¿Qué tiene que hacer el presidente de la CEOE?

  • Por encima de quien es o deja de ser el presidente de la CEOE, está qué va a hacer el siguiente máximo responsable de la organización. Y esto pasa por dar un revulsivo a la patronal, para volver a generar el espíritu empresarial.
Elías Ramos

Sea quien sea el nuevo presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), su valoración vendrá, o debería venir, de lo que anuncie que va a hacer y de lo que haga. No es un tema menor a la vista de cómo andan las cosas por la sede de la representación de los empresarios, después de la parálisis en la que lleva metida la organización hace ya casi un lustro.

Que lo digamos desde fuera es importante, pero aún es más importante lo que se dice dentro. Y lo que se dice dentro es que la organización tiene que salir de la profunda crisis que vive desde hace ya varios años y que la ha alejado de la referencia social que toda organización con esta representación debe tener en un país que, hasta hace unos días, podía presumir de ser la octava potencia económica del mundo.

Para algunas fuentes internas, “CEOE debe vivir un gran revulsivo, porque no puede seguir representando a casi nadie de los que tiene que representar y sin marcar las directrices que devuelvan a la primera línea de la referencia social”. Es decir, la cuestión no es quien es o deja de ser el presidente, es qué es lo que está dispuesto hacer para cambiar de forma contundente la organización.

Eso, que lleva aparejado un cambio profundo de su organigrama, no puede esperar más tiempo. Después de 33 años de existencia, como pasa en toda institución, los vicios se acumulan, empezando por la burocratización, entendida ésta como el arte de tener el tiempo ocupado sin trabajar por los objetivos que presiden la organización, y más en tiempos de una crisis que se ha llevado por delante un buen número de empresas y, lo que es peor, las ganas de ser empresario.

Cada día la realidad, que es tozuda, demuestra la inoperancia de CEOE para hacer posible aquel objetivo de “mejorar la competitividad de las empresas” y ese gran principio que es el de mejorar entre la sociedad española el ánimo de ser empresario, es decir, el deseo de vivir el riesgo para desarrollar productos y servicios competitivos, pensamiento en el que coinciden un nutrido grupo de personas de la organización.

Con la crisis han desaparecido muchas empresas, 65.000 en el último año, según el Instituto Nacional de Estadística, pero quizás no es lo más grave. Lo más grave es que de las 3.291.263 empresas existentes, incluidos los autónomos, 1.774.005 no tienen asalariados; casi tres millones, 2.985.165, tienen como máximo 5 empleados, y 3.128.181 no llegan a 10 empleados.

Esta estructura es alarmante. En España hay 3.128.181 microempresas y 163.082 pequeñas, medianas y grandes empresas, de las cuales 1.704 pertenecen al último rango de más de 500 empleados y 161.378 pequeñas y medianas empresas que ocupan entre 10 y 499 empleados. Dentro de la misma CEOE se preguntan si tiene sentido dejar fuera de la organización empresarial a más de tres millones de empresarios.

Aún reconociendo que muchos de los autónomos no tienen más objetivo que disfrazar el recorte de plantillas para subcontratar lo que a lo mejor podían ser puestos de trabajo, tema provocado por la escasa flexibilidad de la legislación laboral, afirman que la CEOE no puede pasar por alto esta realidad y atender a la solución de este problema que coadyuva la posibilidad e innovación y, por lo tanto, la competitividad.

De hecho, una de las cuestiones más criticadas desde dentro es el papel de la Cepyme, que se ha ido diluyendo hasta quedar en una situación de extrema debilidad por “falta de material”.

CEOE, dicen dentro, debería ser una organización viva que pusiera encima de la mesa este problema y emprendiera una amplia tarea de reconversión instruyendo sobre la ventaja de tener empresas más grandes o fórmulas organizativas modernas tendentes a conseguir la unión de esfuerzos y la dilución de gastos fijos que siempre restan volumen a la inversión dedicada a ganar productividad y mercados.

CEOE tiene muchos problemas y muchas cuestiones para tratar, pero en este momento ese tiene que ser el gran reto. No es una cuestión de enfrentamiento con la administración o colaboración con la misma, ni tan siquiera con los sindicatos, es una cuestión de optar por objetivos que ayuden a solucionar uno de los grandes retos que se han puesto de manifiesto con la crisis: la incapacidad para generar espíritu empresarial.

Generar ese espíritu será el gran reto del nuevo presidente y de la nueva CEOE.

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