Londres, al alcance de un puñado de menores de la Jungla de Calais

Sólo un torniquete los separa del final del viaje emprendido para huir de la guerra, la pobreza y la persecución. Los menores hacen cola en el registro británico de Calais con la esperanza de llegar al Reino Unido, pero serán pocos los elegidos.

Encorvados para protegerse de la llovizna, decenas de adolescentes de Afganistán, Eritrea o Sudán se abren paso a codazos en este puerto francés frente a las costas inglesas para ser los primeros.

Las autoridades francesas se disponen a demoler las barracas y las tiendas de campaña esparcidas entre las dunas. Sus ocupantes irán a parar a pequeños centros de acogida en toda Francia. Con una excepción: Londres ha aceptado recibir a los menores de edad solos que demuestren que tienen familia en Inglaterra.

"No os aconsejo mentir sobre vuestra edad al gobierno británico. Los que tengan más de 18 años no tienen ninguna oportunidad", repite un miembro de la oenegé Refugee Youth Service a cada uno de los aspirantes al exilio, casi todos varones.

"Tres meses en la jungla, sin dormir, sin comer. ¡Piedad!", implora Nadim, un afgano de 14 años con acné en las mejillas. Lleva la fecha de nacimiento escrita en la mano derecha.

Mohamed, un gambiano de 17 años, sujeta con fuerza su salvoconducto: un pedazo de papel con la dirección y el número de teléfono de uno de sus hermanos instalado al otro lado del Canal de la Mancha.

"Quiero ir a la universidad. Si me quedo en Francia, dirán que en mi país no hay problemas y que no puedo tener asilo. Afortunadamente tengo familia en el Reino Unido", dice.

La mayoría de estos adolescentes ignoran los titulares de los tabloides británicos contra los "varones fornidos", como llaman a algunos de los llegados esta semana al país.

Un diputado conservador pidió incluso pruebas dentales para determinar sus edades y separar a los hombres de los adolescentes.

"No hay absolutamente ninguna manera de verificar su edad", reacciona indignado Christian Salomé, del Albergue de los Migrantes, una de las principales asociaciones presentes en la Jungla. Sólo "algunos, de más edad" han conseguido colarse, según él.

Shahram, de 17 años, es de Kabul. No tiene familia en el Reino Unido, sólo un amigo que se ofreció a acogerlo. No está seguro de poder beneficiarse del dispositivo. "Hubiera podido mentir y decir que era mi hermano o mi tío, pero no está en mi naturaleza", confiesa. Lleva chanclas embarradas y gorra de color caqui.

"En este mundo si eres honesto no te va bien", lamenta. Está decepcionado porque pronto se va a separar de Nasir, su amigo de infancia con el que se fue a Calais. Él sí tiene a un hermano en Londres que trabaja como taxista.

Shahram bromea acusando a su amigo de "deslealtad". Intentará reunirse con él subiéndose furtivamente a uno de los muchos camiones que cruzan cada día el túnel.

"La forma ilegal tampoco es que funcione tan mal", comenta.

Bajo presión de Francia, el gobierno británico aceptó recientemente acelerar el examen de los expedientes. Las partidas se han multiplicado con 52 niños aceptados en cuatro días contra 83 entre marzo y septiembre, según la asociación Francia Tierra de Asilo.

En total pasarán unos 200 esta semana, de entre los casi 1.300 menores registrados, de los cuales 500 tienen parientes en el Reino Unido.

Para los mayores de 18 años, la puerta sigue cerrada a cal y canto, por más que tengan familia en Inglaterra.

Mustafá Azizi, un afgano de 23 años con la barba recortada, es uno de ellos. Afirma haber trabajado como intérprete para el ejército británico en la provincia de Helmand entre 2011 y 2012.

En un inglés perfecto Azizi, herido en una pierna por una mina, cuenta sus dos años errante y de trabajos precarios en Irán y Turquía hasta su llegada a Europa. "Es verdaderamente injusto, porque serví al ejército británico. Deben ayudarme", dice. Es demasiado mayor para ser admitido en el programa de asilo.

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