Stemme sublima la "Salomé" de Strauss y Carsen es abucheado por su montaje

  • Madrid.- Nina Stemme es una fuerza de la naturaleza capaz de sublimar durante una hora y tres cuartos una obra tan exigente vocalmente como "Salomé" y así se lo ha reconocido esta noche el público en el Teatro Real que, por contra, ha dispensado un sonoro pateo al director del montaje, Robert Carsen.

Madrid.- Nina Stemme es una fuerza de la naturaleza capaz de sublimar durante una hora y tres cuartos una obra tan exigente vocalmente como "Salomé" y así se lo ha reconocido esta noche el público en el Teatro Real que, por contra, ha dispensado un sonoro pateo al director del montaje, Robert Carsen.

La sueca, que debutaba esta noche en una obra escénica en el Real, ha logrado la unanimidad del aforo, que exactamente desde el momento en el que Jesús López Cobos ha dirigido la última nota de la partitura de la ópera de Richard Strauss ha estallado en "bravos".

Cuando ella ha aparecido de nuevo en el escenario, aún con el camisón lleno de sangre, huella de su necrofílico beso con la cabeza del Bautista, la ovación ha sido excepcional y ella lo ha agradecido emocionada y llevándose la mano al corazón.

Tras muchos más aplausos y bravos para ella y para el resto del elenco, fundamentalmente para Gerhard Siegel (Herodes), Wolfgang Koch (Jochanaan, el Bautista) y Doris Soffel (Herodías), han comparecido en el escenario López Cobos, que ha sido aclamado, y el director de escena, el canadiense Robert Carsen, abucheado y pateado por buena parte del público.

El maestro ha logrado, como él pretendía, "la cuadratura del círculo" conteniendo a los 95 músicos que precisa esta partitura y, a la vez, haciéndose ver a 25 metros, los que le separan en el foso de cantantes como Koch, pero Carsen ha fracasado, al menos entre el público de esta noche, al transmitir su idea de lo que es "Salomé" con su montaje situado en un casino de Las Vegas.

En un escenario que imita una cámara acorazada, con un circuito cerrado de pantallas de vigilancia y una gran caja fuerte, que es, a la vez, la mazmorra del Bautista, reinan la depravación, la amoralidad y el hedonismo ante la apatía de Salomé.

El ambiente y la escenografía es tan "kitsch", exagerado y "tan bíblico" como sugiere, según Carsen, Oscar Wilde en la obra en la que se basa el libreto de la ópera de Strauss, estrenada en Dresde en 1905.

En contraste, Carsen, que ya se encargó en el Real de "Katia Kabanova" y de "Diálogo de Carmelitas", ha querido subrayar que Salomé no es una adolescente caprichosa, mimada y amoral que merece morir por empeñarse en que Herodes le traiga en una bandeja de plata la cabeza de Juan el Bautista, sino una víctima de una familia absolutamente "disfuncional".

Herodes es un padrastro "pedófilo", obsesionado con la ninfa Salomé -"¿Por qué me mira el tetrarca así?", se pregunta ella- y así lo demuestra constantemente, mientras que una Herodías ebria se dedica a "restregarse" en el suelo con uno de los camareros cuando todos los demás especulan sobre el propósito del Bautista.

Pero quizá el momento más impactante de su montaje, coproducido por el Real, el Maggio Musicale de Florencia y el Teatro Regio de Turín, es que el acto de la danza de los siete velos, descrito muchas veces como pura "lujuria sinfónica", de una sensualidad desbordante, pone a Salomé en una tesitura completamente diferente.

Disfraza a la protagonista de Herodías y hace que siete hombres, no precisamente adolescentes, bailen a su compás, mientras Herodes graba la escena y se transmite por el circuito de pantallas. El baile termina con todos ellos, excepto Salomé, desnudos.

La "genial" partitura de Strauss, según López Cobos, que corresponde a la época en la que el empieza a "flirtear" con las disonancias, tiene su clave musical en una frase del final que dice Salomé: "si me hubieras mirado, me habrías amado... el misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte".

Y ahí, en esa frase, Nina Stemme ha dejado muy claro porque está considerada como una de las mejores sopranos actuales: después de interpretar con color, emoción y arrebato su monólogo ante la cabeza del Bautista ha dicho "amor" con la nota más alta de todas las que ha cantado y "muerte" con la más baja. Como debe ser, según Strauss.

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