Florencia y el síndrome de Stendhal cautivan a la Unesco

  • Carmen Rodríguez.

Carmen Rodríguez.

Florencia (Italia), 3 oct.- El escritor francés Stendhal llegó a sentirse enfermo al verse rodeado de tanta belleza en Florencia, donde la Unesco celebra uno de sus foros anuales y en la que los expertos, sin llegar a los extremos del novelista, se dejan seducir por una de las ciudades más hermosas del mundo.

El tercer foro mundial de la Unesco sobre cultura e industrias culturales ha llegado al centro de la ciudad, en la plaza de la Signoria, donde se concentran cantidad de obras de arte excepcionales.

Es imposible pasar por la Logia dei Lazi sin extasiarse ante "El rapto de las sabinas" de Giambologna o sentir un estremecimiento ante el severo rostro de "Perseo con la cabeza de Medusa", el famoso bronce de Benvenuto Cellini, por mucho que la aglomeración turística no siempre ponga las cosas fáciles.

Y ya dentro de Palazzo Vecchio, expertos en cultura y turistas comparten pasillos en ese palacio de arquitectura renacentista que alberga un museo, además de la sede del Ayuntamiento.

La misma directora genera de la Unesco, Irina Bokova, se dejó atrapar por la impresionante belleza del Salone dei Cinquecenti, donde inauguró el foro, al terminar su discurso en un improvisado italiano, para mostrar su admiración no sólo por el lugar sino por quien lo hizo posible.

"Aquí -señaló- veo el bello retrato de Cosme de Medici como un ángel custodio sobre nuestras cabezas, lo que me provoca decir: '¡Viva la cultura!'. Intentemos entre todos situar la cultura en el centro de la sociedad, en el corazón de Europa, en el centro del desarrollo sostenible".

Y es que Florencia encierra tanta belleza artística gracias a la familia Medici, de ellos el más conocido Lorenzo el Magnífico, aunque fue Cosme (1519-1574) quien encargó los frescos y la decoración del techo que convierte en una joya el Salone dei Cinquecenti (Salón de los quinientos).

No es fácil seguir la sesión plenaria sin que uno u otro de los 300 asistentes dirija su vista a todos los rincones de la imponente sala y, en honor a los tiempos, sus teléfonos inteligentes o tabletas, para llevarse a casa un pedazo de ese esplendor.

Inmortalizan así, una vez más, los ya inmortales frescos de Giorgio Vasari, que ocupan con sus escenas de batalla una gran parte de la paredes, o las esculturas que flanquean el salón, algunas salidas de la mano de Miguel Ángel y que no son menos hermosas a pesar de los cables y focos que la tecnología impone en este tipo de reuniones.

Ni siquiera renuncian a intentar mirar al espectacular techo las traductoras simultáneas, enclaustradas en sus cubículos insonorizados, cuando el alcalde de Florencia, Dario Nardella, explica cuáles son sus secretos.

Entre ellos, cómo Vasari, "un gran arquitecto conocedor de las técnicas más avanzadas", allá por 1555 cuando recibió el encargo, logró que tan imponente techo se mantenga en su sitio hasta hoy.

Y es que "a uno le da por preguntarse" cómo lo hizo Vasari para mantener este techo en un espacio tan grande: 54 metros de largo, por 23 de ancho y 18 de alto, señaló el alcalde, quien habló de un eficaz entramado invisible de vigas de madera.

Stendhal fue el primero en describir, en 1817, la sensación de angustia y malestar que le embargó en Florencia y que atribuyó a lo que podríamos llamar un empacho de belleza.

Pero no fue hasta mediados del siglo XX cuando una psiquiatra italiana describió este síndrome y lo bautizó con el nombre del escritor. Para algunos es una dolencia real, pero para otros se trata de sugestión y grandes dosis de romanticismo.

Sea como sea, no es fácil quedarse indiferente ante tanto arte ni ante la capacidad de los italianos para impresionar. En pocos lugares la directora general de la Unesco habrá sido recibida y despedida, junto al alcalde de Florencia y el ministro de Cultura, Dario Franceschini, al son de las fanfarrias tocadas por músicos en traje renacentista y portando la bandera de la ciudad.

Ni siquiera llegar a la sala de prensa es una experiencia habitual, pues su ubicación está marcada nada menos que por la mirada del león rampante de la veleta original del Palazzo Vecchio, instalada en 1453 y que en 1981 fue reemplazada por una copia para evitar su posterior deterioro.

Mientras los periodistas escriben, por las ventanas se cuela el sonido de algún músico callejero. Las notas de "Nessun dorma", área del acto final de la ópera "Turandot", de Giacomo Puccini, aquella que el tenor italiano Luciano Pavarotti interpretaba como pocos.

Mostrar comentarios