OPINION

La peor crisis nos ha pillado con la peor clase política en el poder

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside por videoconferencia la reunión interministerial para el seguimiento de medidas por el coronavirus, en la Moncloa, en Madrid (España), a 13 de marzo de 2020.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside por videoconferencia la reunión interministerial para el seguimiento de medidas por el coronavirus, en la Moncloa, en Madrid (España), a 13 de marzo de 2020.
Moncloa

Todos hemos oído o dicho la gran frase de la temporada: ya nada volverá a ser como antes. El Covid-19 lo ha cambiado todo. Sin embargo, escuchas a los políticos que debaten en el Congreso y te das cuenta de que para ellos nada ha cambiado, que siguen con sus mismas obsesiones y rencores de siempre. La oposición dando palos de ciego sin parar, mientras el Gobierno de coalición -mucho más preocupado de su imagen que de su gestión- se dedica a descalificar a los rivales como si esa fuera su principal tarea y su razón de ser. Bueno, quizá para ellos sí lo sea.

En democracia la oposición debe dedicarse a fiscalizar al Gobierno, señalando los errores; mientras el Gobierno -instalado en su posición de ventaja al ejercer y controlar el poder- debe dedicarse a solucionar y detectar lo mejor posible los problemas, presentes y futuros. Sin embargo, ahora tenemos un Gobierno más preocupado en que nadie le critique que en obtener millones de test rápidos para todos.

No soportan la crítica. Su soberbia les impide ver sus errores, incluso sus aciertos, porque están más pendientes del qué dirán que de lo que deben hacer para adelantarse a los problemas. El argumentario social-comunista para rebatir cualquier crítica ya está definido: si la gestión sanitaria y de emergencia del Covid-19 tiene algún problema, la culpa es -dado que la Sanidad está transferida- de las Comunidades Autónomas, principalmente la de Madrid, que se ha convertido en el gran chivo expiatorio de Sánchez y de su portavoz parlamentaria, Adriana Lastra. También la culpa debe recaer en unos pretendidos recortes económicos que inició Zapatero pero que parece que sólo son atribuibles a Rajoy.

Estos argumentos son para esquivar las críticas de la crisis sanitaria. Para desviar la crítica económica hay otra excusa perfecta. Si las cosas pintan fatal, crece el paro y la pobreza, entonces la culpa se le echa a la Unión Europea porque no es solidaria y sólo pretende desprestigiar a los países del sur, y no nos da el suficiente crédito, etc… Pase lo que pase, según ellos, ni Sánchez ni su Gobierno tienen responsabilidad alguna de los posibles errores cometidos.

No olvidemos que esta amalgama de Ejecutivo que han construido Pedro Sánchez y Pablo Iglesias descansa sobre la base de una gran estrategia de propaganda ideológica y un amplio postureo progresista, es decir, que todo está supeditado a la apariencia y al mensaje (ahora llamado relato), y no a la eficacia y a la gestión de los hechos. Se hace todo lo que se puede y lo mejor que se puede, pero ese no es el problema. Quizá la dificultad venga de la capacidad de los gestores: la peor crisis de los últimos 60 años nos ha pillado con el Gobierno más bisoño e inepto de la democracia.

Por desgracia no es sólo el Gobierno, toda la clase política es inexperta y añadiría que ineficaz. Ni Sánchez, ni Iglesias, ni Casado, ni Abascal, ni Arrimadas… tienen experiencia en gestión laboral o de empresas. Ninguno brilla por su preparación académica o profesional, ni por su capacidad intelectual, ni convence por sus inteligentes propuestas o respuestas. Que sean todos mediocres no es un consuelo, sino un agravante. Pero hay que fijarse principalmente en los políticos que tenemos en la sala de mandos, que son los que han de sacarnos de esta compleja situación. No tienen experiencia política ni de casi nada -sólo en medrar dentro de su propio partido- y encima se permiten el lujo de ignorar los conocimientos de otros políticos.

Esta semana, Felipe González criticó la inexperiencia de Pedro Sánchez, mientras elogiaba la gestión del alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, y reconoció que el presidente del Gobierno no le había llamado para analizar la grave situación que vive España ni para recabar alguna sugerencia que pudiera ayudar en estos momentos. Sánchez no ha llamado a ningún ex presidente de Gobierno; ni al líder de la oposición en doce días, ni a los otros líderes, ni a nadie que no sea de su equipo más directo. Sánchez sigue subido en su pedestal de marfil, desconfiando de todo el mundo, y sin un gesto mínimo de empatía para tender puentes con los demás partidos.

Y qué decir de esa pretendida reedición de los pactos de la Moncloa de 1977, que no se cree ya nadie, ni tan siquiera el convocante. Según la portavoz del gobierno, la ministra Montero, no se trata de hacer una reunión en la que haya un documento gubernamental sobre el que trabajar, y que los demás partidos aporten o corrijan, sino de debatir entre todos cual es el mejor modelo a seguir para hacer frente a la crisis. Una auténtica locura. Sin un documento base, que le corresponde plantear por Ley al Gobierno, no se puede construir ningún acuerdo, ni ningún plan viable.

A estas horas, los partidos de la oposición han sido convocados a un gran pacto, pero todavía no saben en qué consiste y de qué va ese pacto. Es decir, Sánchez quiere que se sienten a la mesa y luego ya veremos qué pasa. Un despropósito que responde más a una estrategia partidista que a un verdadero interés por conseguir unos acuerdos globales. Si hubiese una amplia serie de pactos, la coalición PSOE-UP quedaría desactivada o muy mermada, como ya insinuó Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos. De este modo, sin los partidos de la oposición opinando y controlando de manera directa, el gobierno podrán actuar y repartir el dinero que conceda Europa a sus anchas. A pesar de que el PP ya ha dicho que esto le huele a “señuelo”, debería estar presente por el interés nacional y ejercer su función como principal partido de la oposición desde dentro, y no sólo desde el Parlamento. Sin embargo, me temo que una vez más primará la imagen por encima del interés general.

En definitiva, estamos ante el peor escenario social y económico de las últimas décadas, y aunque España y el mundo van a verse obligados a cambiar para sobrevivir a las circunstancias impuestas por el coronavirus, la clase política española sigue con su habitual estilo de enfrentamiento y su nula capacidad de aunar esfuerzos. Debe ser el nuevo estilo de la política del siglo XXI, o el de la propia sociedad española, que en el fondo es la que alimenta estas actitudes tan sectarias por no decir cainitas. Aunque me resisto a creer que en situaciones tan especiales como la actual se imponga el viejo cliché de las dos Españas, lo cierto es que toda nación acaba teniendo el Gobierno que se merece, o al menos el que ha votado. Y de momento, el único hito destacable que ha conseguido Pedro Sánchez como presidente es sacar a Franco del Valle de los Caídos.

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