OPINION

El debate y la séptima función del lenguaje

El primer debate en EEUU fue entre Kennedy y Nixon
El primer debate en EEUU fue entre Kennedy y Nixon

Somos lenguaje. El lenguaje nos hace, nos conforma, nos crea. Conocemos el mundo a través del relato que de él nos llega. Y el relato es, en esencia, lenguaje. Desde mediados del siglo XX, lo lingüístico tomó fuerza como ciencia, al punto de que, según algunas escuelas, todo lo filosófico sería, en última instancia, una cuestión lingüística. "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", que escribiría en célebre frase el filósofo Ludwig Wittgenstein.

Y si la vida es lenguaje y relato, la política también lo es, en grado superlativo, además. Pues eso, ahora que estamos en campaña, los partidos y candidatos se afanan en sus argumentos, proclamas y sofismas para logran captar o asegurar el voto esquivo. La dialéctica política, durante siglos, estuvo limitada al foro, al senado y al congreso, un espacio reservado para los iniciados en la cuestión.

Pero ese onanismo discursivo saltó por los aires cuando la ventana de la novísima televisión mostró los rostros, los gestos y las palabras de los taumaturgos de la palabra política, a la vista ya, y para siempre, del vulgo ciudadano. En 1960 Nixon y Kennedy se enfrentaron por vez primera en un debate televisado que causaría tal impresión al electorado de los Estados Unidos que no volvería a repetirse hasta dieciséis años después, cuando Jimmy Carter debatió con Gerald Ford.

¿Por qué esa conmoción? Pues porque los analistas descubrieron el lenguaje no verbal, un atributo ya cantado por los dialécticos y retóricos clásicos. Los que oyeron el debate Nixon-Kennedy por radio dieron por ganador a Nixon, mientras que los que lo vieron por televisión dieron mayoritariamente la victoria a Kennedy. Lo importante no sólo es lo que se dice, ni siquiera el cómo se dice, sino que es la propia persona -gestualidad, vestimenta, comportamiento, tics– una parte muy determinante del mensaje.

En España el primer debate televisado no se produciría hasta 1993, cuando se confrontaron ante las cámaras Felipe González y Aznar, batiendo audiencias e influyendo poderosamente en el resultado de las elecciones generales celebradas aquel año. Benditos debates, bienvenidos sean. Parece que en estas elecciones el debate será a cinco, con la sorpresiva incorporación de VOX, un partido a día de hoy extraparlamentario, pero parte inequívoca de la batalla electoral.

El PSOE lo ha puesto como condición, a fin de evidenciar la pugna de los bloques y la de presentarse como único muro de contención frente a la fuerza derechista emergente. Nada nuevo bajo el sol, como sabemos. Este debate será importante y puede condicionar en gran manera el resultado de las elecciones, no tanto en el seno de la izquierda, donde el batacazo de Podemos y la sólida subida del PSOE parecen garantizadas, como en la derecha, un guiso revuelto de pasiones y dudas.

Digan lo que digan las encuestas, el empuje de VOX parece innegable y dará la sorpresa al modo andaluz. Su voto mayoritariamente provendrá del PP y algo de Cs, sin olvidar algunos votos rescatados de la abstención o desencantados de otras formaciones de izquierdas. El PP bajará, no sabemos cuánto, pero la mayor de las incógnitas reside en Ciudadanos. Las encuestas le pronostican una subida razonable, sin que terminemos de entender de dónde vendrán esos nuevos votos precisos para sustentar un ascenso que nos parece bastante cogido por alfileres.

Tanto, que a día de hoy no se puede descartar que VOX les pegue el 'sorpasso' y que se quede bien cerca de los populares. Y, en función de cómo discurra el debate y la campaña, podría, incluso superarlos, algo impensable apenas unas semanas atrás. Casado es un buen candidato, pero el fantasma del pasado lo reclama al modo del 'Macbeth' shakesperiano. Rivera se diluye en la neblina de la indefinición y Abascal, agitador pasional de cabreados e indignados, tiene el viento a su favor, ya veremos cuánto le dura.

El lenguaje verbal y no verbal de los candidatos, sus posturas y argumentos, terminarán decidiendo a los muchos indecisos que aún deshojan la margarita caprichosa de su voto. Y es que, al final, regresamos a la fuerza del lenguaje como moldeador de mayorías, de voluntades y de votos perdidos y ganados.

Y del poder del lenguaje versa, en última instancia, la estupenda novela 'La séptima función del lenguaje', escrita por Laurent Binet y editada por Seix Barral, novela que se articula en torno a la investigación – a veces sesuda, a veces disparatada y siempre sarcástica y divertida – del supuesto asesinato del pensador, semiólogo, crítico y escritor francés Roland Barthes, atropellado por una furgoneta tras salir de un almuerzo con Mitterrand. No podríamos a día de hoy teorizar la fuerza de la palabra y del relato sin tener en cuenta al Barthes protagonista forzoso de la novela reseñada.

"Innumerables son los relatos del mundo…". Así comienza Roland Barthes su famoso texto 'Introducción al análisis estructural de los relatos'. Para escribir algo después, "bajo sus infinitas formas, el relato está presente en todas las épocas, en todos los lugares, en todas las sociedades; el relato empieza con la historia misma de la humanidad; no hay, nunca ha habido un pueblo sin relato". Así es. El argumento de los candidatos deberá trenzar, por tanto, un relato convincente, que atrape y seduzca. Somos rehenes del relato que tenemos de la realidad por lo que siempre tenderemos a encajar la realidad en ese relato-prisión, y no a la inversa, como el método científico aconsejaría.

Sabemos que en España votamos a la contra, esto es movidos por el odio a las siglas rivales. Eso configura una lenguaje-alerta, un argumento-advertencia, un relato cuasi bélico que viene a decir que, si no me votas a mí, ganará el enemigo. Las campañas resultan previsibles, porque se limitan a jalear el voto útil y la papeleta del miedo. Lo hacen todos, siempre. Y, atención, si todos siempre lo hacen es porque así somos nosotros, qué le vamos a hacer.

Pero, a veces, algo puede romper esta pulsión hacia el voto útil, que siempre reforzó al PP y al PSOE. Ese algo podríamos englobarlo dentro de la misteriosa séptima función del lenguaje, en terminología gozosa de Roman Jakobson, lingüista de origen ruso, que postuló formalmente las seis funciones del lenguaje – referencial, emotiva, conativa, fática, metalingüística y poética -, y que, según algunos de sus estudiosos, habría dejado apuntada una séptima que sería la función mágica o encantadora, magia por la que la palabra transformaría de inmediato mentes y realidades. Y como ejemplo, el "la luz. Y se hizo", de los primeros versículos del Génesis.

Veremos lo que dicen y hacen nuestros candidatos, pero estemos atentos a la magia que evocan sus palabras en nuestros arcanos y pasiones esenciales, porque, nos tememos, será la capacidad de emoción mágica y prestidigitadora de unos y otros los que finalmente decidan los votos dudosos y determinantes. Que el voto no vendrá determinado por la razón, sino por la emoción producida por el lenguaje y el relato de los candidatos, por la magia del relato en el que logren envolvernos.

En su conocida obra 'El retorno de los brujos', Pauwells y Bergier ya postularon aquello tan inquietante de que el futuro sería mágico o no sería. Quién sabe. Pero lo que sí sabemos que será la magia, la hora bruja del cómo hagan uso los candidatos de la séptima función del lenguaje, la que dictaminará, finalmente,un resultado a día de hoy incierto. Porque lenguaje somos y con votos escribiremos el relato próximo de nuestra propia historia.

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