Los camboyanos se protegen del fuego tailandés con amuletos y tatuajes

  • Samrong (Camboya).- Los soldados camboyanos que se enfrentan al ejército tailandés en la frontera desde hace una semana se protegen con tatuajes y amuletos, porque creen que esta magia antigua puede salvarles de las balas y las bombas de Tailandia.

Nuevos combates entre Camboya y Tailandia tras romperse el alto el fuego
Nuevos combates entre Camboya y Tailandia tras romperse el alto el fuego

Samrong (Camboya).- Los soldados camboyanos que se enfrentan al ejército tailandés en la frontera desde hace una semana se protegen con tatuajes y amuletos, porque creen que esta magia antigua puede salvarles de las balas y las bombas de Tailandia.

La tropa que vigila Ta Moan y Ta Krabei (Ta Meun y Ta Kwai en tailandés) nunca sube al alto que separa ambos países sin un collar o un cinturón mágico.

Los tatuajes eran, hace años, la forma más extendida entre los guerreros para protegerse de las balas y todos los militares veteranos tienen su propia versión grabada en el cuerpo.

Phuok Mao se hizo su tatuaje cuando con 15 años se alistó en el Jemer Rojo, en 1973, dos años antes de que la organización comandada por Pol Pot entrase victoriosa en Phnom Penh.

Tiene el tórax cubierto por escrituras en una lengua desconocida para él y un gran Buda en posición sentada ocupa la panza, motivos a los que ha ido añadiendo otros secundarios en hombros y brazos.

"Me lo hice porque realmente creía que iba a protegerme. Ahora ya no estoy tan seguro", asegura este veterano que sólo va al frente cuando el Ejército necesita refuerzos especiales.

Su compañero, Lueng Neng, de 49 años, solo requiere de unos párrafos escritos en ambos antebrazos, cuyo significado tampoco conoce y cuya tinta el tiempo ha ido borrando, lo que no le preocupa.

"Yo sé que aún siguen protegiéndome, aunque ya no se vean bien", asegura Neng.

Para que sean efectivos, la escritura de los tatuajes mágicos tiene que ser en pali, un idioma de origen indio en el que se escribieron los textos budistas más antiguos y que todavía es la lengua de uso litúrgico de la rama theravada, que se practica en Camboya, Tailandia, Laos, Birmania (Myanmar) y Sri Lanka.

Tiene que grabar el diseño además un tatuador especial, alguien que conozca el difícil arte de imprimir la magia sobre la tinta que se inserta en la piel.

Durante la época de ocupación vietnamita, entre 1979 y 1989, estos magos del tatuaje fueron mal vistos por el Ejército del país vecino y el número de artistas descendió drásticamente hasta casi la extinción.

"Yo me lo quiero dibujar, pero no encuentro a ningún maestro que sepa cómo hacerlo", asegura Prak Sarong, un soldado de 30 años que se protege con un cinturón mágico, aunque cree que los tatuajes son más seguros.

Som Vothy confía en un yoan, una especie de collar grueso con una pequeña bolsa colgando donde colocan dientes de animales.

"Ya pueden venir los tailandeses que no me podrán hacer nada. Estoy protegido", cuenta mientras muestra pequeñas heridas hechas en el combate en lo alto del templo Ta Krabei.

"Nunca subo sin él (el amuleto). Realmente funciona", añade el militar, que además es el médico de la unidad que se encuentra en este templo hindú.

El collar de Som Vothy tiene que haber sido realizado por monjes para que sea realmente mágico y sí, además han añadido frases de fuerza similares a los de los tatuajes, su poder será mucho mayor.

La protección sobrenatural incluye estampas con dibujos antiguos que los soldados camboyanos colocan en las zonas bajo su custodia, con la finalidad de ahuyentar a los malos espíritus y protegerse de los ataques enemigos.

Estas supersticiones son compartidas por los guerreros tailandeses que, el pasado febrero, acusaron a los camboyanos de utilizar magia negra contra ellos durante los combates que libraron en torno al templo jemer de Preah Vihear.

Aunque los límites fronterizos entre Camboya y Tailandia son motivo de disputa, los actuales enfrentamientos comenzaron en 2008 cuando la UNESCO declaró Preah Vihear patrimonio de la humanidad dentro de Camboya.

Por Laura Villadiego

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