacción, porque ya nadie traga que toda la culpa es de Putin. En marzo de 2021 publicábamos en este mismo periódico que el Eurostat, la oficina estadística de la Comisión Europea, advertía del pésimo diagnóstico que nos azotaba: España se había convertido en el enfermo de Europa. Los datos lo avalaban entonces y lo confirman ahora, ya en esa fecha ocupábamos el puesto 18 de los 27 países, y Chequia, Estonia, Lituania, Eslovenia y Malta nos habían superado.

Ahora, la realidad es incluso más grave; sin embargo, otros Gobiernos vecinos -Francia, Italia, Portugal- toman medidas para paliar la subida de los carburantes, mientras el Ejecutivo español sigue dando largas y echando balones fuera y discutiendo sin llegar a ningún acuerdo con los transportistas, con la promesa del 29 de marzo, fecha que puede ser demasiado tarde si entra de lleno el desabastecimiento.

La izquierda española en el Ejecutivo empieza a hiperventilar porque no sabe qué hacer ante tal cantidad de problemas que no dejan de surgir, a cual más feroz y dramático. Es como si lo de gobernar con dificultades -con fuego real- a la izquierda le causara cierta contradicción y desazón, parece que están más preparados para el disfrute de los Asuntos Sociales y la creación de chiringuitos y otro tipo de mariscadas sindicales.

Además, mandar en el Gobierno con la sota de bastos en ristre en lugar de brindar con la de copas te deja siempre sin coartada para la demagogia y la pancarta. Ahora ya no están ni PSOE ni Unidas Podemos para calentar las movilizaciones callejeras, ni animar el 15-M, ahora están para dar soluciones y resolver los problemas reales de la gente. Llega la hora de la verdad, la hora de ver de qué es capaz este Gobierno que ya no puede inventar falsas “matrias” ni falsos “matrix” con los que vender esperanzas a una población que empieza a estar harta de apretarse el cinturón más de la cuenta, sobre todo después de que el gobierno anunciara que iban a llegar miles de millones y nadie se iba a quedar atrás. Unas duras promesas que pueden pasar serias facturas. Si Sánchez tiene alguna duda, que se lo pregunte a Rodríguez Zapatero. 

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