En mi molesta opinión

Lo que importa es el relato y saber llorar como Messi

El delantero argentino Lionel Messi, durante su comparecencia este domingo en el Camp Nou para explicar su versión sobre su marcha del conjunto azulgrana.
Lo que importa es el relato y saber llorar como Messi.
Agencia EFE

'Oh là là, Messi mon amour' se nos va. De repente, cuando nadie se lo esperaba… ¡zasca!… 'D10S' -el dios argentino del balompié- deja de ser catalán y se hace francés por la gracia de unos árabes que son los únicos que pueden pagar los desorbitados fichajes de este nuevo espectáculo-deporte, antes conocido con el épico nombre de fútbol, y ahora convertido en un show-business de pelotas y egos millonarios que lucha para que no le crezcan más los salarios ni los enanos.

A este nuevo fútbol emponzoñado por el dinero, le sucede lo mismo que a los nuevos ricos: les luce más la testosterona que la neurona. De ahí que los contratos casi nunca sean transparentes ni inteligentes. Cuesta mucho entender porque a los 'cracks' no se les paga por sus resultados. Si el equipo gana más títulos, tú ganas más billetes, y si no, te quedas con la mitad, que 20 millones de euros tampoco están nada mal por darle patadas a un balón. La excelencia tiene un precio pero también la eficacia que se mide por los resultados.

Vivimos una época en la que la inteligencia se ha vuelto sospechosa y hemos apartado de nuestras vidas la razón para vender en su lugar una especie de ficción realista que triunfa en la medida que satisface los sentimientos de nuestro oyente. Hoy, ya no te piden que demuestres nada, que razones, ahora simplemente te exigen que emociones, que hagas sentir, que conmuevas, que enternezcas, que tu auditorio vibre con alguno de esos afectos y emoticones que pululan y triunfan en el imaginario colectivo, y sobre todo en las redes sociales.

Por eso, en estos tiempos líquidos convence no quien mejores argumentos ofrece, sino quien construye mejor su relato y acaba imponiéndolo a los demás. Que el relato sea cierto o no, es lo de menos; importa sobre todo que sea emocionante y que una masa embobada de cerebros al ralentí se lo trague engatusada y te siga, aunque no sepa muy bien adónde vas. Y no miro a nadie, ni tampoco a Cataluña. Bueno, miro a Barcelona, y a Messi que empezó su discurso el domingo llorando para conquistar con su relato lacrimógeno los corazones heridos de los culés. También podía haber empezado diciendo que se quedaba en el Barça ganando sólo un euro más de lo que cobra el mejor pagado de sus compañeros, o incluso que se quedaba gratis después de que el Barcelona le haya dado en 21 años todo lo que tiene, que no es poco: en el banco más de 600 millones de euros. Pero no, en el fútbol solo hay un relato: ¿cuántos ceros tiene tu contrato?

La hegemonía de la política también se dirime con la estrategia de un relato efectista. Y es la izquierda la que casi siempre suele construirlo con mayor eficacia, apelando a esas emociones que suenan tan rimbombantes y son tan tóxicas como, por ejemplo, la discriminación positiva. Ninguna discriminación, ningún trato perjudicial hacia alguien puede considerarse positivo aunque busque algún bien. Pero ahí está el truco, impresionar más que razonar. Qué lejos queda esa izquierda que hablaba de justicia y equidad.

Ahora habla de emociones, de elegir tu sexo o tu género o lo que quieras ser: niña, niño, niñe o todo a la vez. La izquierda ha sabido colocar un relato emocional que no exige demostración alguna para que lo acepte una parte de la sociedad insatisfecha con su vida y necesitada de referentes nuevos que le provoquen alguna ilusión. Y ese relato se difunde sin mayor debate ni reflexión; basta echarle la culpa de lo que sea al 'heteropatriarcado' y ensalzar a la 'matria' porque la patria suena a algo con testículos y eso siempre es malo y violento. Lo peor es que esta tendencia de vivir del relato y no de la razón y la inteligencia también quiere imponerse en el mundo educativo.

Por ejemplo, las matemáticas tendrán a partir de ahora un enfoque más sentimental e “incluirán las destrezas esenciales para entender las emociones, cuyo correcto manejo ‘mejora el rendimiento’ y ayuda a erradicar ideas preconcebidas relativas al género o el mito del talento innato indispensable para esta materia”. Como dijo la ministra del ramo educativo, “se trata de ‘empoderar’ al alumno como agente del cambio ecosocial”, todo ello, por supuesto, bien aliñado desde un marco mental de izquierdas.

Puestos a tragar relatos, ahora que gobierna la izquierda -la socialista y la comunista- una gran parte de la sociedad engulle sin rechistar mensajes tan emocionantes como los pronunciados por Pedro Sánchez: “No vamos a dejar a nadie atrás”, o el no menos famoso: “Saldremos más fuertes”. Quizá al final se obre el milagro, pero cuesta entender que tras la constante perdida de poder adquisitivo de estos últimos meses nadie proteste por la subida histórica de la luz, el gas, la gasolina y la mayoría de productos de la bolsa de la compra; pero aquí nadie sale a la calle a desahogarse o a exigir que el Gobierno haga algo más que echar balones fuera.

Si gobernara la derecha tendríamos cada día decenas de manifestaciones contra la caótica gestión de la pandemia, la carestía de la vida y contra las colas del hambre, que ahora parece que no existen o se han ido de vacaciones. No digo que se movilice la derecha, casi nunca lo hacen, son demasiado perezosos; bastaría con que la mayoría de los ciudadanos no perdieran el sentido común y el espíritu crítico, y no se tragaran cualquier relato anestésico que nos suelten desde el poder. Pero no, gobierna la izquierda, y la vida es bella y maravillosa; y si a usted no se lo parece es que está mal informado, o lo que es peor, puede ser usted un peligroso miembro del 'heteropatriarcado'.

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