Toda una vida como refugiada

  • Stephanie Muyankera nació en Tanzania ya siendo refugiada. Sus padres huyeron de Ruanda por pertenecer a una etnia perseguida. Trató de comprender a marchas forzadas por qué sus raíces familiares se quebraron por razones inhumanas. Hoy se siente feliz de poder ayudar a gente que ha sufrido lo mismo que ella.

Berta Pinillos

Madrid, 19 jun.- Stephanie Muyankera nació en Tanzania ya siendo refugiada. Sus padres huyeron de Ruanda por pertenecer a una etnia perseguida. Trató de comprender a marchas forzadas por qué sus raíces familiares se quebraron por razones inhumanas. Hoy se siente feliz de poder ayudar a gente que ha sufrido lo mismo que ella.

Es una de los cerca de 43 millones de refugiados que hay en el mundo. Estos días visita España con motivo de la conmemoración mañana del Día Mundial del Refugiado para relatar su experiencia como trabajadora en el Servicio Jesuita a Refugiados, socio de la organización Entreculturas.

En una entrevista con Efe, explica cómo sus padres a finales de los años cincuenta, cuando apenas tenían 20 años, dejaron Ruanda. Eran tutsis, una etnia perseguida en el país, y llegaron hasta Tanzania, donde formaron una familia en "una comunidad", un campo de refugiados en el que cada grupo tenía un número.

Stephanie nació allí, en 1970, con su estatus de refugiada debajo del brazo. A los pocos años, el Gobierno tanzano les concedió la nacionalidad pero su padre huyó solo a Kenia al pensar que si la aceptaba jamás podría volver a su país de origen, rondaban finales de la década de los setenta, relata.

Cuando su madre murió y tras pasar tres años con una tía "en la comunidad", ella, con trece años, y sus cuatro hermanos se trasladaron hasta Nairobi, donde se encontraba el padre. Allí volvieron a ser refugiados de nuevo, un año costó hacer todos los trámites.

Consiguió ir a la universidad gracias a las becas del Servicio Jesuita de Refugiados. Estudió administración de empresas y programación.

A pesar de su buena formación, le fue "muy difícil" encontrar trabajo: "no importaban los estudios que tuvieras sino la procedencia. Preferían contratar a kenianos", lamenta Stephanie. "Me preguntaba: ¿Por qué me pasa esto a mí? Yo no elegí ser refugiada, fueron las circunstancias las que me pusieron aquí".

Después de trabajar durante algunos meses para Cruz Roja ayudando a reunificar las familias de refugiados, decidió ir al Servicio Jesuita de Refugiados a pedir trabajo y lo consiguió. Ahí sigue desde hace diez años.

"Siento que estoy devolviendo a la organización todo lo que me ha dado, gracias a ella pude estudiar", subraya.

Enumera varias de las razones por las que se siente afortunada por trabajar allí, la principal: ayudar a los refugiados, quienes han pasado por el mismo drama y las mismas dificultades que ella. "Puedo entender mejor que otra persona los problemas por los que han pasado", señala.

El mayor de estos problemas, resalta, es "no poder decir, éste es el país al que pertenezco", así como la ruptura de las raíces familiares. "Yo no he conocido a mis abuelos y no soy tan mayor, ni tampoco al resto de mis familiares", afirma.

"Si por ejemplo voy al médico y me pregunta si hay un asmático en la familia, no le puedo responder porque no lo sé", continúa Stephanie, quien asegura que no se siente de ningún país en concreto sino "del mundo".

Las mujeres refugiadas pasan aún por más calvarios, son víctimas de agresiones sexuales y en ocasiones se quedan embarazadas de sus violadores. "Te conviertes en una persona triste y de alguna forma mueres", apunta.

La situación de los refugiados con la crisis económica ha empeorado, asegura Stephanie, porque los Gobiernos no les acogen como antes, son más "hostiles". Además, hace hincapié en que los que tienen que abandonar sus países de origen "no deciden a qué sitio van, tan solo van donde creen que hay un camino".

"Estas huyendo de la persecución y lo que esperas es hospitalidad pero solo recibes rechazo", destaca.

Por ello, pide a los Gobiernos del "primer mundo" que respeten y recuerden que todas las personas tienen derechos y deben poder ejercerlos en un ambiente lo más hospitalario posible. "Hay que saber acogerlos con dignidad", concluye.

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