Un libro revela el anhelo de la España nueva rica en la "arquitectura milagrosa"

  • Barcelona.- El provincianismo político y el ego de los arquitectos estrella son una mala combinación, más si el reto es repetir el impacto logrado por el Museo Guggenheim de Bilbao, una onerosísima opción para las arcas públicas, muy pocas veces exitosa, recalca Llàtzer Moix, autor del libro "Arquitectura Milagrosa".

Un libro revela el anhelo de la España nueva rica en la "arquitectura milagrosa"
Un libro revela el anhelo de la España nueva rica en la "arquitectura milagrosa"

Barcelona.- El provincianismo político y el ego de los arquitectos estrella son una mala combinación, más si el reto es repetir el impacto logrado por el Museo Guggenheim de Bilbao, una onerosísima opción para las arcas públicas, muy pocas veces exitosa, recalca Llàtzer Moix, autor del libro "Arquitectura Milagrosa".

La evidente ironía de este exhaustivo reportaje (publicado por Anagrama) se explicita en su subtítulo "Hazañas de los arquitectos en la España del Guggenheim", que deja claro por dónde van los tiros: un repaso por los megalomaníacos proyectos impulsados en la última década por alcaldes y presidentes autonómicos ansiosos de contar con un "edificio de marca" firmado por un arquitecto estrella que ayudase a situar a sus ciudades en el mapa.

En una entrevista a Efe, Moix señala que este "efecto mimético" ha sangrado financieramente las economías de municipios y comunidades autónomas y critica por ello la "liberalidad" de ciertos políticos en el uso de fondos públicos que convertieron a España en el "paraíso terrenal" de los "stararchitects", una situación que sólo la actual crisis económica ha frenado en seco.

La falta de cálculo y medida sobre la bonanza económica y el fin del pelotazo inmobiliario han puesto fin a este "urbanismo viagra".

Los ejemplos de esta eclosión son variados, pero entre ellos recoge la Ciudad de las Artes y la Ciencias de Valencia, de Santiago Calatrava; el edificio Fórum de Barcelona; el pabellón puente de Zaha Hadid para la Expo de Zaragoza o la Ciudad de la Cultura de Peter Einsenman, en Santiago de Compostela.

"El milagro de mejorar la economía de sus ciudades, atrayendo más turismo, no se ha logrado en la mayoría de los casos", indica Moix, quien subraya que el éxito del Guggenheim, cuyo proyecto nació, paradójicamente, con todas las predicciones en contra, fue fruto "de la coyuntura y la suerte".

Antes de encontrar cobijo en Euskadi, otros gobiernos europeos se habían echado atrás frente a la propuesta de la Fundación Guggenheim por su elevado coste: 23.000 millones de pesetas de la época. "Hablando en términos coloquiales, nadie quería poner tanto dinero para la caseta, cuando el perro no era suyo; pero, contra todo pronóstico, salió bien, y en dos años triplicaron el número de visitantes previstos", afirma este crítico.

Para Moix, redactor jefe adjunto al director del diario La Vanguardia, a menudo los clientes "políticos" no sabían qué querían "salvo que fuera un edificio muy grande, más que el de la ciudad vecina", en una clara invitación a recibir propuestas "circenses", donde no la palabra "imposible" no existiese.

Todo quedaba resumido en una frase del arquitecto Juli Capella: "Ponga un Foster en su vida". Los poderes fácticos atribuían "poderes sobrenaturales" a estos edificios estelares, aunque ello conllevara un "divorcio" entre función y forma.

Los gobiernos locales aceptaron la "incontinencia" de los arquitectos, cuyos proyectos de ejecución se dilataban en el tiempo. La ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela debía estar acabada en 1993 "y ahora se habla del 2021" o de presupuesto los 1.200 millones de euros de la Ciudad de las Artes de Valencia, paradigma de esta política.

Igualmente, las prisas para que estuviera acabado para la Expo de Zaragoza encareció en extremo la construcción del pabellón puente de Zaha Hadid por unos costosos alardes técnicos "consentidos por una ciudad dispuesta a pagar lo que hiciera falta por proveerse de un nuevo emblema".

Esta permisividad contrasta con el control de las obras que estos mismos arquitectos "sufren" fuera de España. El alcalde de Nueva York "le tumbó" a Calatrava su proyecto del intercambiador de la zona 0 porque "sin salir de la mesa del arquitecto había aumentado muchísimo sus costes", explica Moix.

A la inversión inicial se suman además los elevados costes de mantenimiento de estas faraónicas instalaciones generadoras de unos "déficit terribles" que sólo por "levantar la persiana" comprometen los presupuestos de las consejerías de cultura de algunos gobiernos.

Aunque la relación del poder y la arquitectura es tan antigua como la historia -las pirámides de Egipto, las catedrales...- la diferencia con lo que ocurre en la actualidad, no sólo en España, argumenta Moix, es que mientras este tipo de construcciones estaban antes sólo al alcance de los poderes consolidados,"los reyes o la iglesia", ahora cualquier "autócrata de una ex república soviética, pongamos por caso", puede acceder al "gran constructor" con oficinas repartidas por todo el mundo.

En el libro también se explica el afán de algunos promotores privados, como los propietarios de bodegas, por hacerse con uno de estos edificios icónicos: las Bodegas López de Heredia en haro (Zaha Hadid) o las de Marqués de Riscal en Elciego (Gehry).

Pero insiste: "un cliente privado está en su derecho de invertir y arriesgar su dinero de la forma que quiera, pero con los fondos que proceden de la administración tributaria hay que ser más cuidadoso".

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