Rory McIlroy: el niñato insoportable que se convirtió en un chico humilde (y un genio del golf)

  • La primera vez que vi a Rory McIlroy fue en 2008 en Aloha Golf, en Marbella; vino a jugar el Open de Andalucía, y tuve la impresión de encontrarme ante un niñato insoportable y mimado que jugaba muy bien al golf. El día antes de comenzar el torneo participó en el Pro-Am (competición por equipos formados por un profesional y tres amateur), y no es difícil imaginar cuál sería su comportamiento para que los tres aficionados, que formaban equipo junto a él, presentasen una queja ante el director del torneo. 
El británico McIlroy logra su primer 'major', el Abierto de EEUU
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Maria Acacia López-Bachiller

El flamante campeón del Open de Estados Unidos nació en Holywood (Irlanda del Norte) en mayo del 89, cogió su primer palo de golf a los dos años, y a partir de los diez no le quedó más remedio que acostumbrarse a ser entrevistado. Su padre, Gerry, trabajaba en un club deportivo durante el día y por la noche servía copas en un bar; el poquísimo tiempo que le quedaba libre durante su única jornada de descanso lo empleaba en jugar al golf, acudiendo al club siempre acompañado por su hijo.

Fue Gerry quien puso un palo de plástico en las manos de su hijo y le enseñó los fundamentos de este deporte. Desde el primer momento sorprendió a todos con un swing natural y un manejo de la bola excepcional, dicen que en él se apreciaba algo diferente, algo especial. Empezó venciendo a los niños de su edad y a los 13 años ganaba a todos los adultos amigos de su padre y socios del club; al cumplir los 16, ya había llenado su casa de trofeos convirtiéndose en el mejor amateur de Irlanda y en uno de los mejores de Europa.

Recuerdan en el club que Rory jamás se cansaba, solía pasar horas y horas en el campo de prácticas dando un cubo de bolas tras otro, todos los días jugaba 18 hoyos y en las largas jornadas de verano volvía al campo para hacer otros 18 hasta que anochecía.

En 2006 se proclamó Campeón Amateur de Europa y al año siguiente recibió la Medalla de Plata como mejor amateur del Open Británico (el Grande por excelencia), finalizando 42º. En septiembre del 2007, con 18 años, se hizo profesional y entró a formar parte del Circuito Europeo. Había batido múltiples registros como amateur y logró un nuevo record: en tan solo dos torneos, un hecho que nadie antes había conseguido, ganó el dinero suficiente para finalizar la temporada entre los 115 mejores del ranking, lo que le aseguraba ser miembro de pleno derecho y disputar el Tour en 2008. 

Logró su primer triunfo profesional con 19 años en Dubai en 2009, y acabó la temporada en el Top Ten mundial. En 2010, su nombre acaparó los titulares de la prensa estadounidense al imponerse en el Quail Hollow Championship, del PGA Tour, con una increíble última vuelta de 62 golpes, récord del campo, y cuatro de ventaja sobre Phil Mickelson. El domingo pasado batió doce records, entre otros: ser el europeo más joven en ganar un Grande a los 22 años y 46 días, desde que se constituyó el Circuito Europeo en 1972; y adjudicarse el US Open con el resultado más bajo en los 111 años de historia del torneo, 16 bajo par, batiendo el récord que ostentaba Tiger Woods con menos 12.

Para ganar un Grande es necesario haber perdido otro antes. Volví a ver a Rory en julio de 2010 en el Open Británico, en Saint Andrews, donde comenzó liderando con 63 golpes, la primera vuelta más baja en la historia del torneo, sumando un nuevo récord. En la posterior rueda de prensa Rory flotaba, estaba en una nube. Al día siguiente, este deporte, conocido por el de la humildad y el que a cada uno pone en su sitio, le hizo volver a poner los pies sobre la tierra con una segunda vuelta de 80. En golf, "el coco", como siempre dice Miguel Ángel Jiménez, supone el 80% de la actuación. En lugar de venirse abajo después de firmar 80 golpes, como probablemente hubiese sucedido a la inmensa mayoría de jugadores, el joven norirlandés peleó hasta el final y acabó en la tercera posición empatado, dando muestras de una poderosa fuerza mental. Un mes más tarde fue de nuevo tercero en un Grande, el US PGA.

Hace dos meses volvió a recibir otra durísima lección de humildad/humillación en el Masters de Augusta, el primer Grande de la temporada. Lideró el torneo durante las tres primeras jornadas y el domingo partía con cuatro golpes de ventaja. Comenzó algo nervioso aunque más o menos aguantó durante la primera parte del recorrido. Los grandes torneos, y sobre todo los cuatro Grandes, se ganan en los últimos nueve hoyos. En el diez pegó una escapada a la izquierda, golpeó un árbol, cruzó la calle de un lado al otro, falló el green… para terminar con triple bogey. Otro error en el 11, doble bogey en el siguiente, y en el 13 envió la bola al agua con el segundo golpe. La imagen de Rory era angustiosa, de total desesperación y derrota. También firmó 80 golpes. En casa estábamos todos delante de la televisión y mis hijos preguntaron: "Mamá, a pesar de ser un niñato mimado e insoportable, ¿no crees que ha sido demasiado castigo?".

Volví a ver a Rory hace justo un mes, cuando regresó a España para participar en el Volvo Mundial Match Play, en Finca Cortesín. Era otra persona. Un chico amable, simpático, humilde, sosegado y con educación. Su espectacular juego, poderosa fuerza mental, increíble capacidad de superación y el golf, el deporte de la humildad, le han colocado donde creo que debe estar.

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