Nada detiene a los refugiados eritreos

  • Ni la crecida del río Mareb, último obstáculo antes de la frontera etíope, ni los guardaespaldas con orden de tirar desalientan a los refugiados eritreos, que avanzan con empeño soñando con irse lejos.

Un centenar de ellos llegan cada día al centro de tránsito de Endabaguna, en el norte de Etiopía, primera etapa de un viaje de alto riesgo con destino a Europa, los países del Golfo o Sudáfrica.

"El número de llegadas ha aumentado este año. Hasta 200 o 300 personas por día y la cifra baja muy poco en la temporada de lluvias", explica Sahle Teklemariam, coordinador de este centro administrado por la Autoridad Etíope para la Acogida de los Refugiados (ARRA).

"La gente huye de todas las regiones de Eritrea", aseguró.

En 2014, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) registró más de 33.000 nuevos refugiados eritreos que pasaron por Etiopía.

Una cifra en aumento constante. Alrededor de 400 eritreos, en su mayoría jóvenes, esperan en el interior del centro que los envíen a uno de los cuatro campamentos eritreos gestionados conjuntamente por ARRA y ACNUR.

Las autoridades etíopes les dan tres comidas diarias y 30 birres (1,3 euros).

Tesfu, un granjero de 20 años, caminó durante una semana para llegar a Etiopía, donde no tiene esperanzas de conseguir un visado para un país de acogida. Por eso planea irse a Alemania, donde vive un primo suyo del que no tiene noticias, o a Israel, donde también tiene familia.

"No ha llovido prácticamente en todo el año. No podía trabajar la tierra. Aunque hubiera llovido, no estaba dispuesto a quedarme en Eritrea. Allí no se puede vivir", afirma, explicando la amenaza de alistamiento forzado en el ejército para un servicio militar de duración indefinida.

Visiblemente desorientado, el joven ignora cuánto tendrá que caminar todavía y el tiempo que le llevará llegar a Europa.

La próxima etapa es Sudán, una plataforma de los traficantes de seres humanos.

Los naufragios en el Mediterráneo y la hostilidad de algunos países europeos no son más que una amenaza abstracta.

"Sé que hay gente que muere en el mar, pero estoy dispuesto a probar suerte", dice sin pensárselo dos veces.

A su alrededor, los que llegan no parecen mejor preparados. La perspectiva de juntarse con algún pariente lejano o las historias que se propagan de boca en boca bastan para motivarles.

"En Eritrea, no hay libertades, vivimos como esclavos. Todo el mundo debe ser estudiante o soldado", añade Solomon, que decidió huir después de cumplir 18 años de servicio militar, obligatorio e indefinido en el país.

Una vez enrolados, los eritreos no suelen cobrar salario. Así es imposible hacer subsistir a la familia, protesta. La ONU lo tacha de "trabajos forzados".

Estos soldados son los primeros en irse. Una prueba de ello es el número de refugiados en uniforme militar en el centro de Endabaguna.

Daniel, de 21 años, viste ropa militar y sandalias de plástico. Aprovechó que lo destinaron a los campamentos cercanos a la frontera para escapar con tres camaradas. Los militares etíopes, con los que Eritrea está en conflicto, le dieron una buena acogida, precisa.

"Llevábamos diez meses en el ejército. Nos dicen que el servicio militar durará 18 meses, pero por experiencia sabemos que una vez enrolados, es imposible marcharse", cuenta.

Etiopía afirma acoger en su territorio a unos 150.000 exiliados de Eritrea.

Los servicios etíopes registran a cada refugiado y de paso recaban información sobre el estado de desmoralización del ejército de su enemigo.

La mayoría de estos refugiados no se quedan. Etiopía es ante todo una puerta de salida hacia otros países (Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o Suiza).

Daniel sueña con "Estados Unidos". Pero ¿sabe dónde se encuentra? ¿Que no podrá ir por tierra ni por mar?

"Es verdad, no sé dónde está Estados Unidos", admite. "Pero tengo un hermano en Sudán. Me ayudará a llegar allí".

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