Botsuana, donde el cáncer es el nuevo sida

  • El cáncer de útero se cobra la vida de 300.000 mujeres cada año, la mayoría en África, Sudamérica y Asia, 26 veces más probable en la mujeres negras que en las blancas. En Botsuana, el caso más preocupante, muchas mujeres no se someten a revisiones o no reciben el tratamiento adecuado.
Iva Skoch, Gaborone (Botsuana) | GlobalPost

En una pequeña caravana, una enfermera aplica vinagre, del más barato que venden en los supermercados locales, sobre los genitales de su paciente. Como el tejido con úlceras precancerígenas se vuelve de color blanco cuando se expone al ácido acético, espera a ver si aparecen puntos blancos en el cérvix de la mujer.

Los ve, pero no está segura de si son realmente úlceras o tejido cicatricial. Así que saca una foto del cuello uterino con la cámara de su móvil. A continuación se la reenvía por teléfono a una doctora con un mensaje de texto diciendo: “Paciente de 39 años. Creo que hay una lesión a las dos en punto. ¿Está de acuerdo?”.

A más de 300 kilómetros, la doctora Doreen Ramogola-Masire abre el mensaje, amplía la zona de la fotografía con la úlcera y coincide con el diagnóstico. Recomienda crioterapia, un tratamiento que congela parte del cérvix de una mujer para destruir  células anormales que pueden producir cáncer. Unos pocos minutos después, en la misma caravana, la enfermera congela el cérvix de la paciente utilizando nitrógeno líquido.

Según la doctora Masire, incluso con una única sesión de crioterapia se puede reducir la probabilidad de desarrollar cáncer cervical en un 25 por ciento de enfermas. Pero la mayor parte de las mujeres en Botsuana no se someten a revisiones ni reciben tratamiento adecuado porque no es fácil para ellas acceder a un médico (ni tienen los recursos económicos). Consultas a distancia como esta pueden contribuir a un cambio sustancial.

“El futuro con los teléfonos móviles es enorme, especialmente en zonas rurales”, explica la doctora Masire, jefa de la Iniciativa para la Salud de la Mujer en Botsuana, que colabora con la Universidad de Pensilvania (EEUU) en el cuidado clínico, investigación y financiación de un programa que ha ayudado a introducir un plan piloto de telemedicina para combatir la epidemia de cáncer cervical que está arrasando el África negra.

“El cáncer cervical es una enfermedad de la desigualdad”, afirma. “Quienes pueden permitírselo, se hacen las pruebas”. Según una investigación realizada en Sudáfrica, las mujeres negras son 26 veces más propensas a desarrollar este tipo de cáncer que las blancas.

El cáncer cervical o de cuello de útero supone el 25 por ciento de todos los casos de cáncer entre las mujeres de Botsuana, mientras que en el Reino Unido, por ejemplo, tan sólo representa el 2 por ciento. Aunque es considerado uno de los tipos de cáncer más prevenibles en Occidente (con tasas de mortalidad muy por debajo de las del cáncer de pecho, de pulmón o de colon), es el que está causando más muertes entre las mujeres de países en desarrollo. Cada año mueren en torno a 300.000 mujeres por cáncer cervical, la mayor parte de ellas en las regiones más pobres de África, Sudamérica y Asia.

Nadie sabe exactamente por qué la incidencia de este tipo de cáncer es tan alta en Botsuana, uno de los países más ricos de África debido a sus diamantes. Pero los datos sugieren que se debe a la generalizada falta de revisiones ginecológicas, a la poca educación y a prácticas sexuales que serían consideradas “libertinas” en Occidente. Además, debido al elevado número de casos de sida en esta zona del mundo, los recursos se suelen dedicar fundamentalmente al VIH en lugar del cáncer.

La gente asume a menudo que en África no hay cáncer, dice la doctora Masire. “Pero la verdad es que no tenemos datos sobre la incidencia del cáncer en África”, señala. Y sin esos datos resulta prácticamente imposible ayudar o conseguir ayuda del extranjero.

“Los datos son fundamentales”, admite.

Esas es una de las razonas por las que su organización comenzó a recopilar datos sobre dicha enfermedad. También realizan pruebas de cáncer cervical a mujeres seropositivas.

Se calcula que en torno a un tercio de la población adulta de Botsuana tiene el virus VIH y que las mujeres seropositivas tienen además cinco veces más posibilidades de contraer el virus del papiloma humano (VPH). El VPH, que provoca alteraciones celulares en el cuello uterino, puede desencadenar cáncer cervical y también de vulva, vagina y ano.

En los últimos dos años la doctora Masire y su equipo han revisado a 2.200 mujeres en Botsuana. Tan sólo la mitad de ellas tenían un cuello uterino saludable. Entre la mitad restante, 354 tenían ligeras úlceras precancerígenas y recibieron crioterapia. Otras 700 mostraban anormalidades en el cuello uterino que necesitaban otro tratamiento o incluso cirugía o radiación, y fueron derivadas para más consultas en la clínica de referencia que dirige la doctora Masire.

La prevención es fundamental, ya que en este país de 2 millones de habitantes tan sólo hay una unidad hospitalaria de oncología con 20 camas (10 para hombres y 10 para mujeres). Es una unidad modesta, sin el equipo necesario para casos complejos. Para recibir radiaciones, los pacientes suelen ser enviados a hospitales en Sudáfrica.

En los países desarrollados, los programas de detección de cáncer cervical, con citologías vaginales, han reducido significativamente la incidencia de esta enfermedad invasiva. Pero en el África negra, las citologías o prueba del Papanicolaou no son algo habitual, y si se realizan los resultados tardan meses o incluso años en llegar. A menudo los resultados se pierden en el camino.

“El Papanicolaou es bueno, pero requiere una infraestructura sofisticada”, dice Masire. En zonas remotas de África la infraestructura es muy pobre y las clínicas generalmente no tienen los portaobjetos, los productos químicos y, sobre todo, el personal cualificado para hacer estas pruebas y leer las muestras. Cuando las mujeres consiguen llegar a una de estas clínicas, a menudo los síntomas están tan avanzados que no pueden hacer nada por ayudarlas.

Hace una década, en medio de la epidemia de VIH, en Botsuana se estaba muriendo tanta gente de sida que el país temió que su población se viese diezmada por la pandemia. Así que en 2001 el gobierno adoptó la ampliamente aplaudida decisión (y sin demasiados precedentes en el continente africano) de suministrar medicamentos antirretrovirales a quienes los necesitasen. Hoy en día, más del 90 por ciento de los enfermos en Botsuana que necesitan tratamiento contra el sida lo reciben.

La enfermedad que solía ser una sentencia de muerte se ha convertido gradualmente en un mal crónico. Pero en este aspecto también hay malas noticias. Hace una década los enfermos de VIH prácticamente no se morían de cáncer cervical. Se solían morir de tuberculosis o meningitis o de una de las complicaciones más comunes asociadas al sida, pero no de cáncer, que es mucho más costoso de tratar.

“Ahora la gente vive más tiempo, y los pre cánceres tienen más posibilidad de desarrollarse en cánceres”, afirma la doctora Masire.

La mejora en la calidad de vida de los pacientes también ha hecho que vuelvan a disfrutar de nuevo de su vida sexual. La doctora cree que cuando no había medicinas para el VIH, la gente ofrecía un aspecto enfermo, no tenía energía y probablemente no practicaba demasiado sexo.

Pero ahora, con los tratamientos antirretrovirales, nadie puede saber quién tiene el virus del sida y quién no. Las personas tienen un aspecto saludable y se sienten bien, lo que también puede afectar al modo en que interactúan sexualmente, plantea la doctora.

A Crystal Mhone, de 27 años (cuyo nombre ha sido alterado para proteger su intimidad), se le diagnosticó cáncer cervical y fue sometida a cirugía el mes pasado. Es seropositiva desde 2007, y como en Botsuana el cáncer cervical es considerada una de las enfermedades asociadas al sida, ha dejado de ser una portadora del VIH. Debido a su cáncer cervical, ahora es una enferma de sida. No recuerda ni cómo ni por quién fue infectada.

Cuando se le pregunta cuántas parejas sexuales ha tenido, algo rutinario en estas visitas ginecológicas, responde con un cándido: “¿Quiere decir en total, o ahora?”.

La doctora Mimi Raesima, del equipo de Masire, asegura que la multiplicidad de parejas, especialmente de manera simultánea, así como el sexo intergeneracional, supone un enorme obstáculo en sus esfuerzos para atajar la epidemia de cáncer cervical. “Si mi marido tiene varias novias, y yo tengo varios novios al mismo tiempo, y todos ellos a su vez tienen múltiples amantes, el número de personas con los que estamos acostándonos realmente es alarmante”, indica.

En Botsuana ese tipo de situación es bastante habitual. Los hombres a menudo se justifican diciendo que la escasa población masculina del país hace que cada uno de ellos tenga que tener más de una novia. De lo contrario, dicen, habría muchas mujeres sin pareja.

Además, como en África todavía no hay demasiadas oportunidades profesionales para las mujeres, especialmente para las “solitarias”, muchas de ellas se ven a menudo abocadas a mantener relaciones con varios hombres a la vez, que a cambio las ayudan con los gastos del hogar, desde el pago del teléfono móvil hasta las escasas y caras visitas al médico.

La doctora Raesima dice que muchas mujeres creen que si se contagian del VPH ya no tienen que preocuparse más. “Pero si lo tienes, no quiere decir que ya has ganado. Te puedes reinfectar con otras cepas”, explica.

Hay unas 40 cepas diferentes del VPH que se transmiten a través de relaciones sexuales y, a diferencia del VIH, los preservativos son sólo efectivos en un 70 por ciento para prevenir su contagio. La gran mayoría de los cánceres cervicales en Occidente están provocados por el VPH 16 y 18. No resulta sorprendente por lo tanto que las vacunas del VPH que hay en el mundo desarrollado previenen las infecciones por estas dos cepas.

La vacuna todavía no está disponible en Botsuana porque es cara y porque todavía no hay investigaciones suficientes que demuestren que las cepas 16 y 18 son las más comunes en los casos de VPH en África también.

Y es que “los datos son fundamentales”, insiste la doctora Masire.

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