OPINION

¿Es necesaria más regulación para llegar al mercado único de capitales?

El pasado lunes, el vicepresidente del Ejecutivo comunitario para los Servicios Financieros, Valdis Dombrovskis, presentaba las últimas propuestas para acelerar el proceso de construcción del Mercado Único de Capitales en la Unión Europea. Continuando en la línea de las iniciativas presentadas en el año 2015, los puntos más destacados, tal y como explicó Dombrovskis, se refieren, principalmente, al mercado de bonos garantizados, a las facilidades para la venta de fondos de inversión intercomunitaria y la determinación del marco legal de los derechos de cobro para flexibilizar su uso

La idea básica es que el mercado de capitales europeo esté más integrado y funcione con una mayor fluidez para marzo del 2019, cuando se producirá, de hecho, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, con el consiguiente impacto en el mercado de capitales de nuestro entorno. No en vano, el predecesor del letón Drombovskis como vicepresidente de la Comisaría de Estabilidad Financiera, Servicios Financieros y Unión de los Mercados de Capitales era el británico Jonathan Hill, hasta que dimitió tras el referéndum del Brexit.

La filosofía sobre la que sustenta el proyecto del Mercado Único de Capitales de la Unión Europea es la de alentar las inversiones en el ámbito comunitario. Para ello se pretende trabajar en la definición de una etiqueta europea y un pasaporte para los productos financieros, la armonización y la simplificación de las reglas del juego y la mejora en la eficiencia y coherencia en la supervisión. Como explica la Comisión Nacional del Mercado de Valores, el pasaporte europeo implica que un folleto de emisión y negociación aprobado por una autoridad competente de la Unión Europea se puede utilizar en mercados regulados en toda la Unión Europea. Esto supone que todos los trámites administrativos se centran en la autoridad del país de origen.

Es este espíritu el que ha llevado a la comisión a proponer la creación de una “etiqueta europea” para los bonos garantizados de manera que se facilite la expansión del mercado de bonos a aquellos países en los que no está desarrollada. Se trata de un instrumento financiero muy utilizado en el bloque comunitario pero muy concentrado: el 84% del mercado lo ocupan cuatro países. Por otro lado, también se propone modificar la Regulación de Requisitos de Capital para endurecer las condiciones. ¿Es necesario reforzar la regulación del mercado de bonos garantizados? ¿Es bueno aumentar la regulación siempre? La respuesta intuitiva a ambas preguntas es afirmativa. Negar más regulación es interpretado normalmente como una loa al caos y la barbarie. Sin embargo, es necesario recordar lo sucedido en la crisis del 2009 y recientemente, la trayectoria del Banco Popular, para darse cuenta de que no se trata tanto de cantidad como de calidad y pertinencia de la regulación.

Como recordaba Antonio Foglia en un artículo publicado el pasado agosto en Project Syndicate, “The Post-Crisis Elephant in the Room”, el Banco Popular superó la revisión de calidad de activos del BCE del 2014 y la prueba de estrés bancario del 2016 y, sin embargo, en diciembre del 2017 estaba quebrado. ¿No estará fallando la percepción que tenemos de la regulación como salvaguarda de todo mal? Mientras que los intermediarios financieros han tenido que reconsiderar su situación para sobrevivir, los reguladores, que no se juegan el pellejo, no lo han hecho, de manera que tienen incentivos para seguir regulando del mismo modo y por las mismas razones, sin rendición de cuentas.

En un sistema hipercomplejo formado por subsistemas igualmente complejos, el regulador europeo aparece como un ejemplo de institución frágil en el sentido de Nassim Taleb. Ese es un serio problema que no se está poniendo encima de la mesa en esta carrera hacia la unificación del Mercado de Capitales Europeo.No todo es tan preocupante. Al menos, en un intento permitir la expansión el mercado de fondos de inversión, la comisión ha pensado que sería bueno eliminar algunas barreras regulatorias que no ayudan, sino que añaden una pesada carga sobre los hombros de los agentes económicos. La armonización regulatoria, asimismo, reduce los costes de transacción, aumenta la transparencia y reduce la incertidumbre, tres aspectos muy importantes.

Eso sí, los españoles y nuestros gobernantes deberíamos plantearnos qué papel queremos desempeñar en el escenario del mercado de capitales integrado. Porque si decidimos ser protagonistas vamos a tener que cambiar bastante nuestra mentalidad y los incentivos que la perpetúan. Y me refiero al amor por el gasto, la poca costumbre de ahorrar, la denostación de la inversión y la condena a los infiernos del lucro y el enriquecimiento. Recordemos que el impacto del libro "Nosotros, los mercados" de Daniel Lacalle, además de por su contenido, se debió al shock que supuso que alguien defendiera los mercados en pleno huracán desde las mismas entrañas del sistema financiero y explicara la importancia de la diversidad financiera para el desarrollo económico y la sostenibilidad de nuestra forma de vida. Siempre podemos volver a Walden con Henry David Thoreau, pero entonces deberemos renunciar a las vacunas, a los móviles, a internet y al futuro tecnológico conseguido y por conseguir. La materia prima está: las sociedades de inversión se multiplican, la curiosidad financiera en el ciudadano medio crece, parece que, cada vez más, nuestra juventud está dispuesta a jugar esta baza.

Pero, por si no estuviera claro, hay que revisar la historia española y recordar lo que costó volver a crear un mercado de capitales a partir de 1959 cuando, gracias al dinero del FMI y a quienes convencieron al dictador de que era fundamental incorporarse a la modernidad, se abrió una pequeña grieta por la que podían entrar capitales extranjeros. Tan fina era la rendija que, durante años, fueron las divisas de los turistas y las remesas de los dignísimos trabajadores emigrantes los que aportaban oxígeno financiero. Aprovechar el tren europeo para ser actores protagonistas inversores es una baza cuyo principal muro no es otro que los prejuicios contra el lucro y la riqueza y la cobardía política.

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