Las tardes de toros animan y salpican de color las fiestas de Huesca

  • Luis Enrique Fácil.

Luis Enrique Fácil.

Huesca, 13 ago.- El inicio de las tardes de toros se constituye en uno de los atractivos más llamativos para las decenas de miles de personas que toman parte estos días en las Fiestas de San Lorenzo de Huesca y buscan sumergirse de forma activa en el corazón de la diversión.

Nombres como los de los matadores el Fandi, Castella, Padilla, Ponce o el Juli, que se encerró el pasado día 10 con seis toros, son el gancho para que la plaza de toros de Huesca se llene este año una vez más, aunque el verdadero espectáculo que atrae a muchos a los toros no está siempre en la arena del coso taurino.

La abigarrada y ensordecedora zona de sol se convierte en un complejo universo en permanente movimiento, desde el que los peñistas ofrecen imágenes que al supuestamente más cualificado público de sombra le parecen insólitas.

Y así, mientras los diestros evolucionan, las gradas de sol se mueven como grandes culebras, acompañando el movimiento de cientos de peñistas más preocupados en correr de un lado a otro, gastar bromas, lanzar objetos o vigilar si un OVNI en forma de sandía vuela hacia sus cabezas.

La muerte de un toro suele provocar un estallido de gritos y bailes en la zona de sol que animan las charangas hasta que los clarines del miedo anuncian la salida de un nuevo animal, momento en el que se restablece de nuevo una calma sólo aparente en ese microcosmos redondo que es la plaza de toros de Huesca.

Entonces, el director de la banda municipal comprueba que es su oportunidad y, sin esperar a que el torero sea objeto de admiración, hace sonar su repertorio de pasodobles durante toda la faena para poder exhibir sus habilidades musicales.

Superado el ecuador del festejo, muerto el tercer toro de la tarde, la ceremonia de las meriendas convierte la plaza en un incesante movimiento de neveras, platos, vasos, botellas y bocadillos que anula cualquier otro foco de atención.

Platos insólitos para el momento y lugar como guisos de rabo de toro, caracoles en salsa de tomate, macarrones o carne de ave encebollada corren de un lado a otro de las gradas y ponen en peligro de forma inevitable el blanco de las prendas laurentinas.

Pero el espectáculo continúa, y los peñistas llaman a gritos a los toreros para que se desplacen a la parte de sol, y los diestros, convencidos ya de tener ya alguna oreja en el bolsillo, atienden la petición ante los comentarios críticos del público de sombra, en permanente pulso crítico con los habitantes de la zona soleada y contrarios, en estas ocasiones, a las peticiones de trofeos.

En la zona de sombra se suelen oír tantas opiniones sobre el estado de los toros y la pureza de los movimientos de los toreros como personas hay en las gradas, y los llamados "entendidos" sólo pueden demostrar la validez de sus argumentos levantando la voz por encima de la de sus interlocutores.

Pero la corrida finalmente acaba, y las peñas inician una animada cabalgata por el centro de la ciudad hasta sus respectivos locales, bajo la mirada de cientos de personas.

Desde el pasado día 9, fecha en que el cohete anunciador de las fiestas tocó la ciudad como una varita mágica gigantesca lanzada al cielo, la vida se hace dura para todo aquel que se sumerge en la fiesta decidido a afrontar sin descanso los siete días de desenfreno festivo.

Tan sólo las breves horas que preludian el vermú matinal y las corridas de toros dan una tregua que muchos aprovechan para descabezar un breve sueño y dar un poco de descanso a cuerpos resentidos por incontables horas de juerga.

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