La sangrienta depravación de "Salomé" inaugura el Festival de Mérida

  • Una enorme luna, un banquete y mucha fantasía oriental son las costuras del montaje de la ópera "Salomé", de Richard Strauss, con el que el Festival de Teatro Clásico de Mérida ha querido darse "el gustazo" de inaugurar su 60 edición, lo que ha hecho esta noche con un éxito rotundo.

Concha Barrigós

Mérida, 2 jul.- Una enorme luna, un banquete y mucha fantasía oriental son las costuras del montaje de la ópera "Salomé", de Richard Strauss, con el que el Festival de Teatro Clásico de Mérida ha querido darse "el gustazo" de inaugurar su 60 edición, lo que ha hecho esta noche con un éxito rotundo.

Su director de escena, Paco Azorín, solo "moderadamente" contento con el resultado porque "siempre se puede mejorar", según decía a Efe nada más concluir la representación, ha situado la acción en una embajada de principios del XIX, con una mesa-pasarela por la que desfilaban los personajes para "presentarse" a los espectadores, que han llenado hasta tres cuartos las 3.000 localidades del teatro.

La soprano alemana Gun-Brit Barkmin, que se alterna en el papel con Ángeles Blancas, ha salido muy airosa del reto de cantar una hora y tres cuartos una obra tan exigente, en la que pasa de caprichosa y manipuladora a enloquecer de amor.

Tras muchos aplausos y bravos para ella y para el resto del elenco, fundamentalmente para Thomas Mosser (Herodes), Tomas Tomasson (Jochanaan, el Bautista) y Ana Ibarra (Herodías), han comparecido también en medio de una gran ovación Azorín, el director de la orquesta de Extremadura, Álvaro Albiach, y Víctor Ullate, que firma la coreografía de "los siete velos".

Atrevida en cuanto a su concepción instrumental y armónica, muy exigente vocalmente y teatralmente "una señora patada" a las convenciones de principios del XIX, esta historia de incesto, amoralidad y necrofilia pero también de liberación, sensualidad y amor fue tildada de depravada en la época y prohibida en muchos sitios y ahora es una de las más representadas del repertorio.

El festival no programaba una ópera desde los 90 pero su director, Jesús Cimarro, quiso "echar la casa por la ventana" para celebrar el 60 cumpleaños del certamen y con la complicidad de Azorín decidieron que la obra inaugural debía ser esta obra lírica (1906), basada en una obra de Oscar Wilde.

Su director de escena, que firma con esta su séptima incursión en el festival, quería que fuera un montaje "muy teatral" y "para todos los públicos" y ha focalizado la atención en una luna de cinco metros de diámetro, "blanca como una mujer saliendo de la tumba", suspendida en el aire por una grúa.

De su propuesta se extrae que Salomé no es una adolescente caprichosa, mimada y amoral que merece morir por empeñarse en que Herodes le traiga en una bandeja de plata la cabeza de Juan el Bautista, sino más bien una víctima de una familia absolutamente "disfuncional", con una madre que "ha colmado la tierra con su lascivia" y un padrastro empeñado en verla desnuda.

Para que la pasión que siente Salomé por Juan el Bautista se comprenda mejor, Azorín ha preferido que el barítono esté en el foso con la orquesta y que su "cuerpo" sea el del bailarín Carlos Martos, "tan bello como una columna de marfil sobre un pedestal de plata".

El "minuto de oro" del montaje, coproducido con el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, es la archifamosa danza de los siete velos, descrita muchas veces como pura "lujuria sinfónica", de una sensualidad desbordante, y que aquí coreografía Víctor Ullate.

La danza la interpreta no la soprano sino una bailarina, Arantxa Sagardoy, con la piel tan blanca como la omnipresente luna.

La "genial" partitura de Strauss, que corresponde a la época en la que empieza a "flirtear" con las disonancias, tiene su clave musical en una frase de Salomé.

"Si me hubieras mirado -dice-, me habrías amado... el misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte", en la que la soprano, como exigía Strauss, ha cantado "amor" como la nota más alta y "muerte" como la más baja.

Strauss concibió esta partitura para 112 músicos y para desarrollarla se necesitan al menos 95, por eso los 84 que la han tocado esta noche han necesitado una "ligera" amplificación, es decir, micrófonos por los que, afortunadamente, y a pesar de una tarde muy tormentosa que hacía temer por el estreno, no se ha colado el viento ni una vez.

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