Los privilegios del ciudadano Mariano Rajoy y el juicio que nunca existió

  • Ya fue muy poco usual que fuera el presidente de la Audiencia Nacional quien citara al presidente del Gobierno, por cortesía institucional.

    Una vez en sede judicial, todos somos ciudadanos del mismo rango y nos enfrentamos a un juicio (como testigos o como sea) con las mismas normas.

Los privilegios del ciudadano Rajoy y el juicio que nunca existió
Los privilegios del ciudadano Rajoy y el juicio que nunca existió

Rajoy se mostraba contento al final de su interrogatorio en el caso Gurtel, por haber cumplido con su deber de colaborar con la justicia, pero es una medalla que tal vez no merece o, al menos, que no se ha ganado con todas las de la ley.

Es cierto que supo contestar a todo y hasta recrearse en algunos casos con sus frases tautológicas más genuinas, pero hay detalles sobre la organización y el manejo de la sesión en la Audiencia Nacional que desvirtúan cualquier victoria que se quiera contar después.

Ya fue muy poco usual que fuera el presidente de la Audiencia Nacional quien citara al presidente del Gobierno, por cortesía institucional, de presidente a presidente, cuando la ley contempla que la citación debe ser la misma que se realiza para cualquier ciudadano.

Pero lejos de arreglar ese tropiezo, que más de un disgusto generó dentro de la propia Audiencia, ayer lo primero que hizo el presidente de la institución fue recibir a Rajoy y a Pío García Escudero a su entrada al juicio, algo que no es normal que ocurra. Una vez en sede judicial, todos somos ciudadanos del mismo rango y nos enfrentamos a un juicio (como testigos o como sea) con las mismas normas.

Si todos somos iguales ante la ley y existen garantías constitucionales más que suficientes para garantizar la tutela judicial efectiva de todos los ciudadanos, tampoco es necesario que se prepare un lugar especial para el ciudadano Rajoy.

El presidente contestó a las preguntas de los letrados y del fiscal a placer, sin mirar al tribunal a la cara ni sentir la presión y el congojo que eso supone en una sala judicial. Al contrario, lo de ayer era de cara a la galería, recibiendo las preguntas de ambos lados y soltando sus contestaciones a la prensa y el público asistente. Es decir, una comparecencia a su manera, en modo político, más parecida a una comisión parlamentaria al uso que un verdadero juicio.

Para no incomodar, casualidades del momento, tampoco los imputados en el caso podían incomodar con su presencia al presidente. Solo uno, pero sin la mirada dura de Bárcenas ni los reproches silenciosos que podían generar Crespo, Correa, El Bigotes, etc. No es lo mismo decirles a la cara que no les conoces de nada, que decírselo a la galería el que venga detrás…

Y por si las garantías de control eran pocas, el flamante fiscal jefe Anticorrupción recién nombrado dejaba notar su presencia junto a las dos fiscales que se encargan de ello, muy valoradas por sus incisivas preguntas en otros interrogatorios, pero que ayer, por una razón o por otra, no lo fueron tanto.

Por si acaso, el presidente de la sala tampoco permitió la más mínima concesión a la hora de repreguntar al presidente para que explicara sus contestaciones a la gallega. Hablar de “trapicheos” era pertinente y volver a preguntar algo de lo que ya se ha hablado y ha quedado contestado, bien o mal, tampoco.

Ni dentro de la sala ni fuera se pudo ver ayer la celebración de un juicio normal, como el que tendría que pasar (y ha pasado) cualquier ciudadano español, de los del grupo en el que todos sí somos iguales ante la ley.

Casi un kilómetro antes de llegar a la sede de la Audiencia, en el extrarradio de Madrid y en un polígono industrial donde nadie va a pasear, un cordón de seguridad para evitar protestas cercanas e imágenes incómodas. Dentro, nadie en el hall que pueda ver algo incorrecto (sobre todo si son periodistas). “Si entras por esta acera, sales también por esta acera”, recordaban a los informadores al entrar, para evitar siquiera que alguien se para a mirar en la puerta o en la misma calzada que da entrada al edificio.

Total para nada, porque los dos testigos entraron y salieron por el garaje, dentro de sus coches y sin vacilaciones. Las declaraciones públicas, en la sede del partido, media hora después, para mostrar la tremenda satisfacción de haber superado el trago de ir a un juicio que, realmente, no lo era, por más letrados con toga que hubiera en la sala.

Es curioso ver como hay instituciones como la Casa Real que se afanan en suavizar el protocolo para evitar en lo posible tratos especiales en eventos públicos, nada por encima de los demás que no sea estrictamente necesario, y hay otros estamentos políticos, no menos notorios, que temen tanto el qué dirán, que llegan a desvirtuar la esencia de cuestiones tan básicas para la convivencia como que todos somos iguales ante la ley y así debemos ser tratados.

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