En mi molesta opinión

De la rebelión de las masas a la ‘turismofobia' del siglo XXI

Aspecto de una de las playas de Benidorm (Alicante) este viernes
De la rebelión de las masas a la ‘turismofobia' del siglo XXI
EFE

El turismo se ha convertido en algo sagrado desde que nos tocó sufrir la Covid. Ya nadie perdona unas buenas vacaciones o un buen viaje donde sea y al precio que sea, pues la tremenda subida de la inflación también repercute este año en el coste de los hoteles, aviones, restaurantes, etc. No sé si es el miedo a perder la vida ante cualquier contrariedad o a pensar que un nuevo virus puede aparecer en cualquier momento a fastidiarnos las cosas, pero hay algo en el cuerpo y en la mente humana que nos empuja a no perder ni un minuto más la posibilidad de viajar y conocer nuevos lugares. Se pensaba que con la pandemia iba a cambiar el modelo económico, incluso la forma de viajar, pero ha sucedido lo contrario, todos han vuelto a apostar por el turismo de masas, al menos en la península.

No sé si quedan muchos días de verano, dependerá de Amaral y de lo que el cielo disponga, pero sí queda mucho turismo por delante sobre todo en España, con nuestros más de 85 millones de llegadas internacionales en lo que va de 2023, sin contar el turismo nacional, y que unos y otros seguirán creciendo ampliamente. También en otros países empiezan a mostrar síntomas de hartazgo por ese ir y venir sin sentido que causan los millones de extranjeros que se mueven de un lugar a otro sin aportar nada concreto, salvo dinero, que no es poco según los ricos empresarios del sector. El turista no sabe dónde ha estado, el viajero no sabe dónde irá, pero ambos saturan la vida y el espacio de los residentes del lugar que visitan. Estos especímenes vacacionales provocan con su abigarrada presencia la llegada de un fenómeno cada vez más presente y contaminante: la turismofobia.

Para muchos el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo, y pasa a convertirse en la complejidad de una grave situación. Según los expertos la turismofobia no es negativa, es sólo el grito de un sector social que empieza a estar harto de las masas de forasteros, y que hay que escuchar porque sus molestias e inconvenientes son reales, y se necesita analizar cómo impacta el modelo de turismo masivo en los territorios. En España hay varias zonas y ciudades donde los habitantes empiezan a quejarse mucho y con razón -Barcelona y Baleares-, y eso que sólo sufren una media de diez extranjeros por cada español, según esas zonas; mientras que en Venecia tienen 21 turistas por cada habitante, y en Dubrovnik 36.

El escritor y político francés, Jean Mistler, ya vaticinó a mediados de los años sesenta que “El turismo es la industria que consiste en transportar gentes que estarían mejor en su casa, a lugares que estarían mejor sin ellos”. La ironía de Mistler parece que ha cuajado en Barcelona y en Málaga donde muchos residentes asustados por el número de visitantes ya empiezan a gritar con firmeza el reivindicativo lema de “tourist, go home” (turistas, iros a casa). No son los únicos, en Amsterdam, alarmados por el gran número de visitantes que invaden sus barrios en busca de alcohol, drogas y sexo, han lanzado un claro eslogan: “No vengáis”, con el objetivo de disuadir a los potenciales paseantes. Aunque conociendo cómo se las gastan los humanos del siglo XXI el objetivo puede provocar el efecto contrario y aumentar el número de visitas atraídos por el rechazo.

Luego están las preguntas que más incordian: ¿Cuánta presión turística puede soportar una ciudad sin que afecte a su habitabilidad? ¿Qué tipo de empleo está dando el turismo? ¿Es un empleo bien pagado o estacional y precario que a la gente no le da para vivir? En España faltan camareros, cada día hay menos y son menos profesionales, no así los precios de los bares y restaurantes que suben como la espuma. ¿No será que pagan muy mal a sus empleados? Luego tampoco hay muchas infraestructuras que propongan un turismo con un consumo responsable; la gente viene a pasárselo bien y no a tomar conciencia del los problemas del lugar que visita, aunque ello depende mucho del nivel cultural del viajero o del turista. Otra realidad que no favorece esta situación de hartazgo es que los ciudadanos no están percibiendo los supuestos ingresos del turismo porque el modelo parte de una base de precariedad. Se quiere exprimir la gallina de los huevos de oro pero sin cuidarla ni hacerla crecer como merece y es debido.

Por último, sería interesante reflejar un explicación filosófica que pueda alumbrar el porqué de esta turismofobia, aunque tampoco se puedan remediar las circunstancias. La respuesta la dio a su manera Ortega y Gasset, y se publicó alrededor de 1930 en su libro “La rebelión de la masas”: “La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada. Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, en los lugares mejores, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a minorías. La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los espacios preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, y es el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro”…

Un “coro" que se mueve por todos los rincones del mundo y que se ha convertido en una masa millonaria de turistas o de guiris que son muy rentables para el negocio y que asaltan todo tipo de ciudades con sus cremas solares, sus bermudas y sus sandalias. No es de extrañar que en Roma ya se estén planteado poner númerus clausus para visitar algunas zonas saturadas como la Fontana de Trevi o el Panteón de Agripa.

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