Benjamin y Celia fueron a la sala Bataclan el viernes por la noche. El diario Le Figaro cuenta su historia. Terrible. La de creer que su hora había llegado, que nunca volverían a ver a sus hijas. Ellos vieron cara a cara a sus asesinos.
"Eran muy jóvenes no más de 30 años, pero eran profesionales. Llevaban grandes chaquetas. Dos de los atacantes iban vestidos de negro. El que tenía una chaqueta beige tenía una barba corta. Dijeron que eran de Oriente Medio, y hablaba sin acento francés. Otro llevaba un chándal y una gorra gris, el otro un chándal negro . Cada uno tenía una ametralladora en cada mano.
Uno de ellos dijo: "Habéis matado a nuestros hermanos en Siria, estamos aquí ahora. Al primero que mueva el culo, lo mataré". Disparan entonces a discrección. Y entonces llegan las imágenes que no olvidarán.
Los cuerpos caían sobre nosotros, describen. "Una mujer a mi lado tenía sangre en la cara, pero estaba viva. Mi vecino, un hombre de 50 años, recibe un disparo en la cara, parte del cerebro y los copos de carne caen sobre mis gafas. El suelo es un enorme charco de sangre.", narra Benjamín al diario francés. Celia recuerda estar sorprendentemente tranquila, sentía que su tiempo habñia acabado y piensa en sus hijas, y se castiga a sí misma por estar allí viendo un concierto, no tiene derecho a morir ".
El concierto había comenzado alrededor de las 21h. Ellos estaban cerca de la entrada a la barra. "Nos pusimos de pie, el Bataclan estaba lleno. Algunas personas se sentaron en el balcón de la planta. Es una banda de rock divertida, la gente tiene entre 20 y 50 años. Padres con hijos. Todo cambia en minutos.
Llega la muerte y el instinto de supervivenvia provoca una avalancha. Logran salir. La policía ha acabado con los asatantes. Y entonces vuelve la solidaridad, esa que no se ha perdido en ningún momento cuando a las puertas de la sala la gente arriesga su vida para arrastrar a los heridos en vez de huir del lugar.
Los vecinos abren las puertas de sus casas. Aunque el que entre esté cubierto de sangre y de muerte. Aunque recuerde las imágenes más terribles de su vida y llore. Benjamín y Celia son supervivientes, pero saben que necesitarán ayuda psicológica para superar el viernes negro. Que nunca olvidarán los rostros de esos jóvenes, alguno apenas adolescente, que no tenían cara de diablos, pero lo eran.
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