Econopatías 

El activismo ideológico en economía no es Economía

Sanchez Calviño
El activismo ideológico en economía no es Economía. 
Europa Press

Cuando hablamos de política económica hablamos de un conjunto de planes de acción elaborados para alcanzar unos fines determinados. Con esta definición, hay pues dos tipos de “malas políticas”. Unas son las que pretenden alcanzar unos objetivos bastardos, injustificables o ambas cosas a la vez (por ejemplo, el enriquecimiento de líderes y sus adláteres) . Otras son las que se basan en argumentos e instrumentos que sirven mal a objetivos razonables y justificados que se pretendan conseguir. Mientras las deficiencias de las primeras son puramente valorativas, las de las segundas deberían ser objeto de análisis técnicos.

Cuando hablamos de ideologías políticas hablamos de las ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de un determinado movimiento político. Aquí también cabe distinguir dos tipos de (buenas o malas) ideas: aquellas que otorgan a determinados objetivos un estatus superior frente a otros y las que consideran que hay instrumentos más eficaces que otros para conseguir según qué objetivos. A estas segundas, cuando se exponen de una manera lógicamente coherente y se enfrentan a la realidad empírica, las llamamos “teorías” y, claramente, entran dentro del terreno de la discusión científica y técnica.

Con el nuevo contexto político y social caracterizado por la fragmentación política y el aumento de las desigualdades y de la incertidumbre económica e impulsados por la resonancia que otorgan las nuevas formas de comunicación (redes sociales, etc.), los activismos ideológicos están gozando de una época dorada. Abundan los ejercicios de proselitismo y acciones sociales de carácter público, frecuentemente contra una autoridad legítimamente constituida y a favor de una determinada ideología política. Sin desmerecer estas actividades, totalmente necesarias en las democracias avanzadas, conviene, no obstante, situar exactamente la relación entre ellas y las actividades profesionales de los economistas por dos razones fundamentales: una por la propia honestidad intelectual de estos, otra para que los debates sobre políticas económicas sean verdaderamente útiles y no se rebajen a un ejercicio pugilístico entre los que rodeados de un halo técnico solo aportan argumentos ideológicos (en el peor sentido de esta palabra).

Veamos lo que la Economía puede y no puede resolver en las cuestiones relativas a las políticas económicas. En cuanto a la selección de los objetivos de las políticas económicas, la teoría de la elección social se dedica a diseñar mecanismos para la agregación de preferencias individuales multidimensionales y heterogéneas de manera que pueda identificarse el conjunto de objetivos sociales al que las políticas económicas deberían estar dirigidas. Lamentablemente, el resultado de esta rama de la economía, en lo que respecta al conjunto de la sociedad, es negativo. Se trata del muy conocido teorema de la imposibilidad de Arrow (que recibe este nombre por Kenneth Arrow, Premio Nobel de Economía en 1972) que prueba que cuando existen tres o más alternativas no es posible que un sistema de votación justo proporcione una ordenación de las preferencias individuales. Esto hace que los economistas, como tales, tengan muy poco qué decir sobre cuáles deberían ser los objetivos de las políticas económicas. Lo que sí pueden identificar es la relación de complementariedad o sustitución entre objetivos (cuando alcanzar uno facilita o dificulta la consecución de otro) y qué instrumentos son más eficaces para alcanzarlos en distintas condiciones.

Como ilustración de lo que no es el campo de los economistas en estas discusiones, sirvan los dos casos extremos de activismo ideológico. Uno de ellos defiende la libertad como valor absoluto superior a todo lo demás, considera que el libre mercado es la única forma de garantizarla y que toda intervención del Estado es indeseable (especialmente los impuestos que “son un robo”). Esta posición ideológica parece ignorar que no existe libertad sin igualdad de oportunidades que permita que todos tengan la misma capacidad de elegir independientemente de su raza, género o condición, que los mercados libres no son eficientes y distribuyen rentas muy mal y que, en determinadas condiciones, solo la intervención del Estado puede garantizar la igualdad de oportunidades y resolver las ineficiencias y las desigualdades del capitalismo salvaje.

El otro ejemplo de activismo infundado en la Economía es el que coloca la igualdad de resultados como principal objetivo de la política económica y fían el progreso social al desmantelamiento de las jerarquías y de los mercados para poner su propio poder en el centro de las cosas. En este caso, la incomprensión es que la igualdad de oportunidades, un punto de partida loable, no implica necesariamente la igualdad de resultados, que los Gobiernos no son omnipotentes y que es necesaria la iniciativa privada y la separación de poderes para que el progreso social puede fluir de abajo a arriba. Cuando esto ocurre, la desigualdad de resultados es la consecuencia natural de que los individuos tienen diferentes preferencias y eligen libremente dedicarse a actividades distintas con intensidades diferentes.

La Economía, como ciencia, es un instrumento para identificar relaciones entre variables y para enfrentarlas a los datos. Esas relaciones cambian en el tiempo y en espacio, tanto las que existen entre los posibles objetivos de política económica como las que existen entre instrumentos y objetivos. Para lo que no sirve es para justificar cualquier fin en sí mismo y priorizar unos determinados objetivos sobre otros en función de la afinidad con una determinada posición ideológica. En palabras de Peter Boghossian, profesor de filosofía (muy crítico con la creciente politización de la universidad), “cuando vives al servicio de una ideología y no de la verdad comprometes tu integridad y pierdes legitimidad mientras socavas los valores que pretendes servir. Y eso es exactamente lo que le está pasando a nuestra sociedad".

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