El vocalista de Sigur Ros y Roxy Music alumbran la noche del Sónar

  • Barcelona.- Dos estilos diferentes para un mismo público entregado. Rock de los años 70 y post-rock del siglo XXI. El vocalista del grupo islandés Sigur Ros, Jónsi, y los veteranos Roxy Music, capitaneados por Bryan Ferry, lograron ayer, cada uno a su manera, alumbrar la noche del festival Sónar de Barcelona.

Barcelona.- Dos estilos diferentes para un mismo público entregado. Rock de los años 70 y post-rock del siglo XXI. El vocalista del grupo islandés Sigur Ros, Jónsi, y los veteranos Roxy Music, capitaneados por Bryan Ferry, lograron ayer, cada uno a su manera, alumbrar la noche del festival Sónar de Barcelona.

La jornada, algo menos recargada de astros de la música que el día anterior, logró conjugar ritmo trepidante con experimentación, y la pócima ha hecho efecto. Es la receta secreta del Sónar, que llega a su decimoséptima edición con más energía que nunca, y diez mil nuevos adeptos más que el año pasado.

Los nostálgicos pudieron trasladarse al pasado con Roxy Music, que supo llenar la sala con el sonido del saxo y las melodías pegadizas -y también romanticonas- que coparon las listas de ventas de los años 80. Una puesta en escena algo clásica, para su reencuentro con un público que no dejó de tomar fotos con la cámara del móvil.

Una sala más lejos, el paroxismo alcanzó al público que había acudido en masa a escuchar a Jónsi, el carismático vocalista del grupo ya disuelto Sigus Ros, que ha iniciado su carrera en solitario con su nuevo álbum 'Go', y que no dejó de cosechar "bravos" antes, durante y después de cada canción.

La jornada ya había comenzado bien con la taquilla de día agotada, y con el norteamericano Moodyman que, con una toalla al cuello a modo de boxeador, noqueó al público consiguiendo, además, vaciar los demás espacios: todo un logro porque competía con el finlandés Jimi Tenor, acompañado del grupo Kabu Kabu.

La fina lluvia, que acechó el festival durante el mediodía, no consiguió aguar el ambiente festivo. La gente, descalza y con gafas de sol, parecía más pendiente de la tormenta musical que se avecinaba que de las gotas que, al fin y al cabo, sirvieron para refrescar el ambiente veraniego.

Un año más, la imaginación se apoderó de las vestimentas. Gafas de leopardo, sombreros de copa rosas, mucho plumaje y un hombre con vestido palabra de honor con palmeras tropicales. También se dejó ver el fantasma que protagoniza el cartel promocional del festival, bailando entre el público.

Con Funkforward, los asistentes pudieron escuchar el lado experimental del Sónar, una propuesta con algún sonido gaitero de fondo, mezclado con electrorap.

Algo más de trance se ha vivido con Necro Deathmort, que ha hecho honor a su nombre con una suerte de alegoría a la muerte. Sonidos tétricos y mucha oscuridad en un espectáculo que parecía un paseo por el río Aqueronte, uno de los ríos que en la mitología griega conducían al inframundo.

En sentido opuesto, destacó con un ritmo vivaz y contagioso el directo del grupo colombiano Bombaestéreo, que recordó por momentos a una versión reggaetonera de la rapera Mala Rodríguez, y que logró levantar al público del suelo. La cantante del grupo animó a cinco miembros de la pista a subirse al escenario para bailar una danza colombiana: hubo pelea.

También deslumbró con su arte la norteamericana Uffie, joven promesa adoptada por el sello discográfico francés Ed Banger, que mezcló los sonidos del pop con sintetizadores y algo de flow. La vocalista busco en todo momento la conexión con el público, y se impuso sobre el escenario con un vestido de lycra negro, que cautivó a hombres y mujeres, por igual.

El Sónar logró en definitiva, una vez más, lo imposible: satisfacer las expectativas. Una tarea nada fácil si se tiene en cuenta que el listón alcanzó ya niveles estratosféricos. Y los asistentes volverán a casa con la satisfacción de haber escuchado a The Chemical Brothers, que estrenan nuevo disco con una puesta en escena prometedora.

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