Yarón Shaní, director de Ayami, dice que los actores aficionados son lo mejor del film

  • Tel Aviv.- El cineasta Yarón Shaní, codirector junto con Scandar Copti de Ayami, candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, asegura que el trabajo de los actores aficionados es lo mejor del filme y lo que ha logrado que sea "tan poderoso".

Yarón Shaní, director de Ayami, dice que los actores aficionados son lo mejor del film
Yarón Shaní, director de Ayami, dice que los actores aficionados son lo mejor del film

Tel Aviv.- El cineasta Yarón Shaní, codirector junto con Scandar Copti de Ayami, candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, asegura que el trabajo de los actores aficionados es lo mejor del filme y lo que ha logrado que sea "tan poderoso".

"Ayami no sería lo que es si hubiésemos utilizado actores profesionales", dice Shaní sobre su primer largometraje, que compite el próximo domingo por la estatuilla con cintas como la peruana "La teta asustada", de Claudia Llosa, o la argentina "El secreto de sus ojos", de Juan José Campanella.

En una entrevista con Efe en el restaurante "Babai", localización clave de Ayami, el director afirma que el método que él y Copti eligieron para rodar su primer largometraje permite "hacer una representación increíble sin ser profesional", ya que sólo requiere que "uno se identifique profundamente con su personaje".

Los cineastas, el primero judío y el segundo árabe, convirtieron en actores primerizos a vecinos del maltrecho barrio de Ayami, un suburbio de Yaffa (al sur de Tel Aviv), escenario durante dos horas de una sucesión de tensiones sociales, asesinatos y dramas en un entorno de emigración ilegal, amores prohibidos y tráfico de drogas.

Rodada en árabe y hebreo, la película cuenta a través de saltos temporales un crisol de historias de "gente que se estrella contra la realidad y que forma parte de un mundo segregado".

Los intérpretes, todos aficionados, "no conocían el guión antes de rodar la escena ni sabían lo que iba a pasar, pero reaccionaban exactamente como ponía en el texto, aunque con sus propias palabras. De ahí la fuerza de la interpretación".

"En la película nadie llora porque le hayamos dicho que llore. Todo salía de sus corazones, todo era improvisado. Así obtuvimos una película de ficción que al mismo tiempo es algo real" dice Shaní.

Tan sólo cuatro de los 150 vecinos del barrio que participaron en la aventura habían recibido una mínima formación interpretativa.

Durante más de un año, los improvisados artistas participaron en un taller con los directores para conocer en profundidad a sus personajes y atravesar un proceso psicológico de plena identificación con ellos.

"Después de trabajar largo tiempo con los actores les conocíamos y sabíamos cómo reaccionarían. Controlas el guión y sabes lo que puedes esperar de un personaje si le metes en una situación concreta", explica Shaní.

Por eso, concluye, "Ayami se encuentra entre la ficción y la realidad".

En los 23 días de rodaje los numerosos actores -los más sorprendidos y agradecidos con la nominación al galardón de Hollywood- interpretaron la trama de forma cronológica, a diferencia de como suele hacerse.

El montaje final introdujo saltos en el tiempo para sorprender a la audiencia y que ésta "experimentase cómo vive la gente de diferentes mundos y entendiese su trayectoria y valores morales".

Ayami, reflexiona Shaní, toca muchos temas, el principal de ellos el conflicto humano universal, de "personas que luchan por algo que para ellos es muy importante y chocan unas contra otras".

También aborda el problema de la identidad en el conflicto árabe-israelí a través de pequeñas historias que "tocan la fibra de la muy inflamable realidad en que vivimos".

Shaní cree que Ayami puede servir como "herramienta de autocrítica, para que la gente se mire en un espejo, vea conflictos de los que no era consciente y se enfrente a problemas que prefiere dejar de lado".

"En la película todo acto violento tiene razones humanas detrás y se enmarca en una situación política y social, con mucha desesperanza y dramas que llevan a las personas a estar donde están, a hacer cosas horribles porque están encerradas en un juego mucho más grande que ellas", argumenta.

Un juego de hostilidad entre dos comunidades que no ha impedido que Shaní y Copti, judío y árabe, trabajen juntos desde hace años y abracen ahora la oportunidad de dar su primer Oscar al cine israelí.

Ana Cárdenes

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