Klein Glienicke, una localidad apacible que el Muro convirtió en inaccesible

  • La construcción del Muro de Berlín, de la que este agosto se cumplen 50 años, convirtió de la noche a la mañana la apacible localidad de Klein Glienicke, de apenas 500 habitantes, en una especie de prisión fronteriza.

Elena Garuz

Klein Glienicke (Alemania), 21 jul.- La construcción del Muro de Berlín, de la que este agosto se cumplen 50 años, convirtió de la noche a la mañana la apacible localidad de Klein Glienicke, de apenas 500 habitantes, en una especie de prisión fronteriza.

Por su singular geografía, el pueblo de Klein Glienicke, en las afueras de Berlín, se adentraba como dos puntas de lanza en territorio occidental. Rodeado por las aguas del lago Griebnitzsee y encorsetado por el muro, sólo era accesible con un salvoconducto y atravesando un estrecho puente desde la ciudad oriental de Potsdam.

La exposición "Detrás del muro. Glienicke, lugar de la división alemana", hace un recorrido por esta "zona de seguridad especial", que se exhibe en el Palacio Glienicke y a pocos metros del puente del mismo nombre y que fue escenario de intercambios de agentes entre el Este y el Oeste, durante la Guerra Fría.

Las fotografías y material de audio y vídeo, los objetos originales de la época, como una escalera utilizada para huir a Occidente, ofrecen al público una aproximación de lo que supuso para los vecinos de este pueblo vivir con y detrás de la llamada Franja de la Muerte.

Centran esta exposición historias de dramáticas huidas, de familias rotas, el capítulo de un intenso intercambio de disparos entre el Este y el Oeste por encima del muro, las absurdas normas de seguridad que entorpecían el día a día en Klein Glienicke y la vigilancia constante a sus habitantes.

Entre las joyas de la muestra figura una maqueta detallada de la zona, utilizada por los guardias fronterizos, y que en realidad debía haber sido destruida en 1989.

La "Franja de la Muerte", cuyo trazado atravesó en ese punto un paisaje cultural de palacios y jardines prusianos y que hoy día es patrimonio mundial por la UNESCO, acabó con la tranquilidad del pueblo.

"La construcción del Muro la viví fuera, en el mar Báltico. Cuando lo leímos y lo escuchamos en la radio, primero ni nos lo creímos. Nos decíamos: 'No puede ser verdad'", recuerda en declaraciones a Efe Gitta Heinrich, que tenía 20 años cuando Klein Glienicke quedó rodeado por el muro.

Heinrich, que protagoniza uno de los capítulos de la exposición, reconoce que tuvo que procesar muy rápido la realidad y a pesar de la incredulidad y el miedo, en un primer momento conservó la esperanza.

"Teníamos esperanza en las negociaciones entre los aliados, de que aún pasara algo y la situación cambiara. Simplemente todavía no nos lo podíamos creer", explica, recordando las décadas de división alemana. Es decir, desde la construcción del Muro, el 13 de agosto de 1961, hasta su caída, el 9 de noviembre de 1989.

Según Heinrich, "el día a día después fue muy duro", sobre todo porque tenía que verse con su pareja fuera del pueblo hasta que se casaron.

"Nos casamos, tuvimos hijos, nos instalamos de manera que formamos un círculo de amigos, organizábamos aquí nuestras fiestas, teníamos nuestro jardín", igual que se hace en una urbanización, recuerda.

La caída del muro le devolvió la libertad y ahora, más de 20 años después, la exposición y el libro que acompaña a la misma le han hecho revivir todos aquellos años entre muros.

"Con el libro y la exposición todos los problemas han aflorado realmente y me han llevado al insomnio y a enfrentarme intensamente con la problemática en su globalidad, porque en aquella época la reprimíamos, nos las arreglábamos y la reprimíamos", señala.

En los más de 28 años de existencia del llamado "Muro de la vergüenza", al menos 136 personas murieron a lo largo de sus 155 kilómetros de longitud al tratar de pasar al lado occidental.

También entre los habitantes de Klein Glienicke hubo quienes lograron huir a Occidente, algunos saltando el muro con ayuda de una escalera, otros de manera más sofisticada, por ejemplo tras cavar un túnel durante un año sólo con la ayuda de una pala de juguete para no levantar sospechas.

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