La pintura de María Blanchard, una "outsider" de su época, en el Reina Sofía

  • Mila Trenas.

Mila Trenas.

Madrid, 16 oct.- La pintora María Blanchard (Santander,1881-París,1932) forma parte de la galería de los grandes a pesar de ser una gran desconocida, una "outsider" de su época que el Museo Reina Sofía trae a la actualidad con una gran exposición retrospectiva.

Organizada en colaboración con la Fundación Botín, la muestra, formada por más de 74 obras, busca reivindicar el trabajo de una mujer cuya entrega total al mundo del arte le valió para convertirse en una de las grandes figuras de la vanguardia de comienzos del siglo XX.

Con una obra que por diferentes motivos ha permanecido en un segundo plano respecto a sus coetáneos y amigos de la vanguardia, como Diego Rivera o Juan Gris, Blanchard es la gran desconocida del grupo de creadores que consolidaron la renovación artística.

Sin embargo, en opinión de la comisaria de la exposición María José Salazar, "igualó y, en algunos casos, los superó, especialmente por su personal manera de entender y sentir el cubismo".

En su biografía se ha incidido reiteradamente en su malformación física que, aunque condicionó su vida, ella supo con su fuerte personalidad superar "y se ganó el respeto de sus compañeros, quienes llegaron a aceptarla como uno más en un medio culturalmente dominado por los hombres".

Gran parte de sus aportaciones artísticas, recordó la comisaria, cayeron en el olvido pues tras su fallecimiento su producción fue retirada por su familia, "hecho que dificultó el conocimiento y la difusión de su obra, iniciándose un largo periodo de oscuridad".

Figura difícil de catalogar, fue en muchos sentidos una "outsider", un ser humano "que no encontraba fácil acomodo en los modelos que se le presentaban como artista y como mujer en un determinado contexto social", en opinión de Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía.

El recorrido por la amplia exposición, dividida en tres apartados, comienza con el estudio de su etapa de formación (1908-1913), caracterizada por la influencia que tuvieron en ella sus maestros, entre ellos Álvarez de Sotomayor, Emilio Sala o Anglada Camarasa.

Esta etapa abarca varios géneros, como la figuración, el expresionismo o el simbolismo, centrándose en el retrato con obras como "La española", o "La comulgante", pintura que comenzó en 1914 y que finalizó en 1920, presentándola un año más tarde en el salón de los independientes y logrando con ella el reconocimiento de la crítica y el público.

Tras los primeros años de trayectoria, "su personalidad sale a la luz con el cubismo, movimiento en el que milita con poder propio", según la comisaria, para quien María Blanchard "logró su libertad a través del cubismo", que en su caso fue muy diferente, ya que introdujo un uso del color que era desconocido hasta que ella llegó.

La obra cubista de Blanchard supera la de conocidos coetáneos como Albert Gleizes, Auguste Herbin, Louis Marcoussis, Jean Metzinger o Fernand Léger según María José Salazar que ha seleccionado para este espacio 41 obras que muestran sus aportaciones y su evolución desde un primer cubismo, con elementos figurativos identificables, hasta un cubismo sintético cercano a la estética de Juan Gris.

La comisaria recordó que, después de que muriera, en algunas de las pinturas de Blanchard se había tachado su firma y puesto la de Juan Gris.

"Mujer con abanico o La dama del abanico" (1913-1915), "Naturaleza muerta roja con lámpara" (1916-1918) o "Bodegón con caja de cerillas" (1918) muestran una etapa en la que realizó algunas de su mejores composiciones. "Encontró en la práctica del cubismo una vía de expresión que le permitió demostrar que, plásticamente al menos, estaba a la altura de los mejores pintores de la vanguardia".

En "Retorno a la Figuración" (1919-1932) la figura ocupa su universo personal. Mientras que en París dominan la propuestas radicales de los dadaístas y los surrealistas, María Blanchard y otros cubistas se adscribieron al "retorno al orden" generado en Europa en la época de entreguerras.

Cuando regresa a la figuración, la atención a la realidad es una excusa para desarrollar un personal lenguaje pictórico. "Blanchard se adentra en esta nueva etapa con un modo de expresión propio, sirviéndose de la figura humana como legataria de sus propias vivencias interiores, lo que confiere a sus obras una personalidad característica", según la comisaria.

Veintiséis pinturas y cinco dibujos son ejemplo de la plenitud de la artista en esta etapa en la que crea pinturas como "El borracho" (1920), "Las dos hermanas" (1921), "Maternidad oval" (1921-1922), "El niño del helado" (1924), "Bodegón oval" (1925) o "La convaleciente" (1925-1926).

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