La mágica confusión del hiperrealismo, en el Museo Thyssen-Bornemisza

  • El hiperrealismo apela a la fascinación, al ilusionismo, al desconcierto entre lo vivo y lo pintado y su mágica confusión, es lo que atrae en las obras que se exhiben en la exposición que el Museo Thyssen Bornemisza dedica a este movimiento, desde 1967 hasta 2012.

Mila Trenas

Madrid, 21 mar.- El hiperrealismo apela a la fascinación, al ilusionismo, al desconcierto entre lo vivo y lo pintado y su mágica confusión, es lo que atrae en las obras que se exhiben en la exposición que el Museo Thyssen Bornemisza dedica a este movimiento, desde 1967 hasta 2012.

Parachoques, guardabarros, superficies metálicas relucientes, juguetes multicolores de hojalata, golosinas de todos los colores, botes de ketchup y saleros, copas, anuncios luminosos o panorámicas de las ciudades definen a la sociedad estadounidense de un época a través de unas pinturas que llaman la atención de defensores y críticos.

Cuando al galerista y experto en arte Louis K. Meisel le preguntaron cómo llamaría a los pintores que se servían de cámaras y fotografías como base de su proceso pictórico respondió que fotorrealistas, y así se acuñó el termino que define a este movimiento que en el sur del Europa se ha denominado hiperrealismo.

Consagrado en la Documenta de 1972, se trata de un movimiento contemporáneo con el arte conceptual, "ambos representan los dos extremos en el periodo terminal de las postvanguardias", en opinión de Guillermo Solana, director artístico del Thyssen, para quien el fotorrealismo se caracteriza en llevar la experiencia visual al extremo.

"Ese exceso forma parte del impulso original de la fotografía" y hoy en día sigue siendo así", en los pioneros del movimiento que siguen activos y en sus sucesores que llegan hasta nuestros días.

Para Guillermo Solana las claves del éxito de los hiperrealistas se encuentra en que es un movimiento vinculado a la sensibilidad pop, que había descubierto la iconografía de la sociedad de consumo, el brillo de la mercancía.

Pero los hiperrealistas dieron una vuelca de tuerca al pop al utilizar la fotografía. "En el fotorrealismo hay una complejidad sofisticada. Lo que vemos no está representado sino citado. Vemos una pintura de una fotografía".

En opinión del director del Thyssen, es un movimiento "que tiene más densidad intelectual de la que a veces los críticos hacen creer. La fortuna popular le ha acompañado mientras que los críticos se iban olvidando" de una tendencia cuyos grandes representantes "siempre han dialogado con la tradición de la pintura occidental".

Sobre la relación del pintor español Antonio López con el movimiento, consideró que es "compleja". Hay un momento en su obra "que existe una convergencia indudable, es la época de los frigoríficos o los lavabos. Pero lo que le separa es que la cultura de Antonio López es europea y su oficio es más tradicional".

La exposición se ha dividido en cuatro capítulos muy determinados. Con los grandes rostros de Chuck Close se inicia el recorrido por la sala dedicada a los "bodegones", con obras de Ben Johnson, Don Jacot, Roberto Bernardi, Ralph Goings y Audrey Flack, entre otras, en las que los pequeños objetos cotidianos se agigantan.

El juego de la luz sobre las superficies pulidas esta presente en unos bodegones "que contienen referencias clásicas del arte occidental", indicó Solana.

Audrey Flack, de la que se pueden contemplar dos obras en la exposición, es la única mujer pionera del movimiento. La artista estuvo presente en la rueda de prensa y durante su intervención recordó el rechazó inicial que tuvo por ser mujer, al excluirla de la Documenta, pero, sin embargo, fue la primera fotorrealista que introdujo una obra en el MOMA de Nueva York en 1966.

Con una estética barroca, la pintora y escultora recordó que cuando comenzaron a trabajar los pioneros de este movimiento "era algo revolucionario. Se pensaba que era algo despreciable usar la cámara fotográfica en la pintura".

Los "escarabajos" de Don Eddy, la Harley-Davidson de David Parrish, las obras sobre planchas de aluminio de Peter Maler, el interés por los grandes vehículos agrícolas y camiones de Ron Kleemann o las furgonesas y auto-caravanas de Ralph Goings dan testimonio en la segunda sala de la fascinación por el mundo del motor, por el brillo del metal, de los artistas de este movimiento.

El "corazón" de la exposición y el que más fascina a Guillermo Solana es el dedicado a las ciudades, a los paisaje urbanos, en los que se experimenta como se va desde lo más pequeño a lo más basto.

El espacio, dominado por la panorámica vista de Londres realizada por Ben Johnson, artista representativo de la tercera generación del fotorrealismo, muestra las vistas urbanas de Anthony Brunelli, los atardeceres de Robert Gnieweck o las salas de cine de Davis Cone. En este apartado se muestra también "Cabinas telefónicas" de Richard Estes, obra propiedad del Museo Thyssen.

Para finalizar, la muestra dedica sus últimos espacios a la figura humana, "tema que no es tan central en este movimiento", con obras de John Kacere, Yigal Ozeri y el español Bernardo Torrens.

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