Por momentos, el baile sevillano se convirtió en un concurso por quedarse sin pareja. Tres atacantes para dos defensas –Ramos y Pepe- desbordados desde el pitido inicial. El más alto de los delanteros, Jorge Molina, siempre tenía marcador y los más pequeños quedaban a la espera de recibir un balón a la espalda de Arbeloa y Marcelo.
Como en una discoteca, solo que al compás del balón, los jugadores fueron permutando. Montero empezó en la derecha incordiando a Marcelo, al que desarbolaba con sus movimientos una y otra vez, y acabó bailando con un Arbeloa desentonado en defensa. Aprovechando el desconcierto inicial sobre el campo, Molina, al que se suponía siempre cubierto, inauguró el marcador tras una cabalgada de Nacho por la izquierda y una buena asistencia de Rubén Castro.
El Betis murió fiel a su esquema, quiso la pelota y jugó a aprovechar los errores del Madrid, muy inocente y saturado en el centro del campo. Hasta cinco hombres asfixiaban a Xabi Alonso y Khedira para robar y acelerar el partido. Arriba, Rubén Castro fintaba a Ramos pero no conseguía definir. Carreras, presión, dos goles y un esfuerzo titánico que quedó en nada por la puntería blanca y la aparición de Cristiano Ronaldo.
Apagados por la intensidad de la fiesta, Santa Cruz y Cañas acudieron al rescate del ataque verdiblanco con el partido en el ya definitivo dos a tres. Mourinho, tras 80 minutos, dio entrada a Granero y solo entonces el Madrid controló el partido, aunque el factor sorpresa llevó el encuentro a un apretado final en el que el paraguayo pudo haber empatado. Ramos, rehecho de su flojo primer tiempo, despejó en polémica posición la pelota y evitó la sorpresa en el "casino" verdiblanco.
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