Las manías con las que se inspiraban los grandes escritores

  • Las excentricidades abarcan desde la imagen de Roberto Bolaño escribiendo mientras  escuchaba heavy metal, hasta Mario Vargas Llosa rodeado de hipopótamos, la flor amarilla que necesita Gabriel García Márquez para novelar o los amuletos en el bolsillo que siempre llevaba Ernest Hemingway.  

Onetti, disfrazado de vaquero, finge leer una traducción de El astillero
Onetti, disfrazado de vaquero, finge leer una traducción de El astillero
Dolly Onetti De Juan Carlos Onetti ensayo iconográfico, de R Manrique Girón y C F Pérez Míguez Del Centro Editores Madrid
David González | aviondepapel.tv | FOTO: Dolly Onetti
David González | aviondepapel.tv | FOTO: Dolly Onetti

Cuando se le pregunta a Ignacio Echevarría cómo, dónde y cuándo Roberto Bolaño pergeñaba sus novelas, el albacea literario del escritor chileno responde con una anécdota: Bolaño escribía de noche, con sus auriculares puestos y escuchando canciones de… heavy metal.

Esta afirmación manifiesta que muchos genios de la literatura suman manías para inspirarse frente un papel en blanco, algunas más excéntricas y otras más personales. Nos adentramos así en esa trastienda íntima de un oficio, como es el de la escritura, en muchos casos desconocida por sus lectores fieles.


Ana María Matute

Recordemos, por ejemplo, que la reciente Premio Cervantes de las Letras 2010, Ana María Matute, siempre confiesa que se inventa supersticiones. Una de ellas es no mirar nunca el folio desnudo de letras, crear en soledad, corregir con lápices de colores sus manuscritos y jamás ponerse de "espaldas a una puerta".

Carmen Martín Gaite

Menos maniática y más formal era la novelista Carmen Martín Gaite, que escribía a mano, aferrada "tercamente, como única tabla de salvación", a la pluma estilográfica que heredó de su padre, como así aseguró en el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1988.

Juan Carlos Onetti

Sin embargo, extravagancias de otros grandes escritores, existir, existieron. Es conocido que en los últimos años de su vida Juan Carlos Onetti decidió vivir postrado en su cama, en su domicilio de Madrid, leyendo novelas policíacas, fumando y bebiendo güisqui.

"Yo escribo por ataques: a veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada, pero siempre sé que volverá", decía el escritor uruguayo sobre la inspiración. En la foto que ilustra este reportaje, vemos ese momento íntimo de Onetti en su cama, en una instantánea hecha por su viuda Dolly incluida en el libro "Juan Carlos Onetti: ensayo iconográfico" (Centro Editores, 2010).

Aunque la imagen icónica de Onetti también quedó retratada para la posteridad en las escenas de la película "El dirigible", de Pablo Dotta, donde se mezclaba el argumento fílmico con fragmentos de una entrevista al autor, que nunca quiso conceder.

Asa Larsson

Más al norte de Europa, en un pequeño pueblo sueco llamado Uppsala, la escritora Asa Larsson desvela que tiene una gran habilidad para escribir en cualquier sitio, aunque lo haga a menudo a oscuras, de madrugada cuando sus hijos no le molestan: "Creo que contra más rituales y manías tienes, más complicado es escribir. Mi lema es "Sin excusas". Sólo importa el papel y el bolígrafo", explicaba.

Son manías que muchos periodistas obviamos a la hora de retratar a los autores o de reseñar sus libros. Por ese motivo, habría que rememorar una intensa frase de Edgar Allan Poe: "Cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera describir, paso a paso, la marcha progresiva de sus obras. Muchos prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de frenesí o de intuición".

Pues bien, esas compilaciones existen ya desde hace años en librerías. Títulos como "Escribir es un tic. Los métodos y las manías de los escritores" (Ariel, 2008), de Francesco Piccolo; o "Cuando llegan las musas" (Espasa Calpe, 2009), de Ángel Esteban y Raúl Cremades, retratan esa "marcha progresiva" de la que hablaba Poe.

Juan Ramón Jiménez

Piccolo, por ejemplo, rescata la obsesión de Juan Ramón Jiménez por el silencio absoluto mientras estaba componiendo sus poemas. Al premio Nobel de Literatura 1956 le enturbiaba la agresión del ruido. Cambiaba constantemente de domicilio, incluso forró de corcho su despacho del piso madrileño donde vivía. Pero un simple canto de un grillo era suficiente para irritarle.

Al margen de lo narrado en este libro, sus allegados incluso comentan que Juan Ramón se encerraba a menudo en monasterios de clausura para crear su obra. Necesitaba imperiosamente el silencio, comentan.

Capote y Hemigway

Y qué decir del precoz Truman Capote, que, desde su infancia se iniciaba en la literatura, portando un diccionario y un pequeño lápiz para realizar sus anotaciones creativas. También Ernest Hemingway, quien garabateaba en una cafetería, cerraba al fin su cuaderno cuando le llegaban las musas y postergaba a mañana la escritura para pasear por su adoptivo París. Luego, reescribía hasta 30 veces lo que quería narrar. En su bolsillo llevaba siempre un amuleto, una pata de conejo o una castaña.

Simenon y Cheever

John Cheever relata que su oficio de cuentista se trasladaba a la cocina de su casa, donde escribía en calzoncillos. Y Georges Simenon, creador del comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica y ahí escrutaba, leía en voz alta y seleccionaba en una lista los 30 nombres de sus posibles personajes.

Borges, García Márquez y Vargas Llosa

El otro compendio, "Cuando llegan las musas", además, nos ilustra cómo Gabriel García Márquez novela siempre en su despacho con un flor amarilla a su lado; y el también premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa trabaja rodeado de figuritas con forma de hipopótamo. O cómo Jorge Luis Borges se zambullía en su bañera para que una idea matinal se convirtiera en cuento borgesiano.

Manías, supersticiones, rutinas que muchos escritores inventan para parir su literatura.

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