La verdad de Bausch acerca al Real a los dioses con "Orfeo y Eurídice"

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 12 jul.- El único "lenguaje verdadero", es decir la danza, ha acercado esta noche al Real a los dioses con la versión que hizo Pina Bausch de la ópera de Gluck "Orfeo y Eurídice" en un montaje del Ballet de la Ópera de París que se ve por primera vez en España y que ha entusiasmado al público con su sutileza y poesía.

Thomas Hengelbrock ha dirigido a la orquesta y coro que él fundó, la Balthasar-Neumann Ensemble, con la elegancia y la contención con la que los bailarines transitaban en el escenario por el infierno de Orfeo y su trabajo, en el que ha logrado sonoridades electrizantes de los metales y cuerdas, ha sido reconocido con una gran ovación.

También ha sido muy aplaudida Maria Riccarda Wesseling en su papel de Orfeo, y las otras dos solistas vocales, Yun Jung Choi (Eurídice) y Jaël Azzaretti (Amor), que tenían su "desdoblamiento" en los bailarines Stèphane Bullion, Mari-Agnés Guillot y Muriel Zusperreguy.

Si en "Ifigenia en Táuride", la otra ópera-ballet que Bausch creó, en 1973, y que el Real estrenó en 1998, los cantantes estaban desterrados de la escena, para "Orfeo y Eurídice" los quiso en el escenario y desdobló cada uno de los personajes para que actuaran en paralelo representando las diferentes expresiones de un mismo sentimiento.

La coreógrafa alemana (1940-2009) estrenó en 1975 esta deconstrucción del mito de Orfeo y de la ópera de Gluck, e hizo rechinar los dientes al público con su idea de que el final no podía ser feliz -Orfeo muere-, que lo verdaderamente importante no eran ni el amor ni el arte sino el sufrimiento, la desesperanza y la fragilidad de la condición humana.

Rebautizó a los personajes para que Orfeo fuera Amor; Eurídice, Muerte y Amor, Juventud. Convirtió los tres actos en las escenas "Duelo,""Violencia,""Paz" y "Muerte" y se basó en la versión francesa de Gluck pero la hizo en alemán y no permitió que se subtitulara.

La obra, complicada de montar porque se precisa ballet, orquesta, coro y solistas, permaneció una larga temporada en el olvido hasta que el Dominique Mercy, bailarín "fetiche" de Wuppertal y en la actualidad codirector de la compañía, se empeñó en recuperarla.

Se estrenó en París en 1993 con la Wuppertal y la directora del Ballet de la Ópera de París, Brigitte Lefèvre, pensó lo impensable, es decir, que sus bailarines podían hacer, y bien, las coreografías de la alemana.

"Fui cinco veces a Wuppertal para hablar con Bausch, en una especie de peregrinaje como el del Camino de Santiago", recordaba Lefèvre esta semana al presentar la pieza en Madrid, y logró lo imposible, es decir, que la alemana le diera permiso para montar "Le Sacre du printemps", de Stravinsky, en 1997, y "Orfeo", en 2005.

Los bailarines de la Ópera de París aportan a la coreografía de Bausch "fragilidad", en conexión directa con su intensa preparación clásica, menos anclada en la "tierra", menos "física" que la de sus colegas de Wuppertal.

Todavía en el filo de la danza moderna, Bausch refleja en "Orfeo y Eurídice" la incapacidad de confiar en el otro, la fe en el amor inquebrantable y la sed ardiente de una felicidad que solo está en el presente, mediante la rehabilitación de la poesía y la danza como expresión del "único lenguaje verdadero".

Bausch quiso mantenerse muy fiel a las intenciones del compositor, que siempre vio en la historia de los desgraciados esposos, separados por la muerte, algo tan físico que en los momentos más dramáticos quería que sus intérpretes casi gritaran para expresar su desesperación.

El final es estremecedor con Wesseling, postrada, casi inmóvil, cantando el famoso "Lamento" de Orfeo ante los cadáveres de Eurídice, es decir, los de la bailarina y la solista, mientras el hombre Orfeo permanece arrodillado a espaldas del escenario, en el lugar opuesto del escenario.

Rolf Borzik (1944-1980) se estrenó como escenógrafo y diseñador de vestuario con esta pieza, y la transporta a espacios blancos y negros de una austera belleza, con los fluidos trajes de las mujeres y los sobrios de los hombres que se convertirían en señal de identidad de Wuppertal y de una forma muy diferente de entender la danza.

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