Las Lajas, donde actores del conflicto en Colombia buscan el perdón de Dios

  • Enclavado en un cañón de los Andes colombianos, un santuario neogótico dedicado a la Virgen de Las Lajas desde 1754 congrega a víctimas y victimarios del conflicto armado de medio siglo en Colombia, que llegan en busca del perdón y el consuelo de Dios.

"Es algo paradójico. Atendemos en el sacramento de la penitencia a guerrilleros de las FARC, del ELN, a paramilitares, militares, narcotraficantes, y también a los que tienen un esposo o un hijo desaparecido, un hermano secuestrado, a todos los involucrados en el conflicto", confió a la AFP el padre Alberto Cobo Molano.

"El Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Las Lajas recoge experiencias de toda naturaleza", agregó este sacerdote caleño, que ha pasado los últimos doce de sus 61 años en esta zona del suroeste de Colombia, muy golpeada por la conflagración interna que desangra al país desde más de cinco décadas.

Unas 300.000 personas al año peregrinan hasta este cañón del río Guáitara, en el verde y montañoso departamento de Nariño, a 7km de la ciudad de Ipiales y a sólo 10km de Ecuador, donde según la tradición hace 261 años se apareció la Virgen a una indígena y su hija sordomuda mientras volvían a su casa en medio de una tormenta.

Ese "prodigio", según las autoridades eclesiásticas, dio lugar a una humilde capilla a 2.900 metros sobre el nivel del mar, que a mediados del siglo pasado se convirtió en una imponente basílica de piedra gris y blanca, de 100 metros de alto y con tres naves levantadas sobre un puente de dos arcos que atraviesa el río.

El edificio, construido entre 1916 y 1949, no sólo tiene valor sagrado: es considerado una de las siete maravillas de Colombia y aparece destacado en guías turísticas internacionales.

Pero pocos sospechan que entre los penitentes, que llegan solos o en romerías desde todos los rincones del mundo, pero en particular del vecino Ecuador, hay rebeldes, sicarios, secuestradores y asesinos, militares responsables de ejecuciones extrajudiciales, pero también sus dolientes, todos vinculados al conflicto interno que ha dejado ya 220.000 muertos.

"La responsabilidad que tenemos como sociedad y como Iglesia es orar por ellos. Y hacer un llamado al arrepentimiento y al cambio de vida", enfatizó el sacerdote, mientras una larga fila de fieles lo aguardaba para confesarse o recibir la bendición.

Para el padre Cobo Molano, que cuando estaba en el monte daba homilías tanto a paramilitares en el valle como a guerrilleros en la montaña, todos, por más "monstruosos" que hayan sido sus crímenes, pueden tener una actitud sincera de conversión ante Dios.

"No por el hecho de que estén sumidos dentro de esta problemática social vamos a considerarlos responsables directamente. Este conflicto es consecuencia de un desorden social que hemos vivido durante 60, 70, 80 años aquí en Colombia. Esto es lo que hemos sembrado y esto es lo que estamos cosechando", señaló.

Jorge Pinchao, un campesino de 67 años que llegó a Las Lajas para la misa, ha pagado muy alto el precio de vivir en un país de violencia y muerte: perdió a tres hijos a manos de paramilitares que se enfrentaban con las guerrillas en los años 2000.

"Esto aquí es duro. Ellos se dan plomo y uno queda en el medio", dijo a la AFP, muy escéptico de una paz futura.

Pero Cobo Molano cree que la clave está en "crear espacios de comunión" en Colombia, donde tres cuartos de su población son católicos.

"Cualquier esfuerzo que se haga hoy por la paz, por la convivencia y la reconciliación, bienvenido sea", enfatizó, confiado en los logros del proceso de paz que el gobierno avanza desde noviembre de 2012 en La Habana con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, comunistas), principal y más antigua guerrilla del país.

Por eso, espera que pronto el Ejército de Liberación Nacional (ELN, guevarista), segundo grupo rebelde de Colombia, se sume al "tren de la paz" con una mesa paralela a la de las FARC, que según fuentes cercanas a las partes podría instalarse muy cerca de Las Lajas, en la fronteriza ciudad ecuatoriana de Tulcán.

El gran desafío, sin embargo, vendrá después de sellar un eventual acuerdo, opinó.

"El posconflicto es una tarea de todos los estamentos sociales, políticos, económicos, culturales, religiosos. Tenemos que integrar a toda nuestra sociedad", apuntó.

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