"La Plaza de Todos", un cuento de toros, para hacer cantera de afición

  • "La Plaza de Todos" es un cuento infantil con el que su autor, Antonio de Benito, pretende acercar el mundo taurino a los más pequeños, "para hacer cantera de aficionados".

Juan Miguel Núñez

Madrid, 15 jun.- "La Plaza de Todos" es un cuento infantil con el que su autor, Antonio de Benito, pretende acercar el mundo taurino a los más pequeños, "para hacer cantera de aficionados".

De Benito, que ha presentado su cuento hoy en la Sala Cossío de la plaza de Las Ventas, ha advertido que "el toreo es un espectáculo cuya cultura y tradición están siendo denostadas y vilipendiadas sin razón", y precisamente "fue la prohibición en Cataluña" la que le motivó a escribir "La Plaza de Todos".

La obra es "un sí a la tauromaquia y, sobre todo, un no a la prohibición", con formato, estructura e ilustraciones de cuento, y es la historia de unos niños que disfrutan jugando a los toros y toreros.

"El mundo taurino es innegable, existe y está ahí desde siempre, y es algo muy nuestro, genuinamente español. Por eso hay que darlo a conocer cuanto antes a los pequeños, por supuesto que de una forma adecuadamente tratada, con un final de cuento, claro y sugerente", indica el autor.

"Los niños juegan a los toros en los patios de los centros educativos, en los recreos. El toro para ellos es un elemento mágico, y ello sin que nadie ejerza ninguna influencia dirigida", proclama De Benito, que compagina su quehacer literario con la labor docente como profesor de un colegio en Logroño.

El toreo inspira un mundo de gestos y actitudes muy concretas, tan sugestivas como sugerentes, una cultura o filosofía de vida cargada de reflexiones que son enseñanzas continuas. Tal es el mensaje del cuento desde el ¡eh, toro! hasta una salida a hombros.

Los personajes de "La Plaza de Todos" son un grupo de chicos y chicas que un inmenso patio de colegio habían renunciado a jugar al trenecito de los más pequeños que se enganchan de las batas, ni de desgastar zapatillas como futboleros.

Manuel, Antonio, Juan, Verónica, Nicolás, Lidia... era una cuadrilla de niños distinta, que le gustaba jugar a las corridas de toros. Y adoptaron nombres artísticos, como Manuelete, Lidia y Verónica se dejaron los suyos propios, muy apropiados, El Niño de la Gadea, porque Gadea se llamaba la madre de Nicolás, "Antonio Banderillas" que se encargaría de poner los garapullos, y "Juanito, El Ajo", naturalmente el picador, el que más pica.

Y al escenario también le cambiaron los nombres según las dependencias que requiere la celebración de la corrida: el patio era el ruedo; la clase, los corrales; las porterías, los burladeros; el sonido del timbre, los clarines; un examen, una corrida importante; un profe sustituto, un sobrero; los cuadernos grandes, los capotes y muletas. Todo tenía un sentido taurino para ellos.

Estos niños conocerán a Teotoro, un utrero de la Dehesa Brillante, con el que vencerán, con ingenio y bravura, a un supuesto malvado dragón Lenguazul, "para que la humanidad recobre el valor y termine en triunfo, saliendo a hombros por la Puerta Grande de la vida".

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