Benjamin Biolay, el artista inseguro pero desafiante

  • El artista francés, de gira por España, se enmarca en la mejor tradición de la pop francés más lírico.
José Vicente García Santamaría

¿Es Benjamin Biolay un artista total e incontestable, o solamente un imitador de la mejor tradición francesa, desde Serge Gainsbourg a Jacques Brel? ¿Original o copia? ¿Su música es simplemente ecléctica o genial?

Un estéril debate en este caso, porque aunque en sus discos suene la mejor tradición de la música francesa, Biolay es capaz también de incorporar otras músicas, desde el tango al pop el hip hop, la música disco o la música electrónica. Es decir, es un músico con mayúsculas, que se mueve con soltura como multiinstrumentista, productor o arreglista; una rara avis, producto de un país, que no desprecia su herencia cultural, y que trata de asimilar también otras melodías del mundo, que exceden al ámbito puramente anglosajón.

Prácticamente desconocido en España, hasta su aclamado y premiado último disco, la minigira del artista francés, que comenzó el pasado mes de abril en el Palau de la Música de Barcelona le ha llevado también –con polémica crítica incluida- a Santiago de Compostela, Murcia, San Sebastián y Madrid.

Precisamente, en su concierto en la capital (Sala Heineken), y ante un público muy heterogéneo, que congregó también a parte de la colonia francesa, pudimos disfrutar de un concierto poco habitual, muy propio de aquellos viejos tiempos en los que todo dependía del estado de ánimo con que se encontrase el artista y de su conexión con el público.

Acostumbrados, desde que la era de la mercadotecnia ha contaminado las actuaciones musicales, a conciertos fiables, sujetos a todo tipo de convenciones, y, en extremo predecibles, la propuesta de Biolay nos pareció tan insólita como desafiante. Un tipo alto, desgarbado, torpón en el baile y al que parece gustarle poco el gimnasio, no reúne de entrada las condiciones para arrasar encima de un escenario. Empezó, por tanto, dubitativo e inseguro, hasta que logró entrar en ambiente tras haberse fumado medio paquete de tabaco, y dar unos cuantos sorbos a algo que no parecía Aquarius, la bebida oficial de muchos de los músicos de la nueva hornada. A partir de ese momento, y con un público entregado, acabó dando lo mejor de la noche, y hasta se permitió una versión de L´Origine, dura y obsesiva, rayando en el punk.

En resumen, asistimos por un lado al concierto de un tipo que cultiva ese aire de canalla guapo (francés), que parece haber pasado buena parte de sus años mozos por la disco más exclusiva de París, Jean Castel. Y por otro lado, a la puesta en escena de un artista que se siente chansonnier y rehúye los caminos trillados. Lo fácil, en su caso, hubiera sido arroparse por una escenografía potente; incluir vocalistas de apoyo, o refugiarse detrás de un instrumento; ir montando pequeños numeritos hasta conformar hora y media de espectáculo convencional que hiciese las delicias de todo tipo de críticos. En definitiva, disfrazarse de alguien que no se pareciese en nada a él, menos dotado, musicalmente hablando, y con un repertorio poco variado.

Porque Biolay al igual que su banda de músicos, tan notables pero tan contenidos, deja solamente entrever (por ejemplo, en ese solo de trompeta) una pequeña parte de los territorios que domina. No se adorna con otros disfraces que no sean los de su carismática, aunque también muy desnuda figura, y nunca propone atajos fáciles. Y es que, sencillamente, su sendero es la música, la creación, el desafío y la indagación constante en todo tipo de territorios. Lo demás son peajes mundanos; o estilemas de gimnastas y contorsionistas, o actores de teatro que desean hacerse pasar por músicos, aunque sus alforjas no contengan ni un gramo de ese preciado don.

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