Ángelo Cabrera o cómo alcanzar el éxito desde la clandestinidad

  • Ángelo Cabrera es un reconocido líder latino en Estados Unidos premiado por sus esfuerzos para que los jóvenes hispanos alcancen el sueño americano, el mismo que a él aún se le resiste desde que emigró ilegalmente desde México en 1989.

Fernando Mexía

Los Ángeles (EE.UU.), 14 abr.- Ángelo Cabrera es un reconocido líder latino en Estados Unidos premiado por sus esfuerzos para que los jóvenes hispanos alcancen el sueño americano, el mismo que a él aún se le resiste desde que emigró ilegalmente desde México en 1989.

Su historia de éxito desde la clandestinidad -que recuerda a la de José Antonio Vargas, periodista indocumentado ganador de un Pulitzer- se alimentó de la necesidad más profunda, la de comer, y evolucionó entre injusticias hasta tornar la balanza a su favor y convertir su experiencia en inspiración para otros.

A sus 38 años, Cabrera es el presidente y fundador de MASA, una organización no lucrativa que trata de inculcar interés en la educación entre la comunidad mexicana de Nueva York, ciudad en la que vive Cabrera, y motivar a sus adolescentes para que desarrollen conciencia cívica.

Esa labor altruista le ha valido varios galardones de autoridades y colectivos mexicanos, así como menciones honoríficas por parte de una senadora estadounidense y un asambleísta por Nueva York, pero ni sus premios ni sus títulos universitarios conseguidos con becas, incluido uno en Harvard, donde siguió un programa de liderazgo y organización comunitaria, le sirven para ganarse el sustento.

"A veces tengo que trabajar en un restaurante para pagar la renta y la comida", explicó en una entrevista con Efe en la que confesó su desesperanza por tener que recurrir a empleos irregulares y no poder hacer valer su talento de forma profesional por culpa de su estatus migratorio.

"Hay días que no quisiera levantarme. Es un trabajo digno pero cuando tienes unos conocimientos es frustrante, rompe el corazón. Trato de desubicarme, aunque esté en ese sitio físicamente, en mi imaginación estoy en una oficina", comentó.

Cabrera proviene de orígenes humildes, de la localidad de San Antonio Texcala en Puebla (México), de donde partió cuando tenía casi 15 años rumbo al norte para labrarse un futuro próspero. Pero pronto fue víctima de un engaño que le costó los ahorros con los que contaba para el viaje y se quedó desamparado en Tijuana.

Una camioneta de helados desvencijada fue su hogar y la basura su despensa -"los mangos podridos eran un caviar para mí", narra- hasta que por mediación de un primo logró cruzar a Estados Unidos y se dirigió a la Gran Manzana.

Sufrió allí los abusos laborales de unos dueños de supermercado en el Bronx, que lo encerraban en un sótano por ser menor de edad. Un buen día logró dejar todo aquello atrás y se aventuró con su entonces inglés precario por la jungla neoyorquina.

Un encuentro fortuito en la calle con una estudiante surcoreana revolucionó su mundo. La joven, tras enterarse de su drama personal, le ayudó a conseguir un trabajo de fin de semana y le pagó la matrícula para que terminara el bachillerato.

"Ella me dio la opción de soñar que podía ir a la universidad, esos 280 dólares cambiaron mi vida y la de mi comunidad. Yo no tenía forma de devolverle el dinero y lo único que me pidió, entre lágrimas, fue que ayudara a otros que estuvieran en esa situación a soñar y a ir a la universidad", relató Cabrera.

Desde entonces esa ha sido su misión, sin importar exponerse al escrutinio público, realizando huelgas de hambre y enarbolando la bandera de la lucha por los derechos de los estudiantes que, como él, llegaron a Estados Unidos ilegalmente.

"Somos ciudadanos estadounidenses, pero sin documentos", declaró Cabrera que si bien considera que su estatus de irregular en el país no es "un secreto" lo ha hecho más patente ahora, en un momento en el que se negocia en Washington una nueva ley migratoria.

"Creo que es tiempo de que hoy en día se pueda favorecer una reforma para que más de 11 millones de indocumentados puedan salir a la luz. Muchos son trabajadores que han pagado sus impuestos, contribuyen a la economía y tienen hijos estadounidenses", indicó.

Él sería uno de los potenciales beneficiados de ese cambio legislativo, una perspectiva que le acerca a su ansiado doctorado y a tener un trabajo acorde con su cualificación que le permita ayudar a los demás de forma profesional.

"Tener la residencia me permitiría alcanzar todos mis sueños", afirmó Cabrera. El principal sería visitar a sus padres con los que no ha estado desde que se fue de México.

Su madre, una mujer de 65 años, sufre una diabetes que la ha dejado casi ciega y en su retina aún guarda la imagen del adolescente que hace más 2 décadas se fue de casa para seguir el camino del emigrante, según recuerda nostálgico Angelo.

"Con el avance de la enfermedad existe la posibilidad de que nunca vuelva a verla. Espero que Dios lo pueda hacer", declaró esperanzado.

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