Aplausos en el Festival de Edimburgo para la ópera "Montezuma"

  • Edimburgo (R.Unido).- La ópera "Montezuma", del alemán Carl Heinrich Graun con libreto de Federico II de Prusia, y puesta en escena del director mexicano Claudio Valdés Kuri, fue acogida esta noche, en el Festival Internacional de Edimburgo, con gran ovación del público que llenaba el King's Theatre de la capital escocesa.

Aplausos en el Festival de Edimburgo para la ópera "Montezuma"
Aplausos en el Festival de Edimburgo para la ópera "Montezuma"

Edimburgo (R.Unido).- La ópera "Montezuma", del alemán Carl Heinrich Graun con libreto de Federico II de Prusia, y puesta en escena del director mexicano Claudio Valdés Kuri, fue acogida esta noche, en el Festival Internacional de Edimburgo, con gran ovación del público que llenaba el King's Theatre de la capital escocesa.

La versión de Valdés y el director de orquesta argentino residente en Ginebra Gabriel Garrido, al frente del conjunto Elyma, es una versión reducida - de cuatro horas a dos horas y media- de esa ópera poco representada de un prolífico compositor (1704-1759) que fue maestro de capilla de Federico el Grande.

El libreto del monarca resume en unas horas los sucesos de 1519-20, cuando el español Hernán Cortés, al frente sólo de 300 aguerridos compatriotas, logró acabar con el poderoso imperio azteca, un enigma que todavía sigue preocupando a los historiadores.

En su libreto, escrito en francés y traducido luego al italiano, Federico idealiza la figura de Montezuma, al que retrata a imagen y semejanza suya, como un monarca ilustrado, generoso y pacífico, una especie de humanista.

Es la época de las "Cartas Persas", de Montesquieu, y las ideas sobre el "buen salvaje" de Jean-Jacques Rousseau, que no tiene en cuanta la realidad de un imperio expansionista como el azteca, cruel hacia los pueblos vecinos subyugados ni los sacrificios humanos de los enemigos capturados en el campo de batalla.

Valdés Kuri no esquiva esa realidad histórica, sino que comienza la ópera precisamente con un sacrificio humano en el cual el propio Montezuma arranca el corazón del cuerpo de un enemigo.

Federico II se inventó para sus libreto un personaje femenino, al que dio el nombre griego de Eupaforice y convirtió en la amada del emperador azteca mientras que se olvidó totalmente de la Malinche, a la que sin embargo, da vida Valdés en su versión con un personaje que traduce con signos de los brazos lo que Cortés y Montezuma tienen que decirse.

Con un escenario minimalista - tres bloques en forma de escalera como la de una pirámide que se juntan o se separan, según las necesidades escénicas, y una columna en el tercer y último acto sobre la que aparece Montezuma como una especie de Simeón el estilita, Valdés lo apuesta todo al trabajo actoralde los cantantes.

Y éstos - desde Lourdes Ambriz, como Eupaforice, Flavio Oliver como Montezuma, Adrián-George Popescu como Cortés, Lucía Salas, en el papel de Pilpatoé, un general del Ejército azteca que ve desde el principio la traición de Cortés, o Rogelio Marín como Tezeuco, consejero de Montezuma - en ningún momento decepcionan.

Valdés Kuri introduce ciertas dosis de humor crítico en el espectáculo cuando, por ejemplo, antes de que dé comienzo hace que miembros del coro aparezcan entre el público pregonando a gritos camisetas y baratijas para turistas mientras en el proscenio un grupo de mexicanos sentados en el suelo parecen hacer labores de artesanía.

En el primer encuentro - o choque entre las dos culturas- el brutal capitán español que acompaña a Cortés, Narvés (Christophe Carré), aparece en escena acompañado de un perro que da ladridos mientras él canta, lo que produce la natural hilaridad entre los espectadores.

Y como colmo de humillación, al emperador azteca le colocan un poncho de colores y un gran sombrero de paja en el que aparece por un lado las palabras "Viva México" y por otro "cabrones". Pero la humillación sube aún de grado cuando el sádico Cortés le monta como si fuera un caballo e incluso le sodomiza.

Igualmente brutal, su capitán se dedica a arrebatarles a los indios sus botellas de agua - metáfora, se supone, de las riquezas naturales- para meterles por atrás o entre las piernas botellas de Coca-Cola.

Al final y tras una especie de pandemonium en el que españoles y mexicanos, éstos ya totalmente ya colonizados, dan vueltas obsesivamente como una noria, la orquesta, mezclada con los cantantes sobre el escenario en todo el último acto, interpreta una canción popular.

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