(reportaje)el género en la salud mental, una incomprensible ausencia

MADRID, 13 (SERVIMEDIA/BEATRIZ SANCHO)

Durante mucho tiempo la dimensión de género ha sido excluida de las cuestiones relacionadas con la salud mental, pero esta ausencia también es patente en el mundo asociativo del mismo ámbito. Así lo desvela en 'Diagnóstico sobre la situación frente a la igualdad de mujeres y hombres en Fedeafes', estudio del que se desprende que la mayoría de las asociaciones de salud mental existentes en España "ignoran en sus estatutos la importancia de trabajar en pos de la igualdad de las mujeres y los hombres", tan necesaria, entre otras cosas, para paliar las consecuencias de la doble discriminación que sufren éstas a causa de su condición de mujeres y de su enfermedad mental.
Por ello, y conscientes de esta realidad, al menos Fedeafes y las cuatro asociaciones que la integran (Avifes, Agifes, Asafes y Asasam) han iniciado un proceso basado en la citada investigación realizada junto al Departamento de Empleo y Políticas Sociales de Gobierno vasco. El objetivo es visibilizar esta situación para que se tenga en cuenta y posibilitar la incorporación paulatina de la perspectiva de género en su ámbito de actuación: el mundo asociativo de la salud mental.
En opinión de la gerente de Fedeafes, María José Cano, "es fundamental que la variable de género se vaya incorporando en las distintas asociaciones de familiares y personas con enfermedad mental". No obstante, Cano ensalza toda la labor realizada durante las últimas décadas del movimiento asociativo de las mujeres con discapacidad para "reivindicar una mayor visibilidad y un avance hacia la igualdad de las mujeres con diversidad funcional con el objetivo de acortar las brechas que las separan tanto de los hombres con discapacidad como del resto de las mujeres". Asegura la gerente de la federación que también "es justo", porque es la forma de garantizar la "correcta transversalidad de género en las actuaciones, servicios y programas que desarrollan las entidades para lograr la efectiva igualdad".
De la misma carencia adolecía hasta hace poco la propia Confederación Española de Agrupaciones de Familias y Enfermos Mentales (Feafes), que desde este viernes ha pasado a denominarse ‘Confederación Salud Mental España’ para, afirman desde la entidad, ofrecer a la sociedad una visión positiva que se acerque más al concepto de salud mental y se aleje del de enfermedad mental, porque "todos debemos de cuidar la salud mental" y "no hay diferencia entre personas sanas y personas enfermas".
La carencia era admitida por el hasta entonces presidente de la entidad, José María Sánchez Monge, en una entrevista publicada el pasado octubre en 'cermi.es semanal'. En ella se le preguntaba por la consabida ausencia de una mujer que representara a la mujer con enfermedad mental en la Comisión de la Mujer del Cermi que siempre ha perseguido "hacer visible a la mujer con discapacidad en todos los ámbitos de la sociedad". Consciente de ello, Sánchez Monge esgrimía como razón para este vacío en la referida comisión que no tenían "ninguna mujer" y que "los representantes" eran "los" representantes.
En este sentido, argumentó también el mandatario de Feafes que lo que sí tenían en ese momento era una mujer que les representa en la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud (y también un hombre), pero que, efectivamente, "esa mujer no tenía problemas de salud mental".
Y aunque si bien es cierto que la confederación, en octubre de 2014, no tenía una representante con enfermedad mental que pudiera hablar en primera persona ni en la Comisión de la Mujer del Cermi ni en la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud, era porque Feafes estaba compuesta en su mayoría por hombres y que el ‘Comité de personas con enfermedad mental’ estaba compuesto por "cinco mujeres cuando lo componen 19 personas". Entre ellas, reconocía entonces Sánchez Monge, "es cierto que algunas podrían ser representantes de la mujer con enfermedad mental en la Comisión de la Mujer del Cermi".
La buena nueva es que, a día de hoy, el movimiento asociativo de la mujer con discapacidad ha conseguido otro hito y puede congratularse porque, quizás por la intervención de Unión Madrileña de Asociaciones de Salud Mental (Umasam) y por la perseverancia de las mujeres con discapacidad que han insistido en ello, Feafes o, actualizado, la Confederación Salud Mental España (cuyo twitter pasa a llamarse @consaludmenta)l, ya tiene una mujer con enfermedad mental que hable con voz propia en primera persona en el seno de Comisión de la Mujer del Cermi: May González Marqués. Con trastorno bipolar, es licenciada en Psicología Social y secretaria de la Junta Directiva de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales Área 5 (Afaem 5).
Por su parte, para la Confederación Salud Mental España la incorporación de la perspectiva de género es una línea estratégica y una vía a desarrollar a través de diferentes acciones. "Es cierto que hasta ahora es una realidad que no se ha tenido en cuenta a la hora de elaborar documentos a través de los que se rigen las entidades que forman parte del sector", comenta la directora ejecutiva de la confederación, Celeste Mariner. Sin embargo, "es un valor añadido incorporar esta perspectiva en la entidad y en la salud mental en general y, por nuestra parte, así lo estamos empezando a hacer y continuaremos haciéndolo".
Mariner ha anunciado que desde la confederación "existe este firme compromiso de seguir incorporando esta perspectiva en todas aquellas acciones y documentos que posibiliten mejorar este aspecto y hacer cada vez más protagonista a la mujer con trastorno mental para acabar con la doble discriminación que sufren". Además, ha comentado como logro la puesta en marcha desde lo que era Feafes de un 'Plan de Adecuación Ética', que establecerá el marco de relaciones tanto internas como hacia el exterior, y que, por supuesto, incluirá la cuestión de género.
Sin embargo, la inquietud respecto a la exclusión de la perspectiva de género en la salud mental trasciende fronteras y la propia Comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad de Género del Parlamento Europeo, tal como refiere Fedeafes en su estudio, lo puso de manifiesto a propósito de la publicación del 'Libro Verde. Hacia una estrategia de la Unión Europea en materia de salud mental' de la Comisión Europea hace unos años.
Esta publicación subrayaba la existencia de una "clara dimensión de género en el campo de la salud mental, en particular en lo referente a los trastornos alimentarios, las enfermedades neurodegenerativas, la esquizofrenia, los trastornos del estado de ánimo, la ansiedad, el pánico y la depresión".
Asimismo, el trabajo criticaba que no se había tenido en cuenta "suficientemente" la dimensión de género en este campo, por lo que pedía que se incluyera "en las medidas propuestas para promover la salud mental, en las acciones preventivas y en la investigación", cuyos estudios, hasta la fecha, consideraban "insuficientes e inadecuados", tanto que los "progresos obtenidos en la prevención y la cura de estas enfermedades son significativamente menos importantes que en otros”.
INVESTIGACIONES SOBRE GÉNERO Y SALUD MENTAL
Sin embargo, sí se ha investigado sobre género en relación con la enfermedad mental y prueba de ellos son las investigaciones que proliferaron desde la década de los 90 y que estudiaron cómo los estereotipos de rol de género afectan a la forma de enfermar y desarrollar una enfermedad mental u otra.
En 'Psicopatología y género: visión longitudinal e histórica a través del DSM', los psiquiatras investigadores Silvia L. Gaviria y Renato D. Alarcón aseguran que el estudio del género y sus efectos en la salud mental es un "fascinante y creciente campo de investigación clínica", pero que la exclusión de mujeres en la mayoría de estudios clínicos ha dado lugar a "vacíos importantes sobre las enfermedades mentales y su tratamiento".
Ambos insisten en que hasta hace pocas décadas las mujeres eran excluidas de las muestras clínicas en estudios de investigación, de manera tal que "los resultados obtenidos de varones se aplicaban indistintamente a ellas". Subrayan también que en las ocasiones que se las incluía en los estudios "los datos no eran analizados por sexo y, simplemente, se asumía que no había diferencias entre hombres y mujeres, en cuanto a la forma de enfermar o en la respuesta a los tratamientos".
Gaviria y Alarcón demuestran que hoy en día "se aceptan importantes diferencias entre hombres y mujeres en este ámbito y, en el caso de algunas enfermedades mentales, está comprobado que pacientes mujeres tienen diferentes síntomas, curso y factores de riesgo respecto a los hombres con problemas de salud mental". Además, "se han detectado, asimismo, diferencias de sexo en la farmacocinética, fundamentalmente debidas a factores hormonales", puntualizan los investigadores.
Por todo ello, aclaran que la enfermedad mental es el resultado de una "compleja matriz de factores como el perfil genético, experiencias recientes y eventos vitales tempranos, apoyo social, creencias religiosas y, por supuesto, el género". Y concluyen que "resulta evidente que la compleja relación entre género y patología mental, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres y cómo éstas interactúan con factores socioculturales para producir la enfermedad mental son temas relevantes de investigación, que aún están en sus comienzos".
PREJUICIOS, INVISIBILIDAD E INSENSIBILIDAD
Dice la psicóloga Cristina Ortega Ruiz en su trabajo 'Las mujeres y la enfermedad mental', en la que retrata la perspectiva de género a través de la historia contemporánea, que las mujeres han sido calificadas históricamente de “inferiores mentales”, “locas” o “enajenadas mentales” como consecuencia de un patriarcado existente en la medicina y ciencias afines, más que de un saber científico.
La medicina, y en particular la psiquiatría, ha sido "una fuente importante de ideología sexista", que, a través de las diferencias anatómicas, fisiológicas y patológicas, perpetuaron "las desigualdades de los géneros".
La perspectiva histórica del género en relación con la salud mental de Ortega explica que la psiquiatría fue una de las últimas especialidades médicas en ser aceptada como tal en la comunidad científica, pero que no sería hasta finales del siglo XVII y principios del XIX cuando, gracias al médico y reformador Philippe Pinel, lograra un cambio de actitud de la sociedad hacia las personas con enfermedad mental para que fueran considerados merecedores de un tratamiento médico estándar.
No obstante, en su recorrido, la psicóloga sostiene que si hiciésemos una mención a la enfermedad mental y la mujer comprobaríamos que la mujer, a lo largo de la historia, ha sufrido un mayor estigma cuando la enfermedad mental la sufrían ellas y eran catalogadas, según apunta Silvia Vegetti en 'Psicoanálisis femenino', de "histéricas, delirantes o depresivas”.
Más grave aún es la referencia que recoge Ortega a los médicos del siglo XIX cuando dice que pensaban que "la tensión de la vida moderna hacía a las mujeres más susceptibles a desórdenes nerviosos, existiendo un sesgo de género ligado al sexo en diagnóstico, psicopatología y psicoterapia". Según recoge Nuria Varena N. en 'Feminismo para principiantes', en este contexto los tratamientos que recibían las mujeres para su “curación” eran vejatorios y tales como masajes pélvicos (estimulación manual de los genitales de la mujer por el doctor hasta llegar al orgasmo) o la extirpación de los órganos.
ENFERMAR SEGÚN EL GÉNERO
Los tipos de rol de género (femeninos y masculinos) tiene una incidencia real en la enfermedad mental y los resultados de las investigaciones son desfavorables para aquellas personas, sean mujeres o varones, que hayan internalizado un estereotipo femenino. Son palabras de la vicerrectora de Servicios a la Comunidad Universitaria y Estudiantes de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, Ana García-Mina Freire.
"Hay una gran confusión en torno a la categoría científica de género. Mucha gente considera que género es lo mismo que sexo, que a lo que antes se llamaba sexo, ahora, género. Cuando no es así", clarifica García-Mina, que ha realizado su doctorado en Psicología. Explica la doctora que una persona es biológicamente varón o mujer y el género responde a los estereotipos, a las definiciones culturales y a todo el imaginario cultural que cada sociedad tiene sobre lo que tiene que ser un hombre y una mujer.
"Es verdad que hay unos imaginarios culturales, transculturales sobre lo que es un varón y una mujer, pero hay que tener en cuenta que el género también difiere mucho dependiendo de qué cultura estemos hablando. Si bien en todas aquellas sociedades patriarcales en que podemos plantear que pueda haber unos estereotipos de rol de género asociados al hombre y a la mujer muy similares, en las matriarcales no servirían", asevera.
Según la vicerrectora, el género es una variable sociocultural que, además, está como muy condicionada por otros variables que también conforman la identidad de la persona como es el sexo, la edad, la cultura o el nivel sociocultural. Son variables que hacen que cuando hablemos de género tengamos que ser muy cuidadosos a lo hora de lo que estemos haciendo referencia. En este mismo sentido, las investigaciones realizadas en las últimas décadas han demostrado que "inequívocamente, existen marcadas diferencias en la morbilidad psiquiátrica y en el patrón de conducta de enfermar desarrollada por los sexos".
Según afirma el autor de 'Vulnerabilidad psicosocial y género', "en todas las sociedades hay desigualdades entre mujeres y hombres respecto a las actividades que realizan, en el acceso y control de recursos, y en las oportunidades tomar decisiones, lo que influye de manera determinante en el proceso de salud y enfermedad y pone a las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad para la salud físico y mental".
Algo que también repiten con insistencia García-Mina y otros autores es que el género "es una variable fundamental en la enfermedad mental que conforma nuestra identidad, al interiorizar individualmente lo que debe de ser un varón y una mujer para ser reconocido y valorado nos encontramos que el desarrollo y potenciación de una serie de capacidades humanas y, simultáneamente, la amputación o el no desarrollo o prohibición de otras".
GÉNERO: UNA IMPERIOSA NECESIDAD
Ana García-Mina escribió hace unos años un artículo esclarecedor respecto a lo que es el género: 'La categoría del género: historia de una necesidad'. Y la primera pregunta que plantea para explicar el término era que qué supone ser mujer, ser varón. Además destaca otra, por su pertinencia con este texto: ¿podemos relacionar determinados trastornos psicológicos con los modelos de masculinidad y feminidad que toda sociedad elabora y prescribe? "Sí", demuestra en el transcurso del texto la investigadora.
Cuenta así la doctora en Psicología que el término "género" hasta 1955 era tan sólo atributo de nombres, artículos, adjetivos y pronombres y que fue en ese año cuando John Money, por sus investigaciones sobre el hermafroditismo y ante su necesidad de un término que complementara la categoría de sexo para las personas que acudían a su consulta con una identidad sentida como niño o niña, pero contraria a su biología, rescató género por su etimología. De este modo, utilizó "género" para señalar componentes psicológicos y culturales que, a su modo de ver, formaban parte de las definiciones sociales de las categorías mujer y varón.
Hasta 1955, recuerda García-Mina, el sexo se juzgaba según los órganos sexuales y no se planteaban que la identidad de la persona no estuviera determinada por la biología. Incluso la masculinidad y la feminidad eran consideradas dos maneras de ser y estar "opuestas y excluyentes" .
Sin embargo, sería a principios de los años 70 cuando el género se convertiría en una categoría epistemológica de relevancia en los estudios sociales relacionados entre los sexos y logró calar en las academias feministas, que utilizaron el género para poder cuestionarse nuevos sentidos de identidad. "El sexo estará determinado por la naturaleza, mientras que el género lo elaborará la sociedad y tendrá muy claras repercusiones políticas", recoge la 'Guía de la incorporación de la perspectiva de género' del Instituto de la Mujer.
Simone de Beauvoir, la insigne filósofa, filóloga y feminista, también tuvo su papel en la historia del género al lograr desmontar en su ensayo 'El segundo sexo' (1949) el discurso existencialista dominante en torno a la mujer de su época. En la obra señaló el vital papel del proceso de socialización diferencial como regulador de la identidad. Y tras ella, más tarde, vinieron muchas investigadoras de la talla de Katte Millet, Anne Oakley, Gayle Rubin o Natalie Davis, entre tantas otras, que incorporarían la categoría de género a sus análisis.
Esto supuso un antes y un después de la consideración anterior de que los modelos de masculinidad o feminidad fueran derivados de la biología como realidades innatas, inmutables y mutuamente excluyentes, y que las personas que no se ajustaran a esos modelos fueran consideradas "desequilibradas y a menudo estigmatizadas por su entorno social", indica la doctora. El éxito de todo ello fue que "ser varón femenino o mujer masculina" no se diagnosticaría como un "trastorno o problema de inversión sexual", sino que se consideraría que la forma de ser de esas personas "se ajusta más a lo que en su sociedad es propio del otro sexo".
Por otra parte, las investigaciones que relacionan género y enfermedad mental evidencian, según los autores consultados por García-Mina, que, aunque el contenido de esos citados modelos masculinos o femeninos varía en función del contexto étnico, socioeconómico y religioso, en la sociedades patriarcales el modelo de masculinidad "era (y es en muchos casos) más valorado y goza de mayor prestigio social que el asignado a las mujeres".
"En los 70, queda claro, cuando el género adquirió una perspectiva más intrapsíquica y personal, que los modelos masculinos y femeninos llevan implícitos una serie de sanciones positivas y negativas" y que implican "un deber-ser que vamos internalizando a través de un proceso de socialización que va conformando nuestra identidad", sostiene. Y en función a cómo nos ajustemos a los modelos, descubre la autora, "tendremos una identidad más femenina, más masculina o más andrógina (cuando la persona desarrolla en alto grado rasgos que socialmente se consideran masculino o femeninos).
Esto despierta a muchas psicólogas clínicas y comienzan introducir el género en su disciplina y a estudiar la incidencia real de los ideales de género en los modos específicos de enfermar de varones y mujeres. Es entonces cuando se descubre que la vida cotidiana deja de ser una variable sin importancia para convertirse en "clave de interpretación a la hora de estudiar diversas patologías". De hecho, se constató que una rígida tipificación sexual podía favorecer problemas psíquicos.
De hecho, García-Mina y otros investigadores, en los 90, constataron que ciertas características como "una gran necesidad de apoyo afectivo, depender de los juicios y la valoración de los demás, sentirse sin apenas recursos para hacer frente a situaciones problemáticas, no saber poner límites y hacerse respetar" coincidían en las personas deprimidas (mujer o varón) y que hubieran sido educadas y socializadas en un patrón femenino de sumisión, docilidad, obediencia, hipersensibilidad y dependencia de los vínculos afectivos, así como una excesiva preocupación por los demás.
Correlativamente, verificaron que así como "internalizar determinados rasgos de la feminidad es un factor de riesgo", también era un factor de protección "tener algunos de los rasgos socialmente adscritos al varón: ser una persona que se vale por sí misma, confiada y no necesita supeditarse a los demás, que no depende de la mirada ajena y no se detiene ante las dificultades, que tiene habilidades para desarrollar funciones de liderazgo y que sabe asumir riesgos y tomar decisiones".
Es por ello, concluye la investigadora, que comprender nuestra historia a través del género nos ha de llevar a revisar la autoimagen y cómo se ha ido configurando; nuestros ideales y exigencias; nuestras necesidades, las que hemos postergado, los deseos truncados; los vínculos y las relaciones que establecemos; cómo nos valoramos, la vivencia de nuestro cuerpo; la culpabilidad que emerge al transgredir las normas sociales pautadas de género, las anestesias de determinadas emociones, el reconocimiento propio y ajeno, nuestras capacidades y recursos, así como de nuestros límites, malestares, enfermedades, quejas, etc.
¿SOLUCIONES?
¿Soluciones? Muchas. ¿Puestas en práctica? Menos. Aun así, la lista de recomendaciones es extensa según la fuente consultada. Entras las utilizadas en este reportaje están las de Fedeafes, por priorizar las del movimiento asociativo de la salud mental, y su objetivo de insistir en la importancia de organizar talleres, cursos y grupos para mujeres con enfermedad mental para impulsar su empoderamiento, su participación social e inserción laboral especialmente en sectores tradicionalmente masculinizados, en los que existen más oportunidades de empleo.
Además, apuesta por que las acciones de formación también incluirían a las familias para evitar la sobreprotección. Por su parte, quedan comprometidos a reivindicar que los organismos para la igualdad entre mujeres y hombres tengan en cuenta en todas sus políticas las necesidades específicas de las mujeres con enfermedad mental, de forma que adecúen a ellas sus recursos y servicios. La sensibilización para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, la corresponsabilidad y la propia participación de los hombres en programas de cuidado son otras de sus pretensiones.
Si consultamos a los psiquiatras investigadores Silvia L. Gaviria y Renato D. Alarcón, aluden a la importancia del 'Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales' como instrumento para establecerse como guía "consistente y explícita sobre estos temas, basada en información estandarizada y uniforme".
En este sentido, concluyen que dado el impacto del DSM como sistema nosológico mundial, los pasos que se den para consolidar la importancia del género en el DSM "tendrán repercusiones importantes". Pero advierten de que "no basta solamente con reconocer diferencias clínicas con base en el género", sino que "es importante correlacionarlo con otros elementos del ambiente cultural donde se desenvuelve el individuo". Esto es más relevante aún, consideran, si se tienen en cuenta el fenómeno de globalización, nutrido por migraciones internas y externas en diversas regiones del mundo.
Asimismo, no dejan pasar la oportunidad de la obligación de tener en cuenta las "importantes especificaciones que diferencien claramente la frecuencia de determinados trastornos mentales en hombres y mujeres. E insisten, por último, en que "las repercusiones terapéuticas y de manejo general son también innegables en cuanto al género" porque el llamado "apoyo social interactúa con otras variables como el estado civil, el número de hijos, el nivel educativo, etc.".
Es por ello que defiende que el DSM continúe su labor en "beneficio de un buen proceso diagnóstico, un tratamiento más objetivo y efectivo y, tal vez con mayor énfasis, un enfoque preventivo, eficaz y duradero".
Por último, en el manual 'La transversalidad de género en las políticas de discapacidad', publicado en la colección 'cermi.es', en relación a la salud mental de las niñas y mujeres con discapacidad, se dice que "es preciso que los servicios de salud mental no solo estén entrenados para dar respuestas solo a los trastornos por estrés post-traumático, distorsiones cognitivas, dificultades sexuales, fobias, culpa, baja autoestima, etc., sino que también intervengan desde una perspectiva crítica desmontando los roles construidos desde el sistema patriarcal y normalista".
También subrayan que el abordaje integral debería ser la tónica general en las terapias individuales y grupales que se pongan en práctica en los servicios de salud mental, ya que permitiría a las mujeres la mejora de su estado de salud al mismo tiempo que su empoderamiento.
Asimismo, coinciden con tantos otros expertos en el tema del género y la enfermedad mental en que lo idóneo es que "las mujeres con discapacidad tomen conciencia de su poder para dirigir y transformar sus proyectos vitales y criticar los discursos y prácticas biomédicas que las han etiquetado como personas patológicas". Por otra parte, abogan desde este trabajo por la eliminación de modelos tecnocráticos de salud mental donde se considera que el conocimiento es detentado únicamente por las y los profesionales, y por consolidar nuevas formas más participativas donde las voces de las mujeres puedan ser escuchadas y tenidas en cuenta.
Y por último, sin desdeñar la importancia de atender a los aspectos clínicos y epidemiológicos, citando a Mabel Burin, critican la clara tendencia a prescribir de manera abusiva psicofármacos y el consumo excesivo de tranquilizantes.
Como colofón, en el '2º Manifiesto de los Derechos de las Mujeres y las Niñas con Discapacidad' de la Unión Europea y su reconocimiento explícito a "la relevancia de garantizar que las y los especialistas de salud mental reciban formación relacionada con los derechos humanos y las libertades fundamentales de las mujeres con discapacidad con el fin de asegurar una atención basada en el pleno respeto de su dignidad y autonomía en sintonía con lo establecido en la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad".
Tampoco se olvidan en el manifiesto europeo de la necesidad de apoyo emocional profesionalizado para mujeres que son madres y tienen enfermedad mental y, a su vez, para las madres de hijas o hijos con problemas de salud mental para que puedan "superar la angustia y la ansiedad que genera vivir con esta situación".
UN ESPEJO EMPAÑADO
Y si a estas alturas alguien no entiende el sentido y el porqué de la categoría de género, como alude García-Mina en su artículo, que caiga en la cuenta de la importancia de su valor tal y como lo hizo el reputado sociólogo Michael Kimmel al presenciar una discusión que estaban manteniendo una mujer blanca y otra de raza negra acerca de la mayor o menor importancia de la semejanza sexual o la diferencia racial entre ellas.
La mujer blanca afirmaba que, por encima del color de la piel, lo que realmente más les unía era el hecho de ser mujeres. Pero la mujer negra no pensaba lo mismo y le preguntó: "Cuando por la mañana te miras al espejo, ¿qué ves?". La mujer blanca le contestó: "Veo una mujer". Entonces le dijo la mujer negra: "Ahí está precisamente el problema. Yo veo una negra. Para mí, la raza es visible a diario, porque es la causa de mi hándicap en esta sociedad. La raza es invisible para vosotras, razón por la cual nuestra alianza parecerá siempre un poco artificial".
Si esto se traslada de una mujer de raza negra a una mujer con enfermedad mental la respuesta, sin duda, sería, para la mayoría, más o menos como sigue: "Ahí está precisamente el problema. Yo veo una mujer con un trastorno bipolar (cámbiese el trastorno bipolar por esquizofrenia o cualquier otro trastorno psicótico, de ansiedad, somatomorfos, disociativos, sexuales y de identidad sexual, de la conducta alimentaria, del control de los impulsos, adaptativos, relacionados con sustancias y toda la retahíla que no se encuadre dentro de estos epígrafes y que también son enfermedades mentales). Y para mí, la falta de salud mental es visible a diario porque es la causa de mi discapacidad en esta sociedad. La variable 'salud' es invisible para vosotras, razón por la cual nuestra alianza parecerá siempre un poco artificial".
Kimmel, así lo confiesa, fue consciente de la importancia del género cuando cayó en la cuenta de que él mismo, al mirarse al espejo cada mañana, sorteaba su raza, su sexo y su género y que se debía a que, según cuenta, para él, y otros hombres como él, era "fácil obviarlo cuando uno forma parte del grupo de los privilegiados y de aquellos que detentan un mayor poder".
Y siendo esto cierto, que lo es, y cierto que "en cuanto experiencia subjetivada, los modelos de masculinidad o feminidad repercuten notablemente en la manera en que vivimos, nos relacionamos y afrontamos cognitivamente y afectivamente la realidad, pero también en la manera en que enfermamos", que las propias personas con enfermedad mental, las asociaciones que los reúne, sus familiares, los progenitores de toda persona al educar, los profesionales de la salud mental y cada sociedad integren amablemente y sin demora la perspectiva de género para lograr la justa igualdad para todos. Aunque, como dijo el crítico, ensayista y novelista Marcel Proust, "el verdadero descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en poseer nuevos ojos".

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