Breivik, un enfermo víctima de sus delirios o un frío asesino ultraderechista

  • Anders Behring Breivik, autor confeso de los atentados en los que murieron 77 personas en Noruega hace un año, conocerá mañana la sentencia de un caso en el que el tribunal de Oslo decidirá si puede o no ser considerado penalmente responsable.

Anxo Lamela

Oslo, 23 ago.- Anders Behring Breivik, autor confeso de los atentados en los que murieron 77 personas en Noruega hace un año, conocerá mañana la sentencia de un caso en el que el tribunal de Oslo decidirá si puede o no ser considerado penalmente responsable.

El estado mental de Breivik, de 33 años, ha generado un debate sin precedentes, centrado en torno a los dos exámenes psiquiátricos que se le han practicado y que concluyen con diagnósticos opuestos.

Para el primer grupo de expertos que lo examinó, se trata de un enfermo mental víctima de sus delirios de grandeza y que se cree que puede salvar al mundo y decidir quién debe morir, a partir de su pertenencia a una red de Caballeros Templarios presuntamente surgida de su imaginación.

Los otros psiquiatras no observaron en cambio síntomas de esquizofrenia paranoide, al igual que el personal de la cárcel donde permanece encerrado, ni de que se encontrara en estado psicótico, aunque sí le diagnosticaron un trastorno disocial.

Sus ideas sobre la cruzada contra el Islam y el multiculturalismo que están "destruyendo" Noruega y Europa se enmarcan en un contexto de ultraderecha y ahí adquieren sentido, sostienen esos expertos, opinión compartida por la defensa del acusado.

Durante los dos meses del juicio, Breivik luchó por presentarse como un militante nacionalista, acusando a la Fiscalía y al primer equipo de psiquiatras de ridiculizarlo para que parezca un loco.

Aparte de algún arrebato de ira contra los fiscales, Breivik se ha mostrado comedido y ha logrado desarrollar un discurso más o menos razonado, aunque extremista, reconocido por expertos y militantes de ultraderecha que han declarado ante el tribunal.

Pero no ha conseguido eliminar las dudas que sobre su estado mental plantean detalles como la existencia de esa red europea, sus contactos en Liberia y en Londres con otros correligionarios o su afición, por momentos abusiva, a los juegos de rol bélicos.

Lo que sí ha evidenciado Breivik es una frialdad extrema ante las declaraciones de supervivientes o la reconstrucción de los ataques, en especial la matanza cometida en la isla de Utøya, donde murieron 69 personas en el campamento de las Juventudes Laboristas.

Breivik, que atribuye su falta de emociones a técnicas de meditación japonesas, sólo se emocionó en la primera vista, cuando se proyectó un vídeo propagandístico elaborado por él mismo.

Tampoco se ha mostrado arrepentido, todo lo contrario, ya que se reafirmó en lo hecho y lamentó no haber matado al medio millar de jóvenes que había en Utøya y a quienes comparó con las juventudes hitlerianas.

En su última comparecencia ante el tribunal, además de reiterar sus amenazas a las autoridades, pidió de nuevo su liberación, ya que considera que actuó en una situación de "necesidad", en defensa del pueblo noruego, que considera amenazado por la "invasión musulmana" y el "infierno multiétnico" impulsado por el Gobierno laborista.

Pero sabedor de que su puesta en libertad es una quimera, defiende que se le condene a prisión como el militante político que asegura ser, frente a la "humillación" que supondría que le sometan a tratamiento psiquiátrico, un fallo que ha anunciado que recurriría.

Una mirada a la biografía de este hombre, hijo de un diplomático y una enfermera y nacido en Oslo, muestra una infancia problemática.

Sus padres se separaron cuando tenía un año y se mudó con su madre y una hermanastra a un hogar del que las autoridades sociales estudiaron sacarle, aunque finalmente acabó quedándose, cuando no prosperó una demanda por la custodia del padre.

Con su progenitor, que se trasladó a vivir a París, mantuvo contacto hasta la adolescencia, para luego no verle más.

Su compromiso político lo despertaron las agresiones que varios de sus amigos sufrieron supuestamente a manos de jóvenes musulmanes y se concretó al unirse a las Juventudes del populista Partido del Progreso, que abandonaría tiempo después por moderado.

Breivik, que nunca hizo el servicio militar y era miembro de una logia masónica, empezó a pensar entonces en actuar por su cuenta y se preparó durante nueve años para su acción definitiva.

Mientras escribía su manifiesto, creó una empresa tapadera para poder importar abono químico y alquiló una granja fuera de Oslo para preparar los explosivos, a la vez que se hacía socio de un club de tiro y usaba además como entrenamiento juegos bélicos en internet.

Los preparativos culminaron el 22 de julio, cuando hizo estallar una furgoneta bomba en el complejo gubernamental de Oslo y luego se trasladó en coche a Utøya para cometer una matanza.

A la espera de conocer el resultado del fallo, Breivik, recluido en una zona de máxima seguridad, ocupa su tiempo en preparar una autobiografía, desarrollar sus ideas, leer la prensa y contestar la abundante correspondencia que recibe de admiradores o personas que quieren convertirlo.

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