OPINION

Una crisis para pasarla mejor en la oposición y en casa

El ministro de Sanidad, Salvador Illa (1i), habla con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (2i), acompañados del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón (frente a Sánchez), dur
El ministro de Sanidad, Salvador Illa (1i), habla con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (2i), acompañados del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón (frente a Sánchez), dur
Eduardo Parra - Europa Press

No hay bares abiertos, ni tiendas, ni fútbol, ni ocio, ni loterías, ni teatros, ni nada de nada,… solo tenemos abierto de par en par el miedo a un enemigo invisible que nos ha confinado a las mazmorras de nuestra existencia. Un miedo que con los días irá mutando en indignación y en gran cabreo nacional, es cuestión de tiempo.

Pero este nuevo y extraño escenario que nos acompaña a todas horas y que empieza a atosigarnos con dudas obsesivas nos exige ya respuestas para asumir mentalmente esta compleja realidad que nos acecha con el coronavirus. ¿Qué está pasando realmente? ¿Por qué estamos encerrados en casa? ¿Qué hemos hecho mal o no hemos hecho bien para padecer esto? ¿De quién es la culpa?

¿He dicho culpa? ¡Uy, perdonen! Me olvidé de que se ha decretado el estado de alarma y que ello incluye la obligación de no alarmar a la sociedad exigiendo culpables o responsables de esta situación crítica que crece cada día. En tiempos de crisis como estos el papel de la oposición no es nada fácil. No te puedes callar y aplaudirlo todo, pero tampoco te puedes pasar con tu ensañamiento crítico, porque incrementas la desconfianza en el sistema, y eso es mucho peor. Pero sí debería la oposición tomar nota de los errores, señalarnos en su momento y exigir responsabilidades cuando llegue la oportunidad de hacerlo.

También es cierto, por otro lado, que la oposición no debiera incordiar mucho, y en todo caso convendría que aportara en lo posible soluciones para dar la sensación de que hace algo positivo y útil. Pero luego, de un modo íntimo y discreto puede darle gracias a la vida de que no le haya tocado a ella gestionar una crisis como esta. Lo que le ha caído al Gobierno socialista-comunista es lo peor que te puede pasar en política. Y todo ello se refleja en la cara pulida y ahora embutida hacia dentro del pobre Pedro Sánchez.

Desde el primer momento que salió a hablar del coronavirus el presidente ya sabía que le había tocado la bola negra, no la pequeña sino la grande. Sabía que sus sueños de gobierno bonito y progresista saltaban por los aires. Que esto tardará años en olvidarse y en recomponerse. Sus sueños rotos daban paso a la pesadilla de una pandemia que contamina mucho y lo destroza todo: la salud, la economía, el ánimo de la sociedad, el presente, el futuro…

Antes de que los ciudadanos supiéramos la que se nos venía encima, Sánchez ya conocía que el marrón que se iba a comer sería monumental e imposible de digerir para un político hábil, pero nada brillante, ni preparado, ni estadista. Y la situación de alarma va para largo, para mucho más de un mes, lo que indica que el malestar y el disgusto de la población también irán en aumento, y cada vez habrá una mayor presión social para saber si lo que se está haciendo y se ha hecho para evitar esta pandemia ha sido y es lo correcto.

Existe el problema añadido de que el estilo del juego político de Sánchez y sus asesores es el de embarrar el terreno con múltiples cuestiones importantes, para que no haya ninguna tema que predomine y todo se quede en una melé informativa ruidosa pero poco peligrosa. Ahora, eso no es posible. Sólo hay un escenario y todos los focos apuntan a él. A pesar de ello, han intentado trasladar o, al menos, compartir la tensión del coronavirus hacia otra 'corona' -qué casualidades tiene la vida-, la del Rey emérito y sus cuentas poco claras. Tema grave e importante que habrá que abordar cómo se merece, pero ahora no es el momento. El difícil presente que tenemos encima requiere de todas nuestras fuerzas y no podemos liarnos con otras cuestiones que son tan importantes que no merecen dilucidarse en medio de un naufragio social, ni de una pandemia mundial. Tiempo habrá para saber qué hacemos con el Rey emérito.

Volviendo al difícil y complicado papelón que tiene por delante el Gobierno, nadie olvida que cuando ya no estemos con el agua al cuello y lleguemos a la otra orilla, deberemos analizar si las medidas adoptadas son las correctas; y si se multiplicó el riesgo de pandemia invitando a la sociedad a ir a la marcha feminista del 8-M, sabiendo que el 'enemigo' ya estaba en casa y que cuanto antes se le combatiera antes se ganaría la batalla contra él. Pero no, se prefirió calentar las calles para cobrarse el rédito electoral-feminista presidiendo las marchas y coreando consignas como: “El único virus peligroso es tu machismo”, “El machismo mata más que el coronavirus”, etc.

Si se demuestra que el gobierno conocía o intuía los posibles riesgos que conllevaba no prohibir la marcha del 8-M, poniendo en peligro la salud de los ciudadanos, debería ser castigado duramente por su gran irresponsabilidad. No quiero ni pensar lo que sucedería si estuvieran gobernando los de la gaviota y hubiera sospechas de que no han actuado correctamente.

Confiemos, por el bien de todos, que la guerra al coronavirus se gana, pero el panorama que quedará tras la batalla será desolador y no habrá políticas buenas que lo impidan. Además, Sánchez tiene el inconveniente de que metió en su Gobierno a un político, Pablo Iglesias, adicto al protagonismo, como ha demostrado estos días en los que se ha saltado su cuarentena para dar un mitin y chupar cámara, que le hará la vida imposible desde dentro del Ejecutivo.

Por último, Sánchez no ignora que haga lo que haga su imagen quedará de por vida asociada al coronavirus, y al gran malestar que provoca esta crisis sanitaria. Y aunque intente ponerse en plan Churchill -guardando las infinitas distancias que hay entre ambos- advirtiendo al pueblo de que vienen tiempos de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, su futuro puede ser el mismo que tuvo el primer ministro británico, que ganó la guerra pero perdió las elecciones.

Mostrar comentarios