Viena recuerda a "los 60" por el auge en el diseño con el plástico

  • Una confianza total en un futuro mejor, alimentada por una ingenua alegría consumista, marca el inicio de la década de los años sesenta, la última en la historia del diseño exenta de toda nostalgia y dominada por el entusiasmo que despertó entonces el plástico y sus nuevas posibilidades.

Wanda Rudich

Viena, 4 mar.- Una confianza total en un futuro mejor, alimentada por una ingenua alegría consumista, marca el inicio de la década de los años sesenta, la última en la historia del diseño exenta de toda nostalgia y dominada por el entusiasmo que despertó entonces el plástico y sus nuevas posibilidades.

A esa década vuelca Viena una mirada que sí es completamente nostálgica hoy, con un mundo preocupado por buscar alternativas precisamente a las fuentes de energías fósiles y la producción de plástico para salvar al planeta de una catástrofe medioambiental.

Con una selección de piezas de diseño de entonces, el Museo del Mueble de Viena, también Depósito Oficial del Mobiliario del Imperio de los Habsburgo, recuerda esa década de grandes cambios, no solo estéticos, sino también sociales, políticos y culturales.

La muestra, titulada "Sixties Design", inaugurada esta semana y abierta hasta el 17 de junio, refleja sobre todo dos revoluciones culturales que marcaron los primeros años de esa época, según ha destacado el comisario de la exposición, Markus Laumann.

Por un lado, está la aparición de una generación de adolescentes con una capacidad adquisitiva que no habían tenido nunca sus antepasados a esa edad.

Y por otro, está la producción en masa de nuevos productos, con nuevos materiales, y en especial el plástico, que aprovecha ese nuevo mercado de jóvenes con una amplia oferta de novedades accesibles.

El sillón-balancín "Pastille", de Eero Aarnio, creado en 1967-1968, es un ejemplo típico del nuevo diseño: pequeño, redondo y de plástico, en un brillante naranja, puede usarse también para divertirse en el agua o como trineo en la nieve.

Los asientos adquieren las más diversas formas: pueden ser una gigantesca mano o unos sensuales labios, o una especie de saco que se adapta a cualquier cuerpo en cualquier posición.

Para Laumann, las claves de esa ya legendaria década, matriz del diseño de las siguientes, son "juventud, bienestar, medios (televisión, radio y discos) y nuevos materiales".

La nueva generación se identifica con formas y colores que rompen radicalmente con las décadas de la posguerra, y abren las puertas a un ambiente de espíritu juguetón, alegre y placentero, lleno de sueños futuristas y vivos colores.

La extraordinaria plasticidad del nuevo material que es el plástico, derivado del petróleo, supone una seducción irresistible para los "creativos" del diseño, y aparecen muebles, lámparas, platos, cubiertos, alhajas de las más diversas formas y colores, y además a precios accesibles para una amplia capa social.

Pero los cambios se producen con rapidez y ya hacia mediados de la década surge una especie de contrarrevolución, un movimiento contrario al consumismo inmoderado.

Crítica con las estructuras jerárquicas del poder y las presiones de la sociedad, esta nueva tendencia deja también su sello en el diseño: las formas geométricas fueron sustituidas por un estilo más orgánico, en medio de una búsqueda de formas más naturales y simples que, entre otros, defendieron los "hippies".

El diseño tampoco quedó al margen de la guerra de Vietnam, la Primavera de Praga y las protestas parisinas del movimiento estudiantil de 1968, y ha reflejado asimismo las corrientes artísticas influidas por las drogas y las religiones orientales.

Ejemplo de esa nueva moda es el sillón Tongue, de Pierre Paulin, o la silla Floris, de Günter Beltzig.

La muestra está dividida en diez capítulos, desde la década predecesora ("1950") hasta "el final del boom", pasando por "formas geométricas", "la manía por las esferas", "el diseño espacial", "moda, "taller del plástico", "diseño pop", "anti-diseño" y "diseño neo-orgánico".

Abarca así hasta 1973, cuando el "shock" de la crisis del petróleo de ese año, uno después de la publicación del informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, supone una ruptura con el espíritu de entonces y marca el inicio de la preocupación por el medio ambiente y el fin del entusiasmo por el plástico.

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