OPINION

Si quieres triunfar, la libertad de expresión has de violar

Ya es mala suerte (o llámalo trastada del caprichoso destino) que en una misma semana coincidan la condena de cárcel a un rapero, Valtonyc; el secuestro de un libro –“Fariña”- a petición de un ex alcalde; y la retirada de un cuadro –“Presos políticos”- de Arco. Tanta aciaga coincidencia ha servido para que unos se rasguen las vestiduras y otros se adentren en el debate de la libertad de expresión.

Pasados los días, hay conclusiones para todos los gustos. Pero decir que en España no hay libertad de expresión es por lo menos una ligereza o un acto de cinismo político. Es cierto que desde la implantación global de las redes sociales y los múltiples delitos que en ellas se perpetran, principalmente los promovidos por el yihadismo, el espacio de tolerancia y las leyes sobre terrorismo se han visto modificadas de manera restrictiva, pero ese no es un hecho exclusivo de la sociedad española, sino un fenómeno mundial.

Además, el caso Valtonyc no tiene nada que ver con el caso “Fariña” o el

cuadro retirado de Arco. El rapero fue condenado en segunda instancia por el Supremo que confirmó la condena de 3,5 años de cárcel. ¿Pena de cárcel por cantar? Aunque cantes fatal como es el caso, es mucho castigo, pero sus canciones están llenas de odio y son una clara apología del terror y las masacres: “Llegaremos a la nuez de tu cuello, cabrón, encontrándonos en el palacio del Borbón, kalashnikov”. “Que tengan miedo como un guardia civil en Euskadi”. “Un pistoletazo en la frente de tu jefe está justificado o siempre queda esperar a que le secuestre algún GRAPO”. “Tu bandera española está más bonita en llamas, igual que un puto Patrol de la guardia cuando estalla”. “Dicen que pronto se traspasa la cloaca de Ortega Lara y muchos rumorean que Rubalcaba merece probarla”. “Que explote un bus del PP con nitroglicerina cargada”. “Sofía en una moneda, pero fusilada”. “Puta policía, puta monarquía”…

Vivimos tiempos tan absurdos que las condenas por delitos contra la libertad de expresión se convierten casi en un favor, en un altavoz de propaganda más que en un sanción. Valtonyc ya tiene cerrados más de 25 conciertos en Cataluña para este verano. Y eso que, insisto, canta fatal. En los otros dos casos el favor de la censura es aún mayor.  Antena3 adelantó el estreno de la serie basada en el libro “Fariña” sobre el narcotráfico gallego, que dormía en el cajón de los olvidos, y logró más de tres millones de espectadores el pasado miércoles, algo impensable sin el morbo del secuestro judicial. Y otro tanto ha sucedido con el cuadro de Santiago Sierra, bastante malo por cierto, que ya se ha vendido por cien

mil euros, IVA incluido, y todo porque el torpe presidente de Ifema se asustó al ver que el cuadro, no sólo era horrible, sino que se titulaba “Presos políticos”, en lugar de “Políticos presos”.

Todo el mundo se pone muy estupendo ante la censura, pero nadie se abstiene de practicarla. Unos con más argucia y otros con mayor torpeza, pero todos se molestan cuando su ideología es la afectada. Puedes decir que vas a matar al Rey o que ETA explote un coche con policías dentro, y algunos verán en ello un ejercicio de libertad de expresión; pero si te atreves a escribir en un autobús que los niños tienen pene y las niñas vulva te persiguen y te condenan a la hoguera de la inquisición. ¿Y si Valtonyc, en vez de ensalzar a ETA, alabara el nazismo o el franquismo, tendría la misma comprensión y el mismo apoyo?

La libertad de expresión tiene, como ha recordado el Tribunal Supremo, sus límites legales, en España y en cualquier país democrático del mundo. Llevamos meses soportando los abusos dialécticos del independentismo sobre la democracia española, pero no pasa nada. Hoy puedes decir y mentir lo que quieras, no es preciso que demuestres la verdad, nadie quiere conocerla. Todos se guían por sus sentimientos y por sus prejuicios. TV-3 sigue siendo una tele promotora del secesionismo, y a pesar de tanto 155 nadie le ha puesto limites; además de otras muchas actuaciones y declaraciones de políticos y no políticos que de no existir la

hoy cuestionada libertad de expresión difícilmente tendrían cabida.

El problema de España no es el respeto de los jueces a la libertad de expresión, ni a las libertades en general; sino el respeto social por las ideas y la manera de pensar de los otros, de los que opinan de modo diferente. Aquí, en esta España bronca y cainita, sabemos exigir muy bien nuestros derechos, pero nos cuesta mucho cumplir con nuestros deberes de tolerancia y convivencia.

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